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En la prisión de Guantánamo han detenido a 779 sospechosos de terrorismo. Solo seis han sido condenados.

ESTADOS UNIDOS

Diez años de vergüenza

Las protestas y la indignación caracterizaron el décimo aniversario de Guantánamo. Tras múltiples acusaciones por violaciones a los derechos humanos, pocos entienden por qué sigue funcionando.

14 de enero de 2012

El 11 de enero de 2002, pocos meses después de que Estados Unidos declaró la guerra contra el terror, llegaron los primeros 23 detenidos al recién abierto campo de prisioneros de Guantánamo, en predios de una base naval que Estados Unidos tiene en Cuba desde comienzos del siglo XX. Las autoridades norteamericanas los acusaban de participar en actos terroristas o de ser miembros activos de grupos extremistas islámicos. El entonces presidente, George W. Bush, los calificó de ser "los peores de los peores" criminales. Sin embargo, muchos de ellos no entendían siquiera por qué estaban ahí ni qué buscaba el gobierno estadounidense al detenerlos.

Al poco tiempo, Bush anunció que los reos no estarían amparados por las Convenciones de Ginebra, que ordenan dar un trato digno a cualquier prisionero de guerra, y aprobó métodos de interrogación que los mismos estadounidenses habían considerado torturas, como el ahogo simulado. Pronto se oyeron voces de protesta de las organizaciones humanitarias por maltrato, tortura y agresión psicológica. Así, en cuestión de meses, Guantánamo pasó de ser una cárcel a ser el símbolo del horror, la injusticia y el irrespeto a la dignidad humana.

Según detenidos, que años después fueron liberados sin cargo alguno, entre las atrocidades que se cometieron estaban la intimidación con perros, sometimiento a temperaturas extremas, humillaciones sexuales, amenazas de muerte y simulación de ejecuciones. Tal fue el desespero de algunos que de los ocho que murieron en la cárcel, seis se suicidaron.

Adicionalmente, el estrés postraumático de quienes han sido liberados ha impedido a muchos rehacer su vida. El musulmán de origen británico Moazzam Begg, preso durante tres años, dice que, tiempo después de su regreso a casa, todavía da tres pasos hacia delante y tres hacia atrás, como si estuviera meditando en su celda. Por su parte, Foad Al-Rabiah, preso por ocho años, reveló que durante su primer año en prisión solo tuvo 24 horas de salidas recreativas.

El escándalo continuó durante los siete años más de Bush, hasta que el actual presidente, Barack Obama, no solo en campaña, sino ya en el poder, prometió cerrar Guantánamo en el plazo de un año. Sin embargo, eso aún no ha sucedido y el cierre se ve cada vez más distante después de que en diciembre de 2011 firmó la Ley de Autorización de Defensa Nacional de 2012, que impide el cierre de cárceles, prohíbe el traslado de prisioneros a Estados Unidos y autoriza la detención indefinida de sospechosos, incluso si son ciudadanos estadounidenses. El portavoz de la Casa Blanca recalcó que si bien ha habido obstáculos para cerrar Guantánamo, "el compromiso no ha cambiado en absoluto".

Al día de hoy, todavía hay 171 presos de los cuales 90 ya fueron absueltos. No obstante, en vista de que no hay países que los reciban y de que temen regresar a sus lugares de origen, siguen desperdiciando sus vidas en Guantánamo.

A pesar de todas las atrocidades cometidas, una encuesta realizada por CNN en 2010 reveló que el 60 por ciento de los estadounidenses está a favor de mantener el campamento funcionando. Incluso hay quienes lo defienden a ultranza, como el conservador Edwin Meese, fiscal general durante la presidencia de Ronald Reagan. Él insiste en que Guantánamo ha jugado un papel importante en la guerra contra el terrorismo y que no solo es necesaria sino que además es una cárcel modelo, que respeta a los presos y sigue las convenciones nacionales e internacionales.

Sea cual sea la suerte de Guantánamo, pasará a la historia como una de las peores infamias de Estados Unidos, una terrible mancha en un país que se precia de defender la libertad y los derechos civiles.