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Uribe no llega el lunes a Washigton a buscar sonrisas de Bush, con esas ya cuenta. Va a conquistar más apoyos de los congresistas demócratas que ahora son los que deciden

Política exterior

El amigo herido

Uribe llega a un Washington totalmente distinto después de la barrida demócrata. ¿Qué lleva en su maleta? ¿La misma agenda y el mismo discurso?

11 de noviembre de 2006

El presidente Álvaro Uribe no puede estar contento con la catástrofe de los republicanos del martes pasado. George W. Bush, su gran aliado, no será el mismo en los próximos dos años. Tendrá que compartir el diseño de la política exterior con un Congreso que desconfía de su visión del mundo, deberá moverse hacia el centro y aceptar ajustes para su política exterior.

¿Se mantendrá, en un panorama así, la sólida alianza que han tenido Uribe y Bush en los últimos años? La respuesta ya no la tienen en la Casa Blanca ni en el Departamento de Estado. En los temas que encabezan la agenda bilateral -el Plan Colombia y el TLC- las decisiones serán fruto de dos cabezas: la de Bush y la del Congreso de mayorías demócratas donde se deben aprobar ambas iniciativas. De paso, en los debates necesarios para los trámites legislativos aparecerán otros temas espinosos como la Ley de Justicia y Paz que lleva en su seno la no extradición de comandantes 'paras' vinculados al narcotráfico.

Uribe ha reaccionado con prudencia ante el visible cambio de su amigo. No ha dicho una palabra, y tenía programada una oportuna visita a Washington con una agenda que se concentrará, a comienzos de la semana, en entrevistas con senadores y representantes. Su embajadora en Washington, Carolina Barco, le bajó el tono a las repercusiones del nuevo escenario para las relaciones bilaterales y el ex presidente (y ex embajador) Andrés Pastrana reiteró que el Plan Colombia fue diseñado en el gobierno demócrata de Bill Clinton y siempre ha gozado de apoyo bipartidista. El mismo énfasis hace el embajador William Wood (Ver entrevista). Es poco probable que la envalentonada oposición le exija al gobierno abandonar a Colombia y es casi seguro que en el corto plazo no habrá modificaciones profundas: el presupuesto de 2007 ya está aprobado y el alcance de la colaboración -o el conflicto- entre Bush y el Congreso tomará un tiempo en definirse y primero pasará por asuntos más relevantes para la opinión pública de Estados Unidos: qué hacer en Irak, el aumento del salario mínimo y la inmigracióin. Revisar las relaciones con Colombia no es tema de primera línea.

Pero sería un error apostarle a que todo seguirá igual. "Los cambios serán graduales y puntuales, dice el internacionalista Juan Tokatlian. El control legislativo de los demócratas no significa que tendrán la capacidad de modificar la política exterior, sino de matizarla, retocarla y, eventualmente, mejorarla". ¿En donde aparecerán los cambios de tono? Los reflectores están puestos, en primer lugar, en el Tratado de Libre Comercio (TLC) que se firmará el 22 de noviembre y que el Congreso tiene que aprobar presuntamente en el primer semestre de 2007. Los demócratas tienen fama de proteccionistas. "Lograr la aprobación del TLC iba a ser difícil en cualquier caso, pero con los demócratas ahora en control, es posible que sea todavía aun más", según Michael Shifter, vicepresidente del Diálogo Interamericano. Por el momento, el gobierno colombiano ya no se limita a pedir la rápida aprobación del TLC sino, ante la evidencia de que esta no será pronta ni fácil, ahora solicita la extensión del actual régimen comercial -las preferencias unilaterales, o Atpdea- mientras entra en vigor el tratado. Estas preferencias vencen el 31 de diciembre de este año.

