Home

Mundo

Artículo

La participación alcanzó cerca de 50 por ciento de los 50 millones de votantes egipcios.

ELECCIONES

Egipto y la primavera que no fue

Tras las históricas elecciones presidenciales, los egipcios escogerán en segunda vuelta entre un islamista y un exministro de Mubarak. Por eso, muchos creen que la revolución fracasó.

26 de mayo de 2012

Desde el 11 de febrero de 2011, cuando el huracán de la plaza Tahrir tumbó casi 30 años de dictadura de Hosni Mubarak, Egipto quedó en un limbo violento. La revolución no logró el poder y el país quedó en manos de una junta militar. De ahí la importancia de las elecciones que comenzaron la semana pasada, en las que, por primera vez en su historia, los egipcios votaron sin saber de antemano quién iba a ganar.

Mubarak los había acostumbrado a ganar con 90 por ciento de los votos. Por eso, muchos celebraron que 12 candidatos compartieran tarjetón. Como le dijo a SEMANA Eugene Rogan, director del Middle East Centre de la Universidad de Oxford: "En Egipto se organizaron las primeras elecciones presidenciales abiertas de la historia árabe. Quien quiera que salga elegido será, por primera vez, escogido por la gente".

Al cierre de esta edición, y en espera de que el martes fueran anunciados los resultados oficiales, algunos sondeos a boca de urna indicaban que la segunda vuelta sería disputada entre el exprimer ministro Ahmed Shafiq y el islamista Mohamed Morsi.

Shafiq fue comandante de la Fuerza Aérea y primer ministro de Mubarak cuando expiraba la dictadura. Es antiislamista y promete aplastar el caos y la crisis económica. Morsi, de la poderosa Hermandad Musulmana, hizo campaña con una consigna inequívoca: "El Islam es la solución".

En el extremo norte de El Cairo varias mujeres cubiertas con niqabs negros se apretaban el martes en un tuk-tuk, el mototaxi local, rumbo al colegio donde estaban las urnas a través de callejones polvorientos y pilas de basura. "Aquí casi todos venimos del campo, contó Fadl, un comerciante. Por eso nos gusta ser fieles a nuestras tradiciones y apoyamos a Morsi".

En el sur, en el barrio de Masr El Adima, las filas no eran muy largas. A mediodía la temperatura era de 36 grados sin sombra que cobijara a los votantes. A la entrada del recinto donde votaban las mujeres, a unos 50 metros del de los hombres, la doctora Rania Ali explicó que en el área viven familias de escasos recursos que apoyan a Shafiq. "Aquí a la gente no le gusta la revolución. No es que nos gustara Mubarak, pero hay desempleo y no hay esperanza, y creemos que Shafiq es la estabilidad".

Pero ninguno de los dos parece ser el revolucionario que muchos esperaban. Elizabeth Iskander, experta en política del Oriente Medio del Instituto Alemán de Estudios Globales y Regionales, le dijo a SEMANA que "para los que mantuvieron la insurrección viva, estas elecciones son una traición. Pero es un paso tentativo hacia un futuro diferente, que hace 18 meses hubiera parecido imposible".

Y también hay escepticismo. "Los resultados no van a cambiar nada, dice Hicham, un carpintero, en un puesto cerca de la estación Al Shohadaa. Tenemos que elegir entre el islamista y el exministro, y todavía estamos controlados por el CSFA (Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas). Esto a mí no me suena a libertad. Nuestra revolución tiene que continuar hasta que el gobierno nos represente a todos".

Ante el desencanto general, pequeños grupos de activistas prefirieron hacer campaña, no a favor del candidato socialista Hamdeen Sabahi, que no tenía opciones, sino en contra de los candidatos con vínculos con el régimen de Mubarak; en particular Shafiq, cuyo lema de campaña es "Seguridad, seguridad, seguridad, guste o no". Ali, de 22 años, se unió a una de estas marchas al recibir un mensaje viral por Twitter. Llevaba una pancarta con dos grandes 'X' rojas sobre las fotos de Shafiq y de Musa con la leyenda: "Sobre mi cadáver". Al llegar a la Plaza Tahrir dijo: "Si uno de estos dos gana, habrá una segunda revolución".

