Home

Mundo

Artículo

ESTADOS UNIDOS

Donald Trump: el abrazo de Putin

Las cortinas de humo y las amenazas no la han servido al magnate para deshacerse del escándalo sobre sus relaciones con el gobierno ruso, que tienen en riesgo a su gobierno.

25 de marzo de 2017

El director del FBI, James Comey, no pudo ser más explícito cuando habló el lunes ante el Congreso sobre la intervención del Kremlin en las elecciones del año pasado. “El FBI está investigando los esfuerzos del gobierno ruso para interferir en la elección presidencial de 2016, y eso incluye cualquier conexión entre la campaña de Trump y ese gobierno”, dijo. Sin embargo, este no había terminado de hablar cuando el presidente publicó en la cuenta oficial de la Casa Blanca un trino en el que afirmaba exactamente lo contrario: “La NSA y el FBI le dijeron al Congreso que Rusia no influyó en el proceso electoral”. 

Pero, entonces, ¿entendió mal? ¿Cometió un error tipográfico? ¿Fue víctima de un ‘hackeo’? Ninguna de las anteriores. Aunque el propio Comey reiteró sus palabras durante la audiencia, Trump no borró el polémico trino ni mucho menos lo explicó. De hecho, no volvió a referirse a lo que a todas luces era una mentira que buscaba confundir al público sobre lo que estaba sucediendo en el Congreso. 

Aunque una de las claves de la personalidad de Trump es no aceptar ningún error ni reconocer ninguna derrota, esa respuesta por Twitter tiene que ver con una cuestión mucho más amplia que el orgullo del presidente. Pues cada semana trae graves revelaciones sobre los contactos entre la campaña republicana y el círculo de Vladimir Putin, y lo que está en juego hoy es la supervivencia del gobierno de Trump.

Le puede interesar: El jefe de campaña de Trump ocultó que había trabajado para Rusia

Pues la declaración de Comey significa nada menos que hay una investigación oficial de muy alto nivel para determinar si las múltiples comunicaciones entre el Kremlin y la campaña de Trump tuvieron como fin coordinar una estrategia electoral en contra de Hillary Clinton. Y en plata blanca, eso quiere decir que las agencias de inteligencia gringas tienen serios indicios de que un grupo político actuó en connivencia con una potencia extranjera para alcanzar el poder. “En mi criterio, eso equivale a un acto de traición”, escribió el jueves el influyente columnista de The New York Times Nicholas Kristof. 

A su vez, Comey dejó en el aire la afirmación de Trump por Twitter según la cual su antecesor Barack Obama le había chuzado el teléfono. “El departamento no tiene información que soporte esos tuits”, dijo. Y agregó que “ningún presidente podría hacerlo” y le recordó al mandatario que ese tipo de acciones no dependen del Ejecutivo, sino de un juez. Pese al tono pausado de Comey, sus palabras fueron un duro revés para el presidente e incluso el copresidente de la Comisión de Inteligencia de la Cámara que investiga los lazos de Trump con Rusia, Devin Nunes, reconoció que estas habían dejado una “enorme nube gris” sobre la Casa Blanca.

 Las malas noticias para la Casa Blanca no se limitaron a los anuncios de Comey. Según una investigación de la agencia AP  publicada el miércoles, el director de la campaña de Trump entre marzo y agosto de 2016, Paul Manafort, trabajó en secreto entre 2005 y 2009 para el magnate del aluminio ruso, Oleg Deripaska, con el fin de “beneficiar en gran medida al gobierno de Putin”. 

El informe explica que ambos firmaron en 2006 un contrato por 10 millones de dólares anuales para anular a la oposición antirrusa en las antiguas repúblicas exsoviéticas y sobre todo para “influir en la política, los negocios y los medios de Estados Unidos” a favor de Moscú. “Este esfuerzo ofrecerá un gran servicio que permitirá reenfocar, tanto interna como externamente, las políticas del gobierno de Putin”, escribió Manafort en un informe de 2005 dirigido a Deripaska. 

