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¿Trump está dando palos de ciego?

El presidente de Estados Unidos y sus colaboradores más cercanos les están hablando duro a Siria, Rusia, Irán y Corea del Norte. Sin embargo, los verdaderos destinatarios de esos ataques son sus críticos dentro del país.

15 de abril de 2017

El lunes en la tarde, la noticia de que el grupo de combate liderado por el portaaviones nuclear Carl Vinson y el crucero Aegis regresaba a las cercanías de la península de Corea preocupó a muchos alrededor del mundo. Habían visto al presidente Donald Trump renegar de la política aislacionista de su campaña al atacar a Siria, y ahora parecía dispuesto a jugar una carta igualmente peligrosa ante Corea del Norte.

Sus temores no se han disipado, pues Trump ha acostumbrado a los observadores a lo inesperado. La presencia del portaaviones en aguas coreanas coincide este sábado con la fiesta del 105 aniversario del padre de Corea del Norte, el difunto Kim Il-sung, que el régimen de su país suele conmemorar desafiando a la comunidad internacional con alguna provocación bélica como un ensayo balístico o nuclear. Por eso, un incidente potencialmente explosivo no podía descartarse.

Las tensiones entre Washington y Pyongyang no son nada nuevo. Pero la decisión de enviar ese escuadrón a una de las zonas más tensas del planeta marca una diferencia del cielo a la tierra con el discurso antiintervencionista que Trump promovió durante la campaña. “Corea del Norte está buscando problemas”, trinó el martes por la mañana. “La situación se ha intensificado y alcanzado un cierto nivel de amenaza que requiere tomar acciones”, había dicho un día antes su secretario de Estado, Rex Tillerson.

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No se trata de un hecho aislado. Tras el bombardeo de la base aérea desde donde partió el ataque con gas sarín que la semana pasada dejó un centenar de muertos en Siria, el gobierno de Trump ha multiplicado las declaraciones y acciones que no parecen ajustarse a la política de America First (Estados Unidos primero) que defendió hasta principios de la semana pasada. “No soy, y no quiero ser, el presidente del mundo”, había dicho apenas 24 horas antes de lanzar el ataque y de cambiar diametralmente el tono de su política exterior.

Sin embargo, no parece haber unanimidad en el alto gobierno sobre las intenciones del ataque a Siria. El lunes, la embajadora ante Naciones Unidas, Nikki Haley, dijo en CNN que su país no solo se proponía sacar al presidente sirio Bashar al Asad del poder, sino también “remover la influencia iraní” de la región. El martes, la Casa Blanca acusó a Moscú de “encubrir” a Al Asad, y dijo que el Kremlin debía elegir entre alinearse con su país o seguir apoyándolo junto con Irán y su milicia armada palestina Hizbulá.

Por su parte, a principios de la semana, durante la cumbre del G7 en Italia, Tillerson trató al gobierno de Vladimir Putin de “incompetente” por no haber cumplido su parte de recibir las armas químicas tras el pacto con la Presidencia de Barack Obama, y dijo que Moscú está interviniendo en las elecciones europeas con los mismos métodos que usó para influir en los comicios de Estados Unidos (sin especificar que el principal beneficiario de esa situación fue el propio Trump). Pero en otras declaraciones a la cadena ABC, sostuvo el domingo que sacar a Al Asad era un asunto interno que concernía a los propios sirios.

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A su vez, el cambio de 180 grados en la política exterior tiene a sus aliados y a sus enemigos igualmente aterrados. Y en particular a Vladimir Putin, que el miércoles recibió a Tillerson tras varias horas de espera y dijo que con Trump las relaciones entre ambos países se han “deteriorado”.

