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De tal palo?

¿Repetirá el presidente estadounidense George W. Bush la historia de ascenso y descalabro de su padre?

19 de julio de 2002

Es dificil romper con los patrones familiares. George W. Bush siguió los pasos de su padre hasta la presidencia estadounidense. Y, al igual que su progenitor, una guerra hizo subir su popularidad hasta el cielo. Pero por segunda vez el desempeño económico de la nación podría ser la causa del descalabro político de un Bush.

El hijo se encuentra hoy en una encrucijada digna de una tragedia griega. Con los recientes escándalos corporativos, el bajonazo en el mercado de acciones, la alta tasa de desempleo y un déficit presupuestal de 100.000 millones de dólares la gente se pregunta si W., hasta ahora vencedor con su campaña contra el terrorismo, estará condenado a repetir el triste destino de su padre.

Y en efecto, la sombra del padre parece ser un karma con el que George W. Bush ha tenido que cargar desde joven. Bush senior fue un atleta y estudiante estrella en las universidades de Andover y Yale, de las que se graduó con honores. Su hijo también estudió en esas instituciones, pero no pasó de ser un estudiante mediocre que prefería entregarse a su adicción por el alcohol y probablemente a la cocaína (esto último no está comprobado pero Bush no lo negó cuando fue interrogado al respecto). Asimismo, el primero se presentó como voluntario para combatir en la Segunda Guerra Mundial y resultó ser un excelente piloto de combate que mereció condecoraciones. El segundo hizo el servicio militar en la Guardia Nacional Aérea de Texas, lo que lo salvó de ir a Vietnam, pero ocasionó críticas a la familia por mover influencias indebidas.

Después de la guerra Bush padre se mudó a Texas y se convirtió en un próspero empresario petrolero. A su turno W. dedicó sus años mozos a las fiestas y a toda clase de abusos hasta que a los 40 años, tras una farra de varios días, "encontró a Dios" y empezó a frecuentar las reuniones de Alcohólicos Anónimos. Después de su despertar religioso Bush hijo también intentó convertirse en un hombre de negocios, pero con menos suerte que su padre.

Pero no todas las comparaciones con su padre son desventajosas para el presidente actual. W. tiene un don de gentes que contrasta con la poca gracia de su progenitor. A pesar de su origen privilegiado, el segundo Bush logró que el estadounidense común se sintiera identificado con él. Su padre nunca se sentía a gusto hablando a las multitudes y para no mostrarse tan alejado de las necesidades de sus electores necesitaba un asistente personal que le recordara, por ejemplo, cuánto costaba una caja de huevos. En cambio, en las elecciones de 2000, con sus lapsus al hablar y su peculiar forma de andar, Bush hijo parecía un campesino texano disléxico al lado del sofisticado y bien hablado Al Gore, pero esta condición le dio mayor carisma.

No obstante las diferencias entre ellos no parecían evidentes al comienzo de la presidencia de W., entre otras cosas porque escogió como sus colaboradores más cercanos a funcionarios de la era de su padre. Así, las figuras clave en su equipo de guerra -el vicepresidente, Dick Cheney; la asesora de seguridad Nacional, Condoleezza Rice, y el secretario de Estado, Colin Powell, son todos veteranos-. Pero hay una diferencia de fondo entre los dos presidentes. John Pitney, autor de varios libros sobre el Partido Republicano, explicó a SEMANA que "mientras que el padre creció cuando el ala liberal del Partido Republicano era dominante, por lo que nunca se sintió cómodo con los que hacían parte de la más conservadora, al joven Bush le tocó una época dominada plenamente por la derecha. Y aunque le hace concesiones al ala liberal se siente más a gusto entre sus amigos conservadores".

Ese distanciamiento con el ala derechista del partido fue fatal para el padre. Al comienzo de su mandato había repetido que no aumentaría los impuestos. "No más impuestos, lean mis labios, repetía. Pero ante una mayoría demócrata en el Congreso, que exigía la aprobación de un paquete de reducción del déficit, Bush terminó cediendo y contradiciéndose al aprobar un aumento de impuestos. Su base de apoyo republicana se sintió traicionada, lo que le costó un terrible bajonazo en las encuestas. Después de que en marzo de 1991 su popularidad había llegado a un 89 por ciento de aprobación luego la Guerra del Golfo Pérsico (ver gráfica), en enero del siguiente año había bajado a un 46 por ciento. Finalmente Bush padre perdió la reelección a manos de Bill Clinton.

En cambio el hijo, que también vivió una subida récord en su popularidad luego de declarar la guerra al terrorismo después del atentado del 11 de septiembre, ha sabido alimentar su base de apoyo conservadora con una serie de políticas como la reducción de impuestos, la oposición a la clonación bajo cualquier circunstancia y el rechazo al protocolo ambientalista de Kioto. Sin embargo, pasado el entusiasmo colectivo por la campaña en Afganistán, la popularidad de Bush ha retornado a niveles normales, y hasta bajos, y se ha vuelto a imponer en la agenda la necesidad de lidiar con los problemas que la recesión económica ha traído. ¿Podrá Bush eludir el karma de su padre?

Eso depende de lo que haga en los próximos meses. W. está obsesionado con sacar del poder a Saddam Hussein en Irak, algo que no hizo su padre en la Guerra del Golfo. Con una acción como esa, capaz de sentar la preeminencia norteamericana en una región estratégica, y de hacer olvidar por un tiempo el fracaso contra Al Qaeda y su jefe Osama Ben Laden, podría recuperar su popularidad y sentar las bases de una exitosa reelección.

Pero esa es una apuesta muy riesgosa pues Estados Unidos no cuenta con el apoyo que tenía en la Guerra del Golfo y nadie asegura que una campaña contra Saddam sea en esta ocasión tan fácil como hace 10 años. Además Bush hijo no puede permitirse cometer el mismo error de su padre, que triufó en la guerra pero se olvidó de la economía. Debe conseguir apoyo político nacional e internacional para su campaña contra Irak, pero también evitar un descalabro económico inminente. Del éxito en esas gestiones podría depender si George W. Bush sigue el destino político de su padre, condenado al olvido tras sólo un período en la Casa Blanca.