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Ejerciendo el poder

La reunión de la Conferencia Episcopal Latinoamericana dejó más preguntas que respuestas.

30 de noviembre de 1992

EL PAPA JUAN PABLO II NO vino a República Dominicana con el propósito principal de participar en las celebraciones del quinto Centenario del "Encuentro de dos mundos". La causa fundamental de su primer viaje luego de su crisis de salud, fue la de asistir a los dos primeros días de la IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, que se cerró al miércoles pasado. Y aunque la reunión tenía la trascendencia de sus dos antecesoras (Medellín 1968 y Puebla 1979), ello no trascendió al público del continente, entre otras razones porque la prensa no fue aceptada en el recinto.
El rechazo a la publicidad no fue la única nota distintiva de la reunión. Por primera vez la conferencia fue presidida por funcionarios eclesiásticos europeos que trabajan en el Vaticano, y por primera vez esa jerarquía ejerció un insólito veto contra un obispo elegido válidamente como delegado por su conferencia episcopal. Monseñor Candido Padin, conocido por sus posiciones a favor de la teología de la liberación, fue excluído del evento.
Una cosa y otra evidenciaron que el Vaticano no quería verse envuelto en una discusión de carácter teológico-político con los prelados latinoamericanos acerca del camino por seguir en América Latina. Pero la conferencia de Santo Domingo, convocada para señalar el derrotero eclesial para el final del siglo XX, no pudo sustraerse a las contradicciones que ocurren en el seno de la Iglesia de este sector del planeta.
Segun fuentes cercanas a la conferencia, el Vaticano asumió desde el comienzo el manejo de las deliberaciones, e hizo caso omiso de los documentos preparados desde dos años atrás por especialistas de Latinoamérica. Por el contrario, la tendencia "Vaticanista" prevaleció al adoptarse el texto definitivo del Documento Final. Al contrario de lo sucedido en las dos últimas ocasiones, no fue dado a conocer a la prensa y de ser publicado, no se espera que lo sea muy pronto, pues debe ser aprobado por el Sumo Pontífice.
A cambio de la propuesta de expedir un texto final sencillo y accesible, la conferencia adoptó un documento complejo, expresado en un lenguaje para expertos, que dejó atrás la fórmula de "Ver, Juzgar y Actuar", adoptada por el Celam, para pasar a la "iluminación teológica" como perspectiva de análisis de los problemas sociales. La conferencia criticó el esquema neoliberal adoptado en el continente y se dirigió a los jóvenes y a la mujer, pero las aproximaciones fueron calificadas de "tradicionalistas" .
En últimas, el manejo cerrado de la Conferencia puso en peligro, en opinión de analistas eclesiásticos, la subsistencia misma de la Celam. Para algunos, esa consecuencia podría llevar a que los obispos del área partidarios de la "Iglesia de los Pobres" se circunscriban a sus diócesis, lo que dejaría sin espacio al trabajo colegiado de carácter continental.
Las diferencias entre una y otra postura son claras. Un obispo "latinoamericanista" no tendría reparo en aceptar que la educación religiosa obligatoria es un privilegio renunciable, o que el matrimonio celebrado bajo otras iglesias tenga también efectos civiles, o que la casulla litúrgica se parezca más a un poncho que a una prenda de la antigua Roma. Algunos sostienen incluso que la presencia de cultos alternativos ("protestantes") no es mala por sí misma. Los "vaticanistas" no aceptarían ninguna de esas premisas.
Según observadores eclesiásticos, la conferencia de Santo Domingo resulta una consecuencia de la postura conservadora de Juan Pablo II, que se basa en un manejo "centralista" de la Iglesia y marca la tendencia hacia un repliegue sobre sí misma. Para esos mismos analistas, esa postura se inspira en la experiencia de la Iglesia polaca, que logró vencer al comunismo a partir de mantenerse firme en sus posiciones tradicionales. Pero sostienen que extrapolar el caso de Polonia a circunstancias como las latinoamericanas podría llevar a una pérdida de contacto con la realidad.