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La enfermera Teresa Romero fue la primera persona en contraer el virus del ébola por fuera de África. Su caso ha conmocionado a España y tiene en alerta a las autoridades europeas. | Foto: Archivo particular.

EPIDEMIA

Ébola, ¿peligro mundial?

A pesar de contar con sistemas de salud de primer nivel, el manejo de dos casos de ébola en España y Estados Unidos ha puesto en entredicho la capacidad de Occidente de contener la epidemia.

11 de octubre de 2014

Desde que se confirmó a principios de año que la enfermedad hemorrágica que había arrasado con decenas de poblados en África occidental era causada por el siniestro virus del ébola, las autoridades de muchos países han dicho una y otra vez que cuentan con los medios para controlar cualquier caso que se presente dentro de sus fronteras. A su vez, han excluido la posibilidad de que se desate en su territorio una epidemia que ya ha infectado a casi 8.500 personas en Liberia, Guinea y Sierra Leona.

Sin embargo, el manejo de los primeros casos diagnosticados fuera de África –uno en España y otro en Estados Unidos– ha arrojado un manto de duda sobre esa certeza. Ambos países, pese a contar con los conocimientos, la tecnología y el personal para afrontar la enfermedad, fueron sorprendidos con la guardia baja y, al cierre de esta edición, seguían buscando en su territorio personas que hubieran estado en contacto con los enfermos.

Hoy, la pregunta que muchos se hacen es si el mortal virus podría llegar a sus países y si sus sistemas de salud están preparados para controlar un eventual brote. La cuestión cobró mayor relevancia a finales de la semana para los latinoamericanos tras las fuertes sospechas que albergan las autoridades brasileñas de que Souleymane Bah, un guineano que entró al país a mediados de septiembre, sea portador de la enfermedad. A ese temor se sumó el viernes la confirmación de que en Chile ocho personas provenientes de países africanos afectados por el virus estaban siendo examinadas para saber si padecen la enfermedad.

Y aunque aún es lejana la posibilidad de que una pandemia como la que se está viviendo en África se desate en otras regiones del planeta, lo cierto es que el impacto global de la enfermedad dependerá de las medidas que tomen los gobiernos para afrontarla, así como de la prontitud con la que las adopten. Según un comunicado del Banco Mundial publicado el miércoles, la epidemia costará 7.400 millones de dólares este año, pero si no se logra contenerla en 2015, esa cifra se elevaría a los 32.600 millones, es decir el doble de la suma de los PIB de los tres países afectados.

Por su parte, la Agencia de los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades de Estados Unidos (CDC, por sus siglas en inglés), informó que si se logra contener la enfermedad y las víctimas son enterradas correctamente, a febrero de 2015 el virus habría contagiado a menos de 30.000 personas. Pero si el virus continúa expandiéndose al ritmo que viene haciéndolo, para esa fecha el número de infectados podría acercarse al millón y medio de personas. Consecuentemente, el director de esa institución, Thomas Frieden, declaró el brote la peor emergencia sanitaria mundial de los últimos 30 años y advirtió sin ambigüedades: “Tenemos que trabajar ya para que esto no sea el próximo sida”.

Esa comparación resulta aun más inquietante cuando se tiene en cuenta que la tasa de mortalidad de la actual epidemia es superior al 50 por ciento y que no existe ninguna vacuna para tratarla. Y aunque se cree que algunos medicamentos experimentales –como el ZMapp o las vacunas VSV-EBOV y NIAID/GSK– han favorecido la recuperación de algunos pacientes, la directora general adjunta de la Organización Mundial de la Salud (OMS), Marie-Paule Kieny, advirtió el viernes en una entrevista con la agencia Efe que los resultados de los ensayos clínicos solo estarán listos en enero próximo y que existe “la probabilidad real de que ninguna de ellas funcione”.

