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DAR DE COMER AL HAMBRIENTO

En tono duro, la última encíclica pide desarrollo social y mayor solidaridad internacional.

21 de marzo de 1988


La voz fue lo suficientemente fuerte como para dejarse oír en países donde la Iglesia Católica ha perdido la importancia de otros tiempos. Al fin y al cabo, es difícil no prestar atención cuando el Papa decide dedicarle su atención a los asuntos de este mundo.

Por esa razón, muchas miradas se dirigieron a Roma el viernes pasado, fecha en la cual el cardenal Roger Etchegary, presidente de la comisión pontificia "Justicia y Paz", le entregó a la prensa un documento de unas 100 páginas que contiene la séptima encíclica de Juan Pablo II en cerca de 10 años de pontificado. La encíclica en cuestión lleva el título de Sollicitudo rei socialis y se refiere al tema del desarrollo económico y la solidaridad internacional.

El mensaje papal continúa con la línea iniciada por Paulo VI en 1967 con la promulgación de la Populorum Progressio sobre el progreso de los pueblos. El tono en esta oportunidad es, sin embargo, bastante pesimista. Mientras que hace 21 años el crecimiento económico en el mundo desarrollado hacía pensar que eventualmente a los países más pobres les llegaría su hora, la impresión en 1988 es mucho más fría. De manera directa el Papa sostiene que "las esperanzas de desarrollo, vivas hace 20 años" no se han realizado. "Basta con mirar -dice el Pontífice-la realidad de una multitud incalculable de hombres y de mujeres, de infantes, de adultos de viejos, en una palabra de personas humanas, concretas y únicas, que sufren bajo el peso intolerable de la miseria".

Según la Sollicitudo rei socialis ese empeoramiento ha sido causado por políticas que han contribuido al deterioro de la situación en los países pobres y a la aplicación de remedios equivocados contra el subdesarrollo. Entre estos, Juan Pablo II cita la política de los "bloqueos" (el capitalismo liberal o el colectivismo marxista, por ejemplo), las prácticas proteccionistas, la acumulación y el comercio de armas, y las campañas de control de la natalidad. Sobre este punto el Papa es más duro que la Populorum Progressio. "Estas -sostiene-están en oposición no solamente con la identidad cultural y religiosa de esos países, sino también con la naturaleza del verdadero desarrollo. (...) Se trata de una falta absoluta de respeto por la libertad de decisión de las personas interesadas".

Algunas cosas, afortunadamente, han mejorado. El Papa cita, entre otras, la preocupación por los derechos del hombre, por la ecología y la interrelación frecuente entre las economías. Sin embargo, las cosas buenas son la excepción y el panorama es negro: "La conclusión lógica que aparece es la de que la situación del mundo actual (...) parece destinada a encaminarnos más rápidamente hacia la muerte".

Después de hablar en el capítulo cuarto sobre "el desarrollo humano auténtico", el Pontífice pasa, en la siguiente y penúltima parte a exponer un nuevo concepto, el de las "estructuras del pecado". Sin subestimar la importancia de los factores políticos, el jefe de la Iglesia Católica critica "el deseo exclusivo del beneficio" y "la sed de poder" que demuestran "que la verdadera naturaleza del mal es moral". Más adelante, agrega el Papa: "a la luz de estos criterios morales se descubre que, detrás de ciertas decisiones, inesperadas en apariencia solamente por motivos económicos se esconden verdaderas formas de idolatría de dinero, de la ideología, de la clase, de la tecnología".

Con base en esos puntos, Juan Pablo II termina su encíclica pidiéndole a los dirigentes políticos "no olvidar cederle el primer lugar al fenómeno creciente de la pobreza". Propone además "la reforma del sistema comercial internacional (...) del sistema monetario y financiero internacional (...), del intercambio de tecnología y su buen uso" y "la necesidad de la revisión de la estructura de las organizaciones internacionales existentes, dentro del marco de un orden jurídico internacional".

Para los países en vía de desarrollo, el Pontífice pide "reformar ciertas estructuras injustas y notablemente sus instituciones políticas con el fin de reemplazar los regímenes corrompidos, dictatoriales y autoritarios por regímenes democráticos que favorecen la participación". Es así, dentro de este "desarrollo auténtico" que integre "las dimensiones culturales, trascendentales y religiosas", que los hombres y las sociedades pueden llegar a su verdadera "liberación".

Aunque hace falta mucho estudio para dar una opinión completa, algunos especialistas se aventuraron a destacar el duro tono del mensaje papal que colocó el dedo en la llaga en problemas recientes como el desempleo, el endeudamiento masivo, el terrorismo, los refugiados políticos y las drogas. Otros, en cambio, lamentaron que no se dijera nada sobre las multinacionales (en lo negativo) o sobre las organizaciones no gubernamentales de ayuda y los acuerdos de solidaridad intraregional (en lo positivo). Adicionalmente, se cuestionó el ataque a los métodos anticonceptivos que, según sus promotores, controlan el exceso de población en zonas deprimidas y sin recursos.

El gran interrogante, sin embargo es el del impacto verdadero del mensaje sobre los líderes del mundo. En 1891 León XIII produjo conmoción con la publicación de la primera encíclica de contenido social, la Rerum Novarum, sobre la condición de los obreros en la época. Ese efecto, sin embargo, puede ser menor en 1988 en un mundo confuso y desordenado que da la impresión de oír, pero no escuchar, los mensajes que le llegan de Roma.