El siguiente punto de interés para Uribe que llegará a manos del nuevo Congreso estadounidense será el Plan Colombia. La aprobación de una nueva fase para reemplazar a la primera, que ya se venció. Esta discusión se llevará a cabo, también, en 2007. La mayoría de los analistas cree que la ayuda va a continuar, pero que los montos van a disminuir. En su reciente visita a Bogotá, antes del cimbronazo del martes pasado, el subsecretario de Estados Unidos, Nicholas Burns, advirtió que en el mediano plazo los montos de la cooperación irán cayendo. Con los nuevos vientos que soplan en Washington, "la ayuda puede empezar a bajar más rápido y, tendrá mayores condiciones en derechos humanos", según Arlene Tickner, profesora de Ciencia Política de la Universidad de los Andes.

Más allá de si se mantienen los flujos de ayuda, en su aprobación será revisada con mayor rigor la situación interna. Sobre todo, en derechos humanos. "Hasta ahora el Congreso abdicó de sus tareas de fiscalización y optó simplemente por avalar la política de apoyo incondicional de Bush a Uribe. Todo indica que esta etapa terminó, dice José Miguel Vivanco, director de Human Rights Watch. Tanto Uribe como el Departamento de Estado deben esperar preguntas serias y rigurosas acerca del respeto a los derechos humanos y, en particular, sobre el proceso de desmovilización con los paramilitares", agrega. Sin duda, las voces de las ONG en esta materia se oirán más en el Capitolio a partir de enero.

Las relaciones entre Colombia y Estados Unidos llegan, en síntesis, a un momento de definiciones. Ni la estrecha alianza de los últimos años, ni los altos niveles de ayuda ni el TLC tienen partida de defunción. Pero el escenario político es totalmente distinto, y la continuidad de la cooperación no depende de los mismos factores. "El terremoto demócrata en las elecciones de esta semana exige un viraje en la estrategia diplomática de Colombia", asegura Arlene Tickner. Ante la mayoría demócrata se desvalorizan algunas cartas que hasta ahora habían sido ganadoras: el discurso antiterrorista pierde brillo, las estadísticas antidrogas se mirarán con más rigor y las exigencias a las AUC serán más severas.

La oposición preferirá incrementar los porcentajes de ayuda para asuntos diferentes a los militares. También habrá una visión diferente sobre el narcotráfico: "Las malas cifras respecto a las drogas servirán para que los demócratas digan que los republicanos fueron 'soft on drugs' y que este tema se debe equilibrar con el del terrorismo", dice Juan Tokatlian. Esta idea debilitaría la columna vertebral de la estrecha alianza Uribe-Bush en los últimos años: que el conflicto colombiano y el combate a las Farc encajan con la estrategia mundial antiterrorista que siguió a los atentados del 11 de septiembre.

¿Qué lleva el presidente Uribe en su maletín para la visita que iniciará a Washington este lunes? ¿La misma lista de los congresistas que visitaba cuando mandaban los republicanos? ¿El mismo discurso antiterrorista? En esta oportunidad, Uribe no va en busca de contactos con el Ejecutivo. Ahí no está el problema. Bush, incluso, tiene deudas pendientes. "Por cuatro años seguidos Colombia cumplió: Uribe le dijo sí a casi todo lo que Bush pidió. Ahora se verá si Estados Unidos cumple", dice Juan Tokatlian.

Pero Bush no tiene los mismos márgenes de maniobra. Y si se observa el panorama regional, Uribe tampoco tiene la misma capacidad de negociación que tuvo en los últimos años, en medio de una región andina incendiada que lo hacía ver desde el norte como el único aliado posible. Al presidente venezolano Hugo Chávez le bajaron el moño después de su apabullante derrota en la ONU. En Perú no ganó Humala y en Ecuador va perdiendo Correa. Los verdugos de ambos, Alan García y Álvaro Noboa,son casi tan progringos como Uribe. Y aunque la Casa Blanca seguirá prefiriendo amigos como Uribe, el nuevo presidente de México, Felipe Calderón, y sus siempre consecuentes mandatarios centroamericanos, los demócratas querrán acercarse al Brasil de Lula, al Chile de Bachelet, y al Uruguay de Vásquez. Una opción aceptable, en la medida en que se diferencie de la 'izquierda populista' de Chávez y Evo Morales. Y que dejaría atrás los tiempos en que Uribe era "el Tony Blair de América Latina".