Pero si la falta de entusiasmo es palpable, la incertidumbre domina. Tampoco hay sondeos confiables, pues Egipto apenas está estrenando democracia. Y lo peor de todo, no hay Constitución y aún no se ha definido qué papel va a desempeñar el presidente en el futuro.

Estas elecciones, sin embargo, contestarán preguntas fundamentales. La principal es saber si el CSFA va a entregar el poder. Lo han prometido una y otra vez, pero desde el golpe de Estado de 1952 liderado por el mítico Gamal Abdel Nasser, los militares controlan todo. No solo el gobierno, también tienen fábricas, comercios y millones de hectáreas. Algunos calculan que poseen hasta 40 por ciento de la economía. Además buscan garantías para que sus abusos nunca sean juzgados. Según Rogan: "Los militares, tras bambalinas, van a tratar de guardar su poder".

Otros temen que una avalancha islámica sepulte la primavera egipcia. En las elecciones parlamentarias, la Hermandad Musulmana y los fundamentalistas salafistas se tomaron 70 por ciento de los escaños. Aunque prometieron no imitar a Arabia Saudita, Morsi dijo que de salir elegido, iba a imponer la ley islámica. Por eso, Dina Abouelsoud, de la Coalición de Mujeres Revolucionarias, ve las elecciones como un anticlímax a la revolución. Explicó que aunque las demostraciones de 2011 fueron un llamado a la juventud y a las mujeres para que exigieran sus derechos, ese impulso corre el riesgo de apagarse si no hay un liderazgo o un gobierno que lo guíe. "Con respecto a los derechos de las mujeres, dijo, es muy peligroso que el próximo presidente sea un islamista, pues si se impone la 'sharia' (ley islámica), vamos a tener un retroceso en nuestra libertad de expresión y como participantes activas de la sociedad".

El ascenso islamista también angustia a la importante minoría cristiana copta (10 por ciento de la población), que teme por los derechos de las mujeres, por su trabajo y por sus iglesias, y que está con Shafiq, aunque no necesariamente porque apoye su programa de gobierno. En el barrio copto de El Cairo, Nermin, una mujer de poco más de 30 años, contó que algunos líderes cristianos indicaron a sus fieles votar por el exgeneral. "Si ganan los Hermanos Musulmanes los cristianos no vamos a ser tenidos en cuenta por el gobierno", dice.

Mientras Egipto espera los resultados, al otro lado de la Península del Sinaí, los israelíes ven el proceso con nerviosismo. La dictadura, a cambio de ayuda militar norteamericana, aseguró un largo statu quo después de firmar los acuerdos de Camp David en 1979. Aunque estén jugando con fuego, los candidatos creen necesario renegociar los acuerdos. Saben que en las calles el tratado es impopular y que muchos ven a Israel como una amenaza.

Pero hay un riesgo de que se rompa el equilibrio de la región y, como le dijo a Foreign Policy Zvi Mazel, exembajador israelí en El Cairo, "quien quiera salga elegido, el sentimiento generalizado es que no va a ser bueno". Para Rogan, "Israel y Estados Unidos van a tener que revisar sus políticas y sus relaciones con Egipto. Aunque sacudir la complacencia que tenían con El Cairo no es malo. Esa actitud no hizo avanzar mucho la paz en el Oriente Medio".

Pero a fin de cuentas las preocupaciones de los egipcios son mucho más básicas. Desde que empezaron las revueltas, la economía se fue a pique. El turismo se ha reducido más de un tercio, la pobreza ataca a millones y la inseguridad está disparada. Sin importar quién sea el presidente, si no resuelve estos problemas, difícilmente se podrá hablar de una verdadera revolución.