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DIOXINA: CARGAMENTO MORTIFERO

Toneles con una de las substancias más tóxicas que el hombre haya fabricado, se hallan desaparecidos en Europa causando una conmoción sin precedentes en ese continente.

30 de mayo de 1983

¿Donde están los 41 toneles de dioxina, el veneno más violento que haya fabricado el hombre, provenientes de Seveso, pequeño pueblo al norte de Italia? Formulada desde hace 7 meses, la pregunta sigue sin respuesta. Ningún gobierno europeo dice conocer su paradero. Su fabricante, la multinacional suiza Hoffmann-La Roche reconoce haberla confiado a una empresa especializada en la eliminación de desperdicios industriales pero dice ignorar hacia qué país fue dirigida. El encargado de esa misión, en cambio, el francés Bernard Parigaux, sabe pero guarda silencio. "Por razones profesionales", afirma el juez que instruye el caso. "Por dinero" afirman algunos periódicos, como el semanario alemán "Stern" que habla de una comisión de un millón de dólares.
Ese mutismo, ese misterio en torno a la desaparición de los 41 toneles de dioxina, explica la inquietud y el miedo que ha ido creciendo en Europa frente a los residuos industriales. Entre ellos, la dioxina parece ser el más tóxico de todos. Sus efectos han sido bien observados en Vietnam, en donde los Estados Unidos esparcieron, durante la guerra, importantes cantidades.
Algunas cifras son elocuentes: un gramo de dioxina puede provocar la muerte de mil toneladas de ratas. Un microgramo alcanza a producir cáncer del hígado y solo 0.6 microgramos bastan para causar deformaciones congénitas en un feto.
Los 41 toneles de Seveso contienen, según la asociación ecológica Green Peace, unos 300 gramos de dioxina. Otro kilo, agrega la asociación, permanecería pegado a los tubos y al reactor de la fábrica Icmesa, sucursal de Hoffman-La Roche en Seveso.
Situada a 18 kilómetros de Milán, esa filial fabricaba oficialmente cosméticos y medicamentos desde 1965, a base de un bactericida cuya elaboración requiere la utilización de triclorofenol, alcohol halógeno de toxicidad media pero que sometido a altas temperaturas produce la dioxina.