Por otro lado, detrás del tsunami de palabras de la administración Trump, lo cierto es que las situaciones que están denunciando existían desde mucho antes de que este llegara al poder. Corea del Norte lleva casi una década construyendo armas nucleares y amenazando al mundo con usarlas. El del martes 4 de abril no es el primer ataque químico que el gobierno de Al Asad perpetra este año y se calcula que durante toda la guerra ha realizado más de 100. Rusia ha apoyado a ese gobierno desde 2015 e Irán le ha suministrado hombres y armamentos desde el principio de la confrontación. Así que en el escenario internacional no hay ninguna razón que explique el viraje extremo en la política exterior del presidente Trump.

¿Le sonó la flauta?

La explicación apunta a dos razones. Por un lado, la semana pasada salió del Consejo de Seguridad Nacional el asesor Steven Bannon, que promovía políticas neofascistas y aislacionistas. Tras una larga disputa con el yerno de Trump, Jared Kushner, fue apartado de esa posición, al tiempo que cobraron relevancia las consideraciones geopolíticas de generales experimentados como su secretario de Defensa, James Mattis, o su asesor de seguridad, Herbert McMaster.

Por el otro, el ataque del jueves significó un balón de oxígeno para Trump cuando más lo necesitaba. Desde su llegada a la Casa Blanca había proyectado un ambiente de caos y disputas internas, y había fracasado en proyectos clave como el veto migratorio antimusulmán o el desmonte del Obamacare, mientras gravitaban en su contra conflictos de interés por no haberse separado de sus negocios familiares, disidencias en su Partido Republicano, una popularidad históricamente baja y sospechas de que colaboró con el Kremlin para alcanzar la Presidencia.

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Pero con el ataque a Siria todo eso pasó a un segundo plano y la oposición demócrata quedó a la defensiva, pese a que el bombardeo tuvo pocos efectos (24 horas después la base aérea ya funcionaba de nuevo). Tras conocerse la noticia, Adam Schiff, el senador demócrata que investiga los vínculos de Trump con Rusia, celebró el ataque y le pidió al Congreso aprobar más. Nancy Pelosi y Chuck Schummer, los líderes de ese partido en el Senado y en la Cámara, dijeron que “era lo que había que hacer” y calificaron de “proporcional” el bombardeo. Algunos colegas afirmaron que la acción había sido “ilegal” o “inconstitucional”, pero ninguno la condenó.

Algo similar sucedió entre los republicanos, donde sus principales críticos, los senadores John McCain y Lindsey Graham, emitieron un comunicado conjunto en el que calificaron el ataque como un “primer paso” y desearon que el “éxito táctico condujera a un progreso estratégico”. Incluso el influyente comentarista liberal Nicholas Kristof de The New York Times dijo que Trump “había hecho lo correcto”.

Es difícil saber si la decisión de bombardear a Al Asad obedeció a un análisis estratégico o a una reacción emocional. Pero este le permitió alcanzar el triple objetivo de quitarse de encima el mote de ‘aislacionista’, aplacar a los intervencionistas de ambos partidos y sobre todo distanciarse de Putin. A su vez, las últimas encuestas indican que su popularidad ha comenzado a crecer.

Sin embargo, los riesgos de esa estrategia son grandes. Con el paso de los días quedó claro que la Casa Blanca no tiene una posición definida sobre Siria y Corea del Norte, y que sus amenazas podrían tener el efecto contrario al esperado. ¿Qué haría Trump si Damasco vuelve a usar armas químicas o si Pyongyang realiza otro ensayo nuclear? La retórica de esta semana ha sido de tal nivel que, para no parecer unos simples bocones, a Trump y a su equipo les quedarían pocas opciones fuera de una acción militar directa.

En el caso de Siria, eso significaría sumar una nueva guerra a la que Estados Unidos ya sostiene contra Isis en Irak, donde la batalla de Mosul ha sido mucho más compleja que lo esperado (ver artículo). En el de Corea del Norte, eso dispararía las posibilidades de que el régimen de Pyongyang se sienta acorralado y decida jugarse el todo por el todo. Y eso significa recurrir a su arsenal nuclear.