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Del ahogado, el sombrero

Gorbachov reforma la estructura de poder de la URSS, pero puede ser tarde para salvar la unidad del país.

24 de diciembre de 1990

Hasta los mejores jugadores de póker a veces tienen que sacar sus ases antes de tiempo. Pero para que eso suceda, algo grave debe estar sucediendo fuera del casino. Esa parecería ser la situación que vivió la semana pasada el presidente soviético Mijail Gorbachov. Se sabe que tenía en la manga un abanico de medidas destinadas a darle un revolcón a la organización gubernamental de la URSS, pero esperaba el momento adecuado para lanzarlas.
Esa ocasión ideal tal vez nunca llegó. El Parlamento soviético le había citado para el viernes 16, para que expusiera las medidas que pensaba tomar para salvar al país del caos. Pero el discurso de Gorby resultó un conjunto de afirmaciones vagas, declaraciones de voluntad y ataques contra sus críticos. El Parlamento recibió las palabras del presidente primero con decepción y luego con ira. Uno a uno sus miembros pasaron al podio para atacar violentamente a Gorbachov. El presidente no parecía tenerlas todas consigo.
Pero al día siguiente, Gorbachov sacó sus ases, y contraatacó. Lo hizo antes de viajar a Roma, camino de la Conferencia sobre Cooperación y Seguridad Europea, en París. Cuando terminó de exponer su plan, los mismos parlamentarios que le atacaban el día anterior, parecían de nuevo hipnotizados por el genio político del artífice de la perestroika. La reforma a fondo de la estructura gubernamental fue aprobada por una volación de 316 votos a favor contra 19 en contra y 31 abstenciones.
Las reformas aprobadas tienen, a los ojos de los observadores, un gran alcance. El puesto de Primer Ministro, ocupado en la actualidad por su estrecho colaborador Nikolai Rhizkov, será eliminado, y su Consejo de Ministros, un poderoso órgano de gran impopularidad, desaparecerá para integrarse al "aparato de trabajo" de la dirección del país. Su lugar será ocupado por un gabinete presidencial, compuesto por "nuevos trabajadores con iniciativa y capacidad para pensar modernamente".
El hoy todopoderoso Cuerpo de consejeros será reemplazado por un Consejo de Seguridad, cuya composición todavía no está definida. Las funciones de este organismo abarcarán el control de la KGB, la policía y el ejército. Un grupo de representantes presidenciales en todas las repúblicas soviéticas harán las veces de coordinadores entre las decisiones de los poderes centrales y los gobiernos locales.
Pero la parte más importante de su paquete se refirió al cambio de funciones del Consejo de la Federación, que hasta ahora venía siendo un órgano inoperante y puramente consultivo. En adelante, ese Consejo se convertirá en el órgano central ejecutivo del país. Compuesto por los presidentes de las 15 repúblicas que componen la Unión Soviética, el organismo aprobará las medidas de importancia nacional, y coordinará su aplicación a nivel local.
A pesar de las apariencias, según el plan de Gorbachov el poder quedará en últimas, en manos del presidente, quien podrá manejar en forma más directa la economía del país. El Consejo de la Federación, si bien tendrá funciones coadministradoras, carecerá de facultades para vetar las decisiones del presidente. Y el Consejo de Seguridad, así como el cuerpo de representantes presidenciales en las repúblicas, le darán un mayor control sobre la puesta en práctica de las decisiones de carácter nacional.
Las medidas tenían dos objetivos claros. La imposición de un poder presidencial fuerte debería calmar, al menos por ahora, la sensación de anarquía que se vive en la mayor parte de la URSS. Esa sensación parte del hecho de que buena parte de las medidas de reforma económica y de orden público, han sido ignoradas por los gobiernos republicanos, lo que ha redundado en la escalada de disturbios de todo tipo, incluídos los nacionalistas y hasta los religiosos.
Pero además, con la reforma de las atribuciones del Consejo de la federación, Gorbachov intenta atraer a los gobiernos de las repúblicas a participar en las decisiones que afectan a todo el país. Con esa jugada el presidente pretende ganar el apoyo de los líderes locales, al nuevo proyecto de tratado de unión. Ese tratado reviste la importancia fundamental de replantear las normas que regirán la vinculación de las repúblicas con la federación, y sus relaciones con el gobierno central.
Por encima de todo, Gorbachov dejó en claro que su interés primordial es la unidad del país. "El denominador común de nuestra aproximación es renovar y preservar la unión", dijo en su corto pero sustancioso discurso de presentación de las reformas.
Pero la tendencia separatista parece haber alcanzado un punto de difícil retorno. Si bien muchas de las 15 repúblicas que componen la URSS han dado muestras de querer evitar la violencia y mantener estrechos vínculos comerciales entre sí y con el gobierno central, 14 (la excepción es Kirguizia) han declarado la soberanía y buscan mayor grado de independencia. Su meta, sobre todo, es un mayor control sobre sus propios recursos naturales, sobre su comercio y sobre sus finanzas.
El fortalecimiento del ejecutivo recibió numerosos comentarios favorables, como el del diputado Grigory Podberezsky, de Bielorrusia, quien dijo al presidente, muy a la zarista, que ese poder era necesario, "para que la gente no solo le obedezca, sino que le tema". Pero esa actitud distó mucho de ser unánime.
En efecto, Marju Lauristin, vicepresidenta del parlamento de Estonia, dijo que las tres repúblicas bálticas se abstendrían de participar en la nueva estructura de poder central. "La descentralización del poder ha llegado tan lejos", dijo, "que todos los intentos por reversar el proceso no tendrán exito. Sólo significan que habrá más conflictos".
La unión sólo puede salvarse, en opinión de muchos observadores soviéticos, si Gorbachov logra atraer hacia su propuesta a las repúblicas más grandes y poderosas, como Rusia y Ucrania. Pero la actitud del presidente ruso Boris Yeltsin, pareció descartar esa posibilidad. Yeltsin había propiciado la semana anterior unas conversaciones con Gorbachov, y se pensaba que de allí podría salir una alianza de los dos hombres más significativos del momento en la URSS. Pero la esperanza se diluyó un par de días después cuando Yeltsin salió de su silencio para afirmar que la condición previa indispensable para cualquier solución a la crisis sería el reconocimiento parlamentario de la soberanía de las repúblicas.
En últimas, sin embargo, muchos analistas concluyen que la solución de las dos crisis que afectan al país, esto es, el colapso económico y la desintegración territorial, pasan por un mismo punto, que es el tránsito hacia una economía de mercado. Aleksandr Vladislavlev, líder de una importante facción parlamentaria de dirigentes industriales y científicos, dijo que no importaba si Gorbachov recortaba las aspiraciones independentistas de las repúblicas. En últimas, dijo, lo único que mantendría la unión serían los intereses económicos comunes, lo cual sólo se puede alcanzar dentro de la economía de mercado. Lo más importante, según Vladislavlev, sería calmar el pánico y poner en práctica tan pronto como sea posible una liberalización amplia de la economía. Sus palabras parecieron resumir el sentir de buena parte del Parlamento: "La unión sólo puede mantenerse por dos medios: por terror, o por los intereses económicos. Sólo podemos salir de este trance mediante un poder central fuerte. Pero lo más complicado para Gorbachov será establecer ese poder central sin cruzar la frontera hacia el terror que imperó en la Unión Soviética durante 73 años".-