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El atentado contra el hotel Marriott mató a 53 personas y dejó un cráter de 8 metros de profundidad

PAKISTÁN

De mal en peor

El débil gobierno de Islamabad, de importancia estratégica crucial, enfrenta el acoso de los terroristas y problemas militares con su socio, Estados Unidos.

27 de septiembre de 2008

El “11 de septiembre paquistaní”, como la prensa bautizó el ataque contra el Hotel Marriot de Islamabad que dejó 53 muertos, pudo haber sido peor. Después de que las imágenes del cráter de nueve metros que dejó la explosión le habían dado la vuelta al mundo, se supo que el presidente, Asif Zardari, y el primer ministro, Rusuf Raza Gilani, iban a cenar allí, pero en el último momento cambiaron de planes. Habría sido demoledor para un país al borde del precipicio.

“A medida que el foco de la guerra de Estados Unidos contra el terrorismo se ha desplazado de Afganistán a Irak, y de vuelta, hay una naciente comprensión de que el frente central es en realidad Pakistán”, explicaba la revista Time. Los problemas del país se derivan, en gran parte, de los grupos extremistas en su frontera norte con Afganistán, las llamadas zonas tribales. La falta de control en esas zonas ha permitido el reagrupamiento de Al Qaeda y los talibanes afganos. Y Zardari, el viudo de la asesinada Benazir Bhutto, con antecedentes de corrupción y desequilibrios mentales, no parece el guía capaz de sacarlo del atolladero.

Como líder del partido que ganó las elecciones parlamentarias está, en teoría, mejor ubicado que su antecesor, el golpista Pervez Musharraf, para obtener el apoyo y la legitimidad necesarios para combatir a los extremistas. Pero en la práctica, los paquistaníes no sienten que esta sea su guerra. Incluso después del ataque al Marriot, los reclamos se dirigían, más que a combatir a los terroristas, a terminar con la cooperación militar con Washington.

“La guerra se dificulta por la indecisión del gobierno y el Ejército paquistaní para atacar a los terroristas por la asociación que tuvieron con los militantes religiosos en el pasado”, dijo a SEMANA Abdul Nayyar, profesor de la Universidad Quaid-i-Azam, en Islamabad. “Eso les ha permitido a los militantes hacer crecer su apoyo local”.

Washington perdió la paciencia con la falta de determinación de su socio y ha decidido lanzar ataques desde Afganistán. El resultado ha sido contraproducente. En varias ocasiones las víctimas han sido civiles y la nueva política ha enfurecido al Ejército paquistaní, que ha disparado contra las tropas estadounidenses, además de exacerbar un sentimiento antinorteamericano que ya es bastante alto en el país.

Zardari, el primer líder civil en nueve años, llegó al poder tras las protestas que consiguieron la salida de Musharraf. Pero no es popular. “El entusiasmo se ha evaporado. No creo que los paquistaníes imaginaran que este movimiento terminaría con Zardari como presidente”, dijo a SEMANA Anita Weiss, coeditora del libro Poder y sociedad civil en Pakistán. Los ataques estadounidenses podrían terminar de debilitar a un mandatario desbordado por sus retos. Y la inestabilidad es el peor escenario en un país con bombas atómicas y en riesgo de caer en manos del fundamentalismo.