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DOMINUS VOBISCUM

Misa en latín, sotana obligatoria y combate al modernismo, algunas causas del nuevo cisma de la Iglesia Católica.

18 de julio de 1988

La Santa Madre Iglesia también tiene hijos rebeldes. De hecho, el más reciente cuenta con la venerable edad de 83 años, pero no por ello ha bajado la guardia. Esa impresión quedó clara el miércoles pasado en el seminario de Econe, en Suiza, donde varios periodistas asistieron a una conferencia de prensa otorgada por monseñor Marcel Lefebvre, el arzobispo francés que desde hace casi dos décadas se ha convertido en la Némesis del Vaticano.
A la cabeza del ala integrista de la iglesia católica que predica por una vuelta a la tradición y un rechazo a las conclusiones del Concilio Vaticano II (que liberalizó a mediados de los años 60 varias prácticas de la iglesia), Lefebvre dejó en claro que ya ha llegado al punto de no retorno. A pesar de la oposición de Roma, este 30 de junio el arzobispo rebelde se propone ordenar a cuatro obispos de su orden, la fraternidad de San Pío X. Si lo hace -como seguramente lo hará- Lefebvre será excomulgado al igual que sus seguidores, dando origen a lo que los especialistas califican como un cisma. Una vez más en su historia, la iglesia católica estará perdiendo definitivamente algunas ovejas descarriadas.
Claro que en este caso, la situación para Roma no es grave. El cisma lefebvrista no se compara con la división que dio origen a la iglesia ortodoxa en el año 1054, ni con la de la iglesia protestante en 1517 y ni siquiera con la de la iglesia anglicana en 1534. A lo sumo, el Vaticano perderá unos cuantos miles de fieles concentrados ante todo en Francia, Suiza y Alemania Federal.
Eso no disimula, claro está, la seriedad de la situación. Como toda institución que se respete, el Vaticano desea preservar la unidad de sus miembros y considera lamentable el lío creado por Lefebvre.
Fue tal vez esa la razón por la cual Roma intentó hasta el último momento llegar a un arreglo. En una actitud conciliadora que fue criticada por las diócesis de Francia y Suiza varios cardenales enviados por el Papa Juan Pablo II se entrevistaron repetidamente con el obispo cismático quien finalmente decidió romper todo contacto, después de que hace un mes y medio se hubiera conseguido un principio de acuerdo.
La decisión de hacer toldo aparte parece no molestarle al tozudo obispo francés. Nacido en 1905 en un pueblo cerca de Lille, Marcel Lefebvre se crió en una familia muy religiosa (cinco de sus ocho hermanos entraron a la iglesia) y en 1929 fue ordenado sacerdote. Enviado como misionero al Africa, escaló rápidamente posiciones y en 1948 ya era delegado del Vaticano para toda el Africa occidental. Fue al parecer alli, enfrentado a otras religiones y especialmente la islámica, que Lefebvre se conveció de que el rito catálico debía permanecer puro. Cuando en 1962 fue trasladado a Francia, el arzobispo ya se destacaba como uno de los "duros" de la jerarquía gala.
Los problemas no comenzaron, sin embargo, hasta 1970 cuando Lefebvre fundó en Econe, Suiza, la hermandad sacerdotal de San Pío X que fue inicialmente reconocida por el arzobispo de Friburgo. Su oposición a la modernización de la iglesia condujo a que en 1975 se le retirara el reconocimiento de la orden. No obstante, en junio. del mismo año Lefebvre ordenó los primeros tres religiosos de su congregación.
Ese acto fue considerado como un desafío por Roma y en 1976 el Papa Pablo VI lo suspendió a divinis (prohibición de ejercer el oficio eclesiástico). Al cabo de un corto periodo de sumisión el arzobispo francés volvió por las suyas. Como consecuencia, la red integrista creció y hoy en día la fraternidad de San Pío X está presente en 28 países (incluidos un seminario en Argentina y otro en Estados Unidos) y cuenta con unos 260 religiosos.
La crisis, no obstante, se había venido evitando debido a que Lefebvre no había ido más allá y a los ánimos conciliatorios de Juan Pablo II. Incluso en mayo pasado el arzobispo francés y el cardenal Ratzinger, en representación del Vaticano, alcanzaron a firmar un protocolo de paz. Sin embargo, Lefebvre se impacientó por lo que consideró como una dilación inexplicable de Roma. Mientras el Vaticano le ofrecía nombrar un obispo el 15 de agosto, el religioso francés insistió en el 30 de junio.
Es esa pequeña diferencia de fechas la que en últimas es la causante del cisma. Obviamente, los desacuerdos profundos subsisten pero en último término Roma estaba dispuesta a permitirle a Lefebvre hacer las cosas a su modo.
Este entre otra cosas, insiste en la vuelta a la misa en latin, a la intervención de la iglesia en los asuntos de Estado, a la sotana obligatoria para los curas y a la postura dura frente a otras religiones. En frentes diferentes al eclesiástico, el arzobispo no es ninguna santa paloma. Lefebvre se declara partidario de Pinochet en Chile y de Le Pen en Francia. Combate a la televisión y a las píldoras anticonceptivas, y piensa que la iglesia está llena de "modernistas".
Adicionalmente, dice que "estar excomulgado me es indiferente". A sus 83 años este terco francés no piensa dar un paso atrás y sostiene que por ahora la única esperanza para el Vaticano "es rezar para que me muera antes del 30 de junio".