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La empatía entre Julian Assange y Rafael Correa empezó cuando el periodista invitó al presidente a su programa de televisión en abril.

ECUADOR

De doble faz

Con los coqueteos con Julian Assange, el presidente Rafael Correa quiere posar de defensor de la libertad de información en el mundo mientras la persigue en su país.

23 de junio de 2012

El viejo principio según el cual el enemigo de tu enemigo es tu amigo podría dar lugar al matrimonio más extraño del mundo: el de Julian Assange y Rafael Correa. En efecto, de todas las embajadas que hay en Londres, el controvertido hacker australiano escogió presentarse en la de Ecuador para pedir asilo político. O sea que el jefe de WikiLeaks, proclamado defensor universal del derecho a la información, pidió refugio en un país cuyo gobierno ha sido señalado como uno de los mayores perseguidores de la prensa opositora. Y todo con el pretexto de su odio común por Estados Unidos.

Como era de esperarse en una relación tan contradictoria, comenzó más por el odio que por el amor. En abril de 2011 el gobierno de Quito declaró persona non grata a la embajadora de Estados Unidos, Heather Hodges, y la expulsó por unos cables diplomáticos filtrados por WikiLeaks en los que acusaba a Correa de haber designado como comandante de la Policía al general Jaime Hurtado, pese a saber que era corrupto. En represalia, Estados Unidos decidió hacer lo mismo al embajador ecuatoriano en Washington, Luis Gallegos.

Siete meses después, luego de que la Fiscalía sueca anunció que Assange era investigado por acoso sexual y pidió su extradición al Reino Unido, el entonces vicecanciller Kintto Lucas le ofreció residencia en Ecuador. Sin embargo, Correa lo desautorizó y criticó a WikiLeaks, indicando que "si más tarde se permite que esto suceda sin ninguna sanción, pueden salir cuestiones muy graves para la seguridad del Estado".

Pero después Correa lo pensó mejor, dejó abierta la posibilidad de asilo y resaltó el trabajo de Assange: "Cometió una ilegalidad, pero al final nos brindó un bien mayor: revelarnos la política imperial de Estados Unidos". Desde entonces, aumentaron los acercamientos: el diario estatal El Telégrafo publicó los cables de la crisis con Estados Unidos y en mayo pasado, Assange entrevistó a Correa vía internet para la televisión rusa. El ecuatoriano aprovechó para hablar de la "prensa corrupta", como llama a los medios independientes, y repetir que combate a los monopolios mediáticos que solo trabajan para "evitar cualquier cambio y perder el poder que siempre ostentaron". De paso, le dio la bienvenida a Assange "al club de los perseguidos".

Esa afirmación debe haber resonado como una gran ironía en The New York Times, The Washington Post o The Economist, o en la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), Human Rights Watch (HRW), Reporteros Sin Fronteras (RSF) y la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP). Todos ellos han coincidido en criticar la política de Correa de perseguir a los medios no oficialistas, como cuando demandó por injuria a El Universo de Guayaquil para luego posar de magnánimo al "perdonar" a los periodistas condenados. Correa no se limita a llamar "porquerías" a los medios que se atreven a cuestionarlo: recientemente en un acto público rompió un ejemplar de La Hora después de decir: "Para que se quejen como les dé la gana, donde les dé la gana". Y en los últimos días prohibió a los altos funcionarios hacer declaración alguna a los medios no oficialistas. El relator de la ONU para la libertad de expresión, Frank La Rue, declaró desde Ginebra que ello constituye un "mecanismo de censura".

Analistas consultados por SEMANA coinciden en que, al conceder el asilo a Assange, Correa buscaría mejorar su deteriorada imagen frente a la libertad de expresión y seguir en su política antinorteamericana. El director de la ONG Fundamedios, César Ricaurte, considera que "esto sirve para legitimar al gobierno como un actor que está protegiendo la libertad de expresión, pero la realidad es que cada vez asume posiciones más radicales", expresó.

Por su parte, el periodista español Miguel Ángel Bastenier opinó que esta es una amistad oportunista que se debe a la tentativa de Assange de esquivar la acción de los jueces suecos y, sobre todo, de evitar la supuesta posibilidad de terminar en Estados Unidos, donde lo amenaza la pena de muerte. "Dudo que Assange supiera gran cosa de Ecuador antes. Y por lo que respecta a Correa, resulta curioso que se erija en defensor de la libertad de expresión en el mundo, cuando le pone trabas en su propia casa", dijo.

A pesar de todo, nada garantiza que Assange logre disfrutar de las delicias de Quito. Entre otras cosas, porque el Reino Unido no reconoce en general el derecho de asilo y porque la propia llegada de Assange a la embajada fue una violación a su detención domiciliaria. Por eso la Policía ha dicho que si pone un pie en la calle, será detenido, así lleve pasaporte ecuatoriano. Así que, aun si recibe el beneplácito del gobierno suramericano, el destino de Julian Assange sigue en el terreno de la incertidumbre.