La investigación de AP no precisa en qué consistió la ayuda que Manafort le prestó al gobierno ruso ni si esta alcanzó los resultados esperados. Pero su contenido se convirtió en una verdadera papa caliente para el exdirector de campaña de Trump por varias razones. 

Por un lado, no es la primera vez que los contactos de este lobista con Rusia causan polémica, pues en 2016 tuvo que renunciar a dirigir la campaña del magnate cuando un informe de la Oficina Anticorrupción de Ucrania publicó una denuncia según la cual este había recibido unos 13 millones de dólares del Partido de las Regiones, un movimiento prorruso vinculado al expresidente Víktor Yanukóvich.  

En su momento, Manafort afirmó que esas acusaciones eran “infundadas, tontas y sin sentido”, y dijo a través de un abogado que solo buscaban enlodarlo. El lunes, sin embargo, el parlamentario ucraniano Serhiy A. Leshchenko publicó un documento  de 2009 en el que este reconocía haber recibido 750.000 dólares a través de una cuenta offshore por la venta de equipos informáticos, que es el esquema que las autoridades creen que Manafort usó para disfrazar los pagos del Partido de las Regiones.

Por el otro, Manafort ha negado una y otra vez haber mantenido contactos con Rusia, por lo que el descubrimiento de un vínculo tan estrecho con uno de los hombres de confianza de Putin representa un nuevo revés no solo para su credibilidad, sino también para la de Trump. De hecho, el magnate solo aceptó a principios de enero que era posible que el Kremlin estuviera detrás del ‘hackeo’ de los computadores de su contrincante, Hillary Clinton, cuando el FBI, la CIA, la NSA y otras agencias de inteligencia estadounidenses respaldaron esa tesis y le presentaron varias pruebas en su oficina. 

Recomendamos: Elmo fue ‘despedido’ de Plaza Sésamo por órdenes de Donald Trump

No obstante, este ha insistido en que solo fue un beneficiario pasivo de una situación que los demócratas provocaron con su irresponsabilidad y por no ser “inteligentes” como él. Y esto sin importar que su asesor de seguridad, Michael Flynn, haya tenido que renunciar a su cargo tras comprobarse que ocultó varias reuniones con el embajador ruso, Sergey Kislyak, en momentos clave de la campaña. O que su fiscal general, Jeff Sessions, haya tenido que inhibirse de participar en investigaciones sobre los vínculos entre la campaña Trump con Moscú tras mentirle al Congreso sobre sus encuentros con Kislyak. O que incluso su propio yerno haya participado en uno de esos encuentros en la Torre Trump.

Pánico en la Casa Blanca

Hasta ahora, la estrategia de la Casa Blanca ha consistido en crear una narrativa alterna según la cual los contactos con Moscú no existieron, o han sido groseramente exagerados por una prensa demasiado favorable a los demócratas. Durante meses, ha insistido también en que el problema no son los ciberataques rusos durante la campaña ni los contactos de su equipo con Moscú, sino las filtraciones de información desde la Casa Blanca. 

“La verdadera historia que el Congreso, el FBI y todos los otros deberían estar siguiendo es la filtración de información clasificada. ¡Hay que encontrar al soplón de inmediato!”, trinó el lunes desde su cuenta personal poco después de la comparecencia de Comey en el Congreso. Y seguidamente, por el mismo medio envió otro mensaje apuntando hacia su antigua contrincante: “¿Y qué hay de todos los contactos de la campaña de Clinton con Rusia? Además, ¿es cierto que el Partido Demócrata no quiere dejar que el FBI investigue?”. 

Esos mensajes tuvieron poca acogida. Pero es comprensible que el presidente insista en esa estrategia de distracción, pues durante la campaña presidencial esta le permitió dominar el ciclo de noticias cubriendo sus crisis con nuevas seudorrevelaciones que a su vez ahogó con escándalos aún más explosivos. Sin embargo, también es claro que su turbia relación con Rusia le ha pasado factura, y eso se ha reflejado en una popularidad del 39 por ciento, según la última encuesta de Gallup. 