El ébola en el primer mundo

La actual epidemia de ébola, de lejos la más mortífera de la historia reciente, ha puesto de rodillas no solo a los sistemas de salud de los tres países afectados sino también a sus gobiernos, que se han visto desbordados por un brote que no logran controlar y cuya propagación todo parece favorecer. De hecho, la plaga comenzó en países que acababan de salir de largas y sangrientas guerras, con sistemas sanitarios extremadamente precarios, cerca de una triple frontera y, más grave aún, en centros urbanos densamente poblados y unidos por vía aérea y marítima con el resto del planeta. Como afirmó en una entrevista publicada a principios de mes en el semanario alemán Der Spiegel el profesor Peter Piot, director de la London School of Hygiene & Tropical Medicine y uno de los descubridores del virus a mediados de los años setenta, “esto es lo que la gente llama una tormenta perfecta: cuando cada circunstancia individual es peor que de costumbre y su combinación resulta catastrófica”.

Sin embargo, las más de 4.000 víctimas mortales que ha dejado el brote en África no lograron llamar la atención de la opinión pública mundial como lo hicieron la semana pasada los casos de la enfermera española Teresa Romero, actualmente aislada en un hospital de Madrid, y del liberiano Eric Duncan, fallecido el miércoles.

Los dos casos comparten rasgos relevantes. Por un lado, ambos les comunicaron a las autoridades que se sentían mal, pero estas ignoraron esas señales tempranas, por lo que ahora existen sospechas razonables de que sus familiares y otras personas con las que tuvieron contacto cercano se hayan a su vez contagiado. Por el otro, ambas infecciones han trascendido el aspecto médico, pues el miedo y la incertidumbre hicieron entrar en pánico a las comunidades de sus países, lo que a su vez ha tenido importantes repercusiones políticas. Sin embargo, los casos de Romero y de Duncan también albergan importantes diferencias, que arrojan luz sobre el impacto que han tenido sus respectivas infecciones.

El contagio de Romero, quien al cierre de esta edición se debatía entre la vida y la muerte en el Hospital Carlos III, tiene las particularidades de haberse producido en un país europeo y en un ambiente controlado desde el punto de vista médico. Y si su contaminación tiene aterrada a toda España, el torpe manejo que le han dado las autoridades ha desatado una verdadera ola de indignación entre sus conciudadanos, que han pedido mediante manifestaciones y a través de las redes sociales la renuncia de la ministra del ramo, Ana Mato, a quien han acusado de incompetencia.

En Dallas, donde se registró el contagio de Duncan, las autoridades también han estado en el ojo del huracán desde que se supo que este ciudadano liberiano fue en vano a la sección de Emergencias del Hospital Presbiteriano a finales de septiembre. Allí, a pesar de haberles advertido a las autoridades que venía de la zona de África afectada por la epidemia, lo enviaron de vuelta a casa, donde pudo haber contagiado a otros miembros de su familia y se perdió tiempo precioso a la hora de atenderlo.

Aunque el gobierno de Washington lanzó a finales de septiembre una estrategia para contener la epidemia en África occidental con un presupuesto de 700 millones de dólares y más de 4.000 militares sobre el terreno, el miedo al contagio se ha disparado entre el público estadounidense. Según una encuesta realizada por la cadena NBC y publicada el viernes, más de la mitad de los norteamericanos teme que haya una epidemia nacional y cerca del 60 por ciento piensa que se deberían prohibir los viajes a ese país desde las regiones afectadas por la epidemia. El senador republicano Rand Paul, probable precandidato presidencial, lanzó incluso serias críticas al manejo de la crisis y afirmó que “es un gran error subestimar los problemas que esto podría plantear en todo el mundo. (...). Esto puede salírsenos de las manos”, afirmó.

El miedo, la principal amenaza

Los casos de Romero y de Duncan contrastan con los de los europeos y estadounidenses, infectados repatriados a sus países desde África occidental. De los 15 religiosos, médicos y personal sanitario que desde principios de agosto contrajeron el virus mientras desempeñaban como voluntarios en las zonas afectadas, seis se han curado y cinco están en tratamiento en hospitales de París, Londres, Oslo y tres ciudades alemanas (ver recuadro) sin que se hayan registrado contagios locales ni emergencias sanitarias.