LA CATASTROFE
¿Fue precisamente esto lo que sucedió el 10 de julio de 1976? Todo parece indicar, en efecto, que la temperatura superó los 400 grados y que la explosión fue evitada gracias a la apertura de una válvula de seguridad pero, contrariamente a lo estipulado para tales construcciones, los gases no se dirigieron hacia un receptáculo particular (inexistente al parecer) sino que escaparon formando una nube que se dirigió sobre Seveso y los demás pueblos vecinos: Cesano, Meda, Barruco, Desio...
A pesar de ello, los responsables de la fábrica no informaron a las autoridades locales. Sólo cinco días después, ante los signos evidentes de contaminación (animales muertos, plantas marchitas, erupciones cutáneas) el alcalde ordenó una investigación a la fábrica y pidió a la población abstenerse de consumir legumbres, frutas y leche, aun hervida, producidas en la región.
Hechos públicos días más tarde los resultados fueron categóricos: se trataba de una contaminación de dioxina, poderoso veneno contra el cual no se ha inventado un antídoto. Las autoridades italianas tardaron aún tres días para dividir la región en zonas -según el grado de contaminación-, evacuar 763 personas del área más peligrosa sin permitirles trastear absolutamente nada y declarar que más de cien mil personas podían haber sido afectadas por la dioxina.
Después de un año de atención particular y cinco de relativo silencio, la catástrofe de Seveso volvió a la actualidad, el 28 de septiembre pasado, cuando se reunió en París el Comité Científico de la Convención de Londres, creado para medir la contaminación de los mares por inmersión de desperdicios industriales. Italia, que no ha adherido a la convención, estaba presente.
Sintiendo la presión subir, el presidente regional de Lombardía -en donde se encuentra Seveso- desmiente haber querido sumergir un reactor contaminado con esa substancia y comunica que la dioxina se encuentra en 41 toneles que deben ser llevados fuera de Italia para ser enterrados, declaración que los responsables de Hoffman-La Roche precisan más tarde, al informar que los toneles ya no se encuentran en Italia sino que han sido trasladados a un vertedero autorizado para recibir hasta 150 toneladas de productos contaminados por la dioxina. ¿En qué fecha y en qué lugar? La multinacional no responde dando lugar a todo tipo de suposiciones y aumentando la inquietud de los europeos.
En París, el ministerio del Medio Ambiente presenta entonces los resultados de su propia investigación:los 41 toneles llegaron a Francia el 10 de septiembre escoltados, hasta la frontera, por la policía italiana y por otras personas entre las que se encuentra el senador Luigi Noe, responsable de la comisión de descontaminación de la región de Seveso. El camión se dirigió hacia Marsella y de ahí a San Quintín, más al norte, en donde no existe ningún vertedero, probablemente para confundir las pistas o para trasladar su cargamento hasta Amberes, con el fin de embarcarlo hacia Alemania Oriental.
La última hipótesis parece basarse en la llegada, el 14 de septiembre, a ese puerto, de un barco incinerador con el cual había trabajado a menudo el francés encargado de eliminar la dioxina. El barco permaneció cuatro días y zarpó para no volver sino hasta el 28. Lapso suficiente, se dice en París, para efectuar un viaje desde Amberes hasta cualquier puerto de Alemania Oriental que, en el pasado, ha recibido ese tipo de mercancías mediante una jugosa comisión.
Ninguna otra pista ha sido descartada. Y estas multiplican como la psicosis de dioxina. En Alemania, por ejemplo, basadas en simples sospechas, las autoridades ordenaron varias excavaciones (Mulchehagen, Hohenegglesen) sin resultados.
A Seveso, siete años después del drama, nadie quiere recordarlo. Su único testimonio sigue siendo la fábrica Icmesa de ladrillos rojos en donde debidamente protegidos, varios grupos de obreros suizos siguen trabajando para desmontar el reactor contaminado que teóricamente debe salir de Italia. El resto ha sido destruido y será enterrado en dos cubas de 80 y 150 mil metros cuya hermeticidad e impermeabilidad parecen aseguradas.
La primera cuba ya ha sido acabada. Contiene, además de la vegetación y las ruinas de las casas, una capa de tierra de 25 a 60 centímetros de la zona más expuesta que ha sido necesario recoger. La segunda se terminará en 1984 y dentro de algunos años, un inmenso bosque, de 200 hectáreas cubrirá la región más afectada.
Entre la población la catástrofe de 1976 ha sido, en parte por lo menos, superada. Tres cuartos de los habitantes han vuelto y los más optimistas no vacilan en afirmar que en pocos años Seveso volverá a cultivar sus frutas y legumbres.
Hoffmann-La Roche no es ajena a ese estado de espiritu. La multinacional ha pagado bien: unos 3.800 millones de pesos repartidos entre unas treinta mil personas y varias comunas.
¿Esto significa que la catástrafe ecológica de Seveso debe ser definitivamente archivada? No, responde un grupo de médicos. Primero porque las anomalías registradas en la región han alcanzado el promedio nacional mientras que antes de 1976 eran inferiores y, en segundo lugar, porque siete años no bastan para asegurar que las personas afectadas no presentarán, en el futuro, nuevas anomalias.
La prensa señala unánimemente cómo la catástrofe de Seveso ha llamado la atención de la opinión pública sobre un problema grave y peligroso: la eliminación de los residuos industriales que suman, en la Comunidad Europea, 150 millones de toneladas anuales, tres de ellas compuestas de productos de alta toxicidad y que son, a diario, arrojados al océano Atlántico, en altas proporciones.
En lo inmediato, esta movilización se ha traducido en tres resultados: la sociedad alemana Bayer ha tenido que reconocer que uno de sus productos empleado en los 60.000 transformadores instalados en escuelas, hospitales, en el parlamento y la Cancillería puede, en caso de incendio, generar un gas tóxico peligroso.
La prensa ha hecho resaltar, en fin, el papel de los ecologistas y el de los consumidores. Estos, a través de su oficina europea, han hecho un llamamiento a los médicos, agricultores y consumidores para boicotear los productos Hoffmann-La Roche hasta que esa sociedad decida indicar qué pasó con los 41 toneles de dioxina de Seveso.