Home

Mundo

Artículo

DUDAS QUE MATAN

Surgen interrogantes sobre la pureza de las elecciones generales en El Salvador.

25 de abril de 1994

MALA FE O INCOMPETENcia insuperable. Este fue el dilema en que quedaron los obervadores internacionales que vigilaron las elecciones generales de El Salvador del domingo 20 de marzo. Los resultados dieron como ganador al partido de gobierno, el derechista Alianza Republicana Nacionalista (Arena), que con su candidato Armando Calderón Sol alcanzó el 49,2 por ciento de los sufragios. En un distante segundo lugar quedó el ex guerrillero Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) con un 25,2 por ciento. Como para ganar se requiere una mayoría absoluta, es decir, la mitad más uno de los votos emitidos, se trata de un resultado que obliga a la segunda vuelta (que se realizará el 24 de abril), y que a primera vista demostraría que los salvadoreños, cansados de más de 10 años de guerra civil, habrían premiado los esfuerzos por la paz hechos por el presidente saliente, Alfredo Cristiani, e identificado a su partido derechista con la estabilidad y la paz.
Según esa misma lectura, el FMLN, convertido en partido político convencional, habría perdido su atractivo para una masa de votantes que no cree en promesas electoreras. Al fin y al cabo, en estas elecciones votó sólo el 54 por ciento de los electores potenciales, esto es, el mismo porcentaje que lo hizo en los anteriores comicios, cuando la guerra civil estaba en su apogeo.
Ese enfoque optimista se estrella, sin embargo, con las irregularidades del proceso electoral, que los organismos internacionales han calificado, tal vez con un exceso de interés (o desinterés) en el éxito del proceso, como "aceptables". La causa de esa situación podría ser la ineficiencia e incapacidad de la organización de las elecciones. Pero no hay que olvidar que Arena domina el Tribunal Supremo Electoral, y que esa organización política tiene antecedentes que hacen posible cualquier cosa.
El detalle más sobresaliente consiste en que 340.000 tarjetas para votar nunca fueron enviadas a los electores inscritos, por lo que igual número de salvadoreños no pudieron sufragar. Por el contrario, muchos muertos aparecieron en las listas de inscritos. Incluso el ex presidente José Napoleón Duarte y el jefe de los escuadrones de la muerte, mayor Roberto D'Abuisson, ambos fallecidos. Se encontró que varios extintos aparecieron votando.
Representantes de seis de los nueve partidos que participaron en las elecciones señalaron que una de cada seis urnas contenía al final más votos de los que les correspondían según la ley. Félix Ulloa, coordinador de la Junta de Vigilancia Electoral, explicó que el computador contratado por el tribunal fue alterado, y que en muchas urnas, que por ley deberían tener un máximo de 400 votos, se encontraron hasta 1.800. El domingo en la tarde los técnicos opositores fueron expulsados del Centro de Cómputo, mientras se afirma que varias papeletas marcadas a favor de la oposición fueron tiradas a la basura.
Para ello, dicen los críticos, los representantes de Arena en las juntas receptoras de votos portaban brazaletes con los que manchaban las papeletas marcadas a favor de los candidatos de la oposición.
Donde las irregularidades tuvieron mayor impacto fue a nivel local. Muchos alcaldes de áreas rurales no tendrán su legitimidad a toda prueba.
El clima de confrontación creado por las denuncias de fraude bajó, sin embargo, cuando se supo que habría una segunda vuelta y que la oposición había obtenido un importante resultádo en el Parlamento. Pero los riesgos que quedan adelante son grandes.
Si las irregularidades no son, como sostiene el gobierno, producto de la inexperiencia en este tipo de organizaciones, sino, como afirma el FMLN, resultado de la mala fe, El Salvador estaría como al principio. Habría razones para temer que la victoria de Arena (que por otra parte parece segura en la segunda vuelta también) pueda envalentonar a sus miembros a abandonar los compromisos adoptados para firmar la paz.
Lo grave es que hay puntos cruciales pendientes, como la entrega de tierras, la formación de la nueva Policía Civil y otras recomendaciones de la Comisión de la Verdad, sobre todo en el tema de derechos humanos.
Pero el problema es que El Salvador ya no es un campo de batalla de la Guerra Fría, y la política exterior de las grandes potencias tiene otras prioridades como para ocuparse de ese pequeño país. La solución está ahora más que nunca en los propios salvadoreños, quienes, por encima de todo, no quieren volver a ser escenario de una guerra que, en el fondo, siempre les fue ajena.