A su vez, el manejo que le ha dado Nigeria al brote que se registró a finales de julio es alentador. Según un comunicado de la Organización Mundial de la Salud (OMS) publicado a finales de septiembre, este país de 165 millones de habitantes –y en el cual se encuentra Lagos, la ciudad más poblada del continente– logró contener la epidemia en su territorio al aplicar “de inmediato y de forma contundente, adecuada y efectiva” los protocolos y las recomendaciones de seguridad para evitar nuevos contagios, por lo que desde finales de agosto no se han registrado nuevos casos de contagio ni muertes por la enfermedad. “Si Nigeria puede controlar desde un primer momento un brote provocado por un virus tan mortífero y sumamente contagioso, cualquier país del mundo puede hacer lo mismo”, concluye el comunicado.

Y aunque no se puede subestimar la amenaza que plantea un virus tan letal como el ébola, los especialistas consultados por esta revista han resaltado las repercusiones que la epidemia puede plantear en otros ámbitos. Como le dijo a SEMANA Mead Over, analista sénior del Center for Global Development, “el costo del miedo puede ser incluso mayor que el de la enfermedad misma, pues por el temor de contagiarse las personas pueden abandonar los campos, las industrias y la mayor parte de sus actividades comerciales, como ya ha sucedido en los tres países de África afectados por la epidemia. Y eso puede ser fatal no solo para las personas, sino también para los gobiernos de los países afectados”.

El mundo asiste hoy con ansiedad a la aparición de una epidemia que ha hecho recordar las peores plagas de la historia. Y aunque existen razones de peso para que la comunidad mundial se movilice, la efectividad de las medidas adoptadas dependerá del nivel de responsabilidad y de calma con el que se enfrente este brote. La humanidad afronta un desafío de marca mayor.

Las peores epidemias de la historia

El ébola no es más que la última de las grandes plagas que han azotado a la humanidad a lo largo de su historia.

• La peste de Justiniano traspasó fronteras en el siglo VI y afectó la recuperación del Imperio romano, llevando a su colapso definitivo y al inicio del Medioevo.

• La peste negra llegó a Europa en el siglo XIV proveniente de Asia y mató a más de 75 millones de personas.

• La gripe española causó por su parte más víctimas que la Primera Guerra Mundial: 50 millones de personas murieron entre 1918 y 1919 a causa de esta enfermedad, que se originó en el estado norteamericano de Kansas.

• En 1979 la Organización Mundial de la Salud confirmó la erradicación de la viruela, una pandemia que causó millones de víctimas en todo el mundo desde los tiempos anteriores a Cristo.

• En 1981 apareció por su parte el virus del VIH, que ha acabado con la vida de cerca de 40 millones de personas.

¿Qué tan preparada está Colombia?

El ministerio de Salud asegura tener los mecanismos para enfrentar el virus. Si bien algunos lo dudan, el riesgo de que llegue sigue siendo remoto.

El Ministerio de Salud aseguró que se han reforzado las medidas preventivas. Fernando Ruiz, viceministro de Salud Pública y Prestación de Servicios, le dijo a SEMANA que el gobierno tiene dos estrategias, “la primera es de contención y consiste en evitar la llegada de personas infectadas. La segunda, tiene que ver con el manejo de llegada de cualquier persona enferma”. Pero Gilberto Montoya, profesor de enfermedades infecciosas en la Universidad de Stanford, dijo a esta revista que “si el ébola llega a Colombia, hay personal médico sobradamente capacitado para enfrentarlo. Pero tendo dudas sobre cómo implementar las medidas. Por eso creo que hay mucho por hacer”. En cualquier caso, el sistema epidemiológico está alerta, si bien las posibilidades de llegada son remotas.