La explicación tiene que ver con que una cosa es ser un candidato presidencial, y otra muy distinta dirigir el gobierno de Estados Unidos. Como dijo a SEMANA Stéphanie Martin, profesora de Comunicaciones de la Universidad Metodista del Sur, “no solo todos los reflectores están dirigidos hacia Trump, sino que existen cuerpos de prensa que se dedican 24 horas al día a cubrir las noticias de la Casa Blanca. Y su misión es muy diferente de los medios durante una campaña, cuando se sabe que los candidatos hacen afirmaciones estrambóticas solo para llamar la atención”.

A su vez, el propio Trump se ha encargado de alimentar la polémica insistiendo en que sus relaciones con Rusia son sencillamente “noticias falsas”, incluso después de que el propio Comey lo contradijera frente al Congreso. Y a eso se suman las explicaciones cantinflescas que han dado sus subalternos para respaldarlo, con lo que se ha erosionado la confianza no solo en el presidente, sino en todo el gobierno. 

De hecho, uno de los indicios más fuertes del impacto que tuvieron las palabras de Comey y las revelaciones sobre Manafort han sido las reacciones de la Casa Blanca. El portavoz de esta, Sean Spicer, dijo el miércoles en una rueda de prensa que Manafort solo fue un “empleado de Trump durante cinco meses”, y comparó la relación entre ambos con la que se tiene con “alguien que se sienta al lado en un avión”. Semejante afirmación no solo despertó risas, sino también indignación y se suma a una tendencia que ha marcado todo el gobierno de Trump.

“Las mentiras de Trump y sus subalternos han causado una reacción adversa en la burocracia, compuesta por profesionales que se han negado a seguir las órdenes de la Casa Blanca y que muchas veces las han contradicho”, dijo en diálogo con esta revista David H. Schanzer. De hecho, su evidente falta de preparación y su desprecio por los hechos han acabado con la deferencia con la que de costumbre las cortes tratan al Ejecutivo, y ya se ha traducido en medidas concretas como el bloqueo de su veto antimusulmán. 

Esto no se acaba acá

Sin embargo, el presidente no está contra la pared. Pues por un lado, sigue contando con una alta popularidad entre los republicanos superior al 80 por ciento. A su vez, la politización extrema del gobierno estadounidense sigue jugando a su favor, pues independientemente del nivel de sus escándalos, las mayorías conservadoras del Congreso están dispuestas a hacerse los de la vista gorda con tal de que les permitan adelantar su agenda. Así lo demostró el propio representante Nunes, que el miércoles compartió información clasificada con Trump y varios periodistas, antes de hacerlo con el comité que dirige e investiga al presidente por sus contactos con Rusia.

Esta se refería a la recolección “accidental” de comunicaciones de miembros de la campaña republicana con personas vigiladas por las autoridades, como el embajador Kislyak y otros miembros de la Cancillería rusa. Y aunque los medios y el público general ya sabían que las escuchas de las comunicaciones de Flynn, Sessions y otras figuras republicanas se habían desencadenado por esas razones (y no por una orden de Obama), Trump usó sus palabras como una reivindicación de sus acusaciones. “Aprecio mucho que hayan hecho esos hallazgos”, dijo.

Puede leer: La investigación del FBI a Trump muestra que está en juego la democracia en EE.UU

La situación de Trump no deja de ser irónica, pues uno de sus argumentos de campaña para derrotar a Hillary Clinton fue que elegir a una persona investigada por el FBI era una invitación al desgobierno. Hoy, se sabe que detrás de las acusaciones contra la candidata demócrata no había gran cosa y que desde julio del año pasado las autoridades tenían serias sospechas sobre las relaciones del magnate con Rusia.