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Trump es un consumidor permanente de los programas televisivos, particularmente los de entretenimiento. | Foto: Fotomontaje SEMANA

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Trump y la prensa: guerra perpetua

Conviven en mundos paralelos donde no se pueden poner de acuerdo en algo tan elemental como qué es realidad y qué es ficción.

Alfonso Cuéllar
20 de enero de 2017

El hijo de Michael Flynn, el nuevo asesor de seguridad nacional de la Casa Blanca, compartió esta semana un artículo que describe las reformas a las agencias de inteligencia que planea implementar su padre en el cargo. Me llamó la atención en particular una: su recomendación de que se establezcan centros de control y crisis idénticos a los del programa de televisión 24. En la serie, allí comparten pupitre y sitios de trabajo agentes y analistas. Me pregunto si Flynn también se imagina que las crisis en vida real durarán sólo 24 horas. Se desconoce si se contempla también la contratación del superagente Jack Bauer, protagonizado por el actor Kiefer Sutherland.

Flynn no es el único fascinado con la pantalla chica. Cuando era precandidato a la Presidencia, a Donald Trump le preguntaron a quién consultaba sobre asuntos militares. Dijo que miraba los programas de noticias y entrevistas, en las cuales participaban varios “estupendos generales”.

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Durante la campaña, Trump respaldó la utilización de métodos como el ahogamiento simulado (waterboarding) -que son ampliamente criticados en el mundo real mas muy efectivos en 24-. Allí el terrorista confesó dónde puso la bomba sólo después que Jack Bauer lo hubiera torturado. No antes. En su primera reunión con el general James Mattis, a quien Trump nominaría para secretario de Defensa, el entonces presidente electo expresó su sorpresa cuando supo que el exmilitar se oponía a la tortura. Mattis le dijo que no era útil. Que se lograba más con un paquete de cigarrillos y unas cervezas.

A diferencia de Obama, que se considera un voraz lector -dedicaba una hora diaria a los libros- y cuyo interés por la televisión se limitaba al canal de deportes ESPN, Trump es un consumidor permanente de los programas televisivos, particularmente los de entretenimiento. Eso explica sus frecuentes comentarios en Twitter sobre temas intranscendentes como los premios Golden Globe o sobre la infidelidad de la actriz Kristin Stewart.

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Y como el 40 % de sus votantes, según lo reveló un estudio de Pew, su principal fuente de noticias es Fox News, la cadena de derecha (¿ultraderecha?). Durante años Fox News ha acusado a los medios tradicionales (CNN, NBC, CBS, ABC, The New York Times, The Washington Post) de tomar partido por los demócratas y de divulgar información falsa o tergiversada. Así Fox News y locutores radiales como Rush Limbaugh convencieron a un sector significativo de los votantes republicanos de desconfiar de los medios de siempre. Trump es uno de ellos.

En una entrevista reciente en el Times de Londres, Trump se quejó por enésima vez de la prensa. "Pensé que haría menos trinos". Pero la prensa me cubre tan deshonestamente, tan deshonestamente, que puedo poner en Twitter una respuesta rápida que será vista por millones" de sus seguidores.

Después de la televisión, internet es otra fuente de información para Trump. Le otorga una alta credibilidad a lo que se publique. "Todo lo que sé es lo que está en internet", explicó en el programa Meet the Press de la NBC. The New York Times publicó este miércoles diez instancias en las cuales el presidente elegido por los estadounidenses diseminó noticias falsas o rumores sin sustento. Alegó, por ejemplo, que un año Obama no les deseó Navidad a los estadounidenses; en otra, citó un informe que calculaba el desempleo en 18 % y no el 6 % que proclamaban las cifras oficiales.

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Aún hoy Trump no se ha retractado de ninguno de esos cuentos. Insiste que los que están equivocados son los medios tradicionales, partícipes de una conspiración contra él y sus simpatizantes.

En un trino del 18 de enero del 2017 acusó a NBC News de propagar noticias falsas. La semana pasada, en su única rueda de prensa como presidente electo, cuestionó la integridad periodística de CNN.

No hay evidencia alguna de que cese esta relación conflictiva con los medios. Conviven en mundos paralelos, donde, según explicó una vocera de Trump, los hechos objetivos no existen. Un mundo en el cual la verdad depende de su punto de vista y no del rigor científico. En síntesis, toda versión tiene el mismo peso por desmesurada que sea.

Esa visión choca contra los cánones del periodismo, representada por el eslogan de The New York Times: "Todas las noticias que vale la pena publicar". Para los medios gringos, estas deben ser basadas en hechos objetivos.

Este abismo que separa a Trump de quienes van a reportar sobre su gestión, indudablemente crecerá con cada artículo crítico.

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Y la respuesta del presidente de Estados Unidos a esas publicaciones acrecentará la confrontación. Es inevitable.

Richard Nixon también odiaba a la prensa. La consideraba una élite enemiga que no lo respetaba y que rehusaba reconocer la legitimidad de su gobierno. Nixon fue elegido y reelegido por el apoyo de lo que él llamó la "mayoría silenciosa". Como Trump. En más de una ocasión, Trump ha expresado su admiración por el único presidente obligado a renunciar por abuso de poder, revelado precisamente por los odiados periodistas.