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Cumbre de sorpresas

Elecciones supervisadas en Nicaragua, y desmovilización de los contras, algunos de los exitos de la cumbre en El Salvador.

20 de marzo de 1989

El camino hacia la reunión de presidentes centroamericanos en El Salvador resultó tan empedrado como el que conduce hacia la paz en la región. Pero superados los inconvenientes, entre los que estaban, por ejemplo, que el ejército salvadoreño se negó a rendir honores al presidente de Nicaragua Daniel Ortega, la reunión dio unos frutos por los que nadie hubiera apostado un centavo.
El martes 14 de febrero, en el hotel "Tesoro Beach" de la Costa del Sol en el Pacífico salvadoreño, un José Napoleón Duarte, visiblemente mermado por los estragos del cáncer y las desventuras del poder, leía el documento final de la cuarta cumbre de los presidentes centroamericanos reunidos dentro del marco de Esquipulas II, anunciando que los mandatarios habían acordado desmovilizar a los contras en un plazo "no mayor a los 90 días", a cambio de que los sandinistas acorten en nueve meses la convocatoria a elecciones generales, comprometiéndose a reformar la ley electoral y a aceptar la supervisión internacional de los comicios.
Las cumbres entre las superpotencias, la retirada cubana de Angola, la retirada soviética de Afganistán y los espectaculares anuncios de la reunión de los cinco presidentes centroamericanos, son hitos en un proceso de reversión de la nueva "guerra fría" que se inició con la cruzada neoconservadora de Ronald Reagan y dominó la escena internacional durante los ochenta.
Así lo interpretó uno de los protagonistas de la nueva cumbre centroamericana, Daniel Ortega, al proclamar: "Hoy 14 de febrero, día de los enamorados, nosotros que somos unos enamorados de la paz, le hemos dado un tiro de gracia a la guerra".
Ortega, un hombre de apariencia taciturna y escasas palabras, ratificó en el balneario salvadoreño, su fama de político flexible y realista al aceptar -después de largos y por momentos tensos debates- que los procesos de democratización en el área fueran supervisados por las propias comisiones nacionales de reconciliación y no por la OEA y la ONU como inicialmente lo había demandado y, sobre todo, al ofrecer unilateralmente la amnistia para más de 3 mil contras y ex guardias somocistas que aún están presos en cárceles nicaraguenses y anunciar un adelanto de más de nueve meses en las elecciones presidenciales, con reformas electorales que pueden abrir el camino para los sectores más moderados de las fuerzas contrarrevolucionarias.
Con su nueva oferta el presidente de Nicaragua ha logrado una promesa formal de sus colegas Vinicio Cerezo Arévalo de Guatemala, José Napoleón Duarte de El Salvador, Oscar Arias de Costa Rica y José Azcona Hoyo de Honduras, de comprometerse a desmovilizar a los contras acantonados en territorio hondureño, que suman unos 13 mil de acuerdo con fuentes pro-estadounidenses y no más de 4 mil según los cálculos de los sandinistas. Ortega y el directorio sandinista buscan acabar de una vez por todas un enfrentamiento que no compromete militarmente su poder, pero desvía cruelmente recursos que son indispensables para la recuperación y el despegue de la economía.
Pero no todo son rosas en el camino de la pacificación. Más allá de la voluntad política de los presidentes centroamericanos, puesta de relieve por el secretario general de la ONU Javier Pérez de Cuellar, hay otras fuerzas que siguen apostando a la guerra.
La inquietante advertencia del ministro de Defensa salvadoreño, general Eugenio Vides Casanova, de que el ejército podría derribar al gobierno de Duarte si éste -haciéndose eco de las demandas de los rebeldes salvadoreños del FMLN- postergara las elecciones presidenciales, es un indicio sumamente peligroso.
El Frente Farabundo Martí, por su parte, ha buscado aislar al ejército con su propuesta de postergar seis meses las elecciones de El Salvador, a fin de rodearlas de todas las garantías necesarias para poder consagrarlas como legítimas. Esta semana, según se anunciaba al cierre de esta edición, México, Guatemala o San José de Costa Rica, podrían ser sede de un encuentro entre los rebeldes salvadoreños y los partidos políticos de ese país para discutir el escabroso tema de las elecciones.
A pesar de que Azcona Hoyo estampó su firma junto a la de Daniel Ortega en la nueva reunión de Esquipulas II, también de Honduras llegaron señales ominosas cuando un vocero oficioso del ejército, el coronel Leonardo Gutiérrez, se lavó las manos respecto a la desmovilización y expatriación de los contras, afirmando que esa era una tarea de Estados Unidos.
Washington, hacia donde se dirigieron las miradas de todos los observadores internacionales, se abstuvo de apoyar los acuerdos de Tesoro Beach, anunciando por medio del portavoz del Departamento de Estado, Charles Redman, que primero debían realizarse consultas "con las democracias centroamericanas", un eufemismo de la Casa Blanca para excluír a Nicaragua.
Sorprendido por las propuestas positivas de la cumbre, sin tener todavía formalmente un secretario de Asuntos Interamericanos, George Bush no ha definido aún si seguirá transitando la belicosa senda abierta por Reagan o habrá de sumarse a la tendencia pacificadora que pugna por instalarse en el panorama internacional.