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DE TU A TU

Boris Yeltsin se jugó sus restos y logró que Occidente volviera a tratar a Rusia como una superpotencia.

27 de noviembre de 1995

LA HISTORIA SE REPITE. POR segunda vez en cuatro meses el presidente ruso Boris Yeltsin es llevado a urgencias por problemas cardíacos. De nuevo los ojos del mundo siguen atentos la salud del dirigente y, una vez más, los comunicados oficiales señalan que su situación es estable pero cancelan su agenda para las siguientes semanas.
Pero no todo son semejanzas. En esta oportunidad Yeltsin sufrió la insuficiencia cardíaca al regreso de su viaje por Estados Unidos, que tenía como principal propósito limar asperezas y evitar que se agudizara el enfrentamiento con Occidente que los analistas han llamado Paz Fría. Si bien las declaraciones a la prensa luego de su encuentro con Bill Clinton fueron bastante difusas, la complicidad entre ambos fue el mejor signo de su acercamiento. Tanto que a su regreso, Yeltsin tenía un aire de triunfador. Sentía que había recobrado la imagen de superpotencia para su país.
Pero más allá de las victorias morales, lo que se produjo durante la cumbre fue un primer avance para superar las delicadas relaciones entre los dos países. El tema de la extensión de la Organización del Tratado del Atlántico Norte - OTAN- ha calentado los ánimos, máxime cuando tuvo como telón la intervención de la asociación armada en Bosnia.
En octubre la Alianza dio a conocer la bomba: sus planes de incorporar a sus filas a los países de Europa Oriental, que no son otros que los antiguos miembros del Pacto de Varsovia. Para Rusia esto es inadmisible no sólo desde el punto de vista simbólico, sino estratégico: la OTAN prevé que cabezas nucleares norteamericanas sean desplegadas en países estratégicos, entre ellos Lituania o Estonia.
La noticia de la extensión de la OTAN no pudo haber encontrado mejor caldo de cultivo para el debate: en diciembre se realizarán las elecciones de la Duma estatal de Rusia y en junio las presidenciales. Un discurso perfecto para las fuerzas nacionalistas que esperan aumentar su participación en la nueva Duma. Para neutralizar los ánimos, Yeltsin no tuvo más remedio que endurecer su discurso frente a Occidente.
Los gritos nacionalistas obedecen en gran parte al estatus de venida a menos de Rusia. Militarmente no tiene el mismo peso que una década atrás y su necesidad de los recursos financieros occidentales, puede convertirla en la más sumisa de las naciones. El país se siente humillado y, para completar, cuenta con un gran arsenal nuclear que puede caer en manos de cualquier loco nacionalista. Es desde ese punto de vista que muchos observadores estiman que el trato dado por la OTAN a Rusia es peligroso, ya que bajo ningún motivo debería calificarla como un rival débil o demostrarle abiertamente su superioridad.
El trasfondo de Bosnia realmente heló las relaciones con Occidente. La OTAN se dispone a reemplazar a los Cascos Azules de las Naciones Unidas -ONU-. El problema con Rusia es que no pertenece a esa Organización, mientras que en la ONU forma parte del Consejo de Seguridad y tiene poder de veto. Es decir que la única manera de que Rusia no quede por fuera del proceso de paz que involucra a sus antiguos aliados -los serbios- es lograr un acuerdo con Occidente, en especial con Estados Unidos. Pero las condiciones propuestas fueron desobligantes para el honor de Moscú: que los antiguos miembros del Ejército Rojo quedaran bajo el mando de oficiales norteamericanos, es inaudito. La fórmula alternativa no fue mejor: asignarles tareas domésticas, como reparar puentes y vigilar aeropuertos.
En la tarde del pasado viernes, un principio de acuerdo demostró que los triunfos obtenidos por Yeltsin no fueron sólo morales. El ministro de Defensa ruso, Pavel Grachev, y el estadounidense, William Perry, anunciaron que habían convenido la conformación de una unidad conjunta para Bosnia.
Aunque se trate sólo del inicio del entendimiento, demuestra el cambio de posición de Estados Unidos, que consideró que el peligro no sólo provenía de la inestabilidad política y económica de la antigua Unión Soviética, sino de las emotividades que se pueden despertar por actitudes agresoras. La nueva conducta también se reflejó en el anuncio de que la extensión de la OTAN no se hará antes de 1997, pronunciamiento que según algunos, busca bajarle el tono a los discursos proselitistas de diciembre.
Y es que el tire y afloje sobre la Otan demuestra que con Rusia todas las cartas aún no están jugadas y que la mejor manera de ganar cualquier conflicto, es respetando al opositor.