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Hace cuatro años, Isis dominaba extensos pedazos de territorio en Irak y Siria. Sus militantes eran numerosos y su fuerza bélica atemorizaba a la región. | Foto: Ap

MEDIO ORIENTE

El califato desaparece, Isis sobrevive

En la localidad de Al Baguz, los extremistas islámicos perdieron su último reducto territorial. Pero tras miles de combatientes y civiles muertos, nada garantiza que Isis no resucite para amenazar de nuevo a los infieles. Por Catalina Gómez Ángel, desde Siria.

30 de marzo de 2019

Poco queda en el último pedazo de tierra que controlaba aquel califato que el autodenominado Estado Islámico (Isis) proclamó en 2014. Carros calcinados, edificaciones destruidas, con las planchas de concreto unas sobre otras, algunas carpas improvisadas con cobijas... Y miles de objetos regados: cinturones de explosivos, granadas, coches de niños, bicicletas, botas militares, máquinas de coser Singer, jaulas de pájaros y hasta planchas eléctricas para alisar el pelo. Pero no hay cadáveres, al menos no el número que podía haber dejado la durísima batalla librada por esta especie de campo de desplazados, donde Isis se replegó en los últimos meses para dar la última pelea por un califato que oficialmente dejó de existir el sábado 23 de marzo.

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La de Al Baguz pasará a la historia como una batalla sin cadáveres, aunque días antes comandantes que encabezaban la ofensiva calculaban que en el campo quedaban como mínimo un centenar de personas. Al menos movilizaron cinco excavadoras alrededor del campo en los días posteriores a la última batalla, el martes 19, pues para entonces se sentía un fuerte olor a muerte. Pero todavía el destino de los cuerpos permanece en la incógnita. Las tropas de Siria Democrática –una coalición de fuerzas kurdas, árabes y asirias que lideró la lucha desde el terreno– y las fuerzas de la coalición, liderada por Estados Unidos, habían evitado durante semanas caer en la trampa de Isis, que quiso mostrar esta ofensiva como una masacre. La propaganda de Isis desde Al Baguz seguía operando incluso con sus combatientes asediados en unos pocos metros cuadrados.

La realidad es que más de 65.000 personas, incluidos más de 30.000 civiles que los combatientes de Isis habían obligado a replegarse hasta este lugar, lograron salir de este enclave de Al Baguz en las semanas previas. Lo hicieron por un corredor habilitado para quienes qusieran rendirse. Entre ellos aparecieron 29.000 mujeres y niños relacionados con Isis. Los últimos salieron el martes 19 con más de 500 combatientes que se rindieron.

En los videos recogidos aquella jornada por los integrantes de las Fuerzas de Siria Democrática (FSD) se ve una fila interminable de combatientes de Isis (sus rostros cubiertos por kufiyas) que se entregaban, como ya lo habían hecho más de 5.000 hombres que peleaban en sus filas. Una vez evacuados del lugar en los camiones que usualmente transportan ovejas, el júbilo se apoderó de los luchadores del FSD que lanzaban tiros al aire y hacían señales de victoria. Más de 11.000 hombres y mujeres habían muerto, y 21.000 habían quedado heridos en los últimos años.

Nihad, comandante kurdo, afirmó que la batalla para liberar Baguz fue difícil, en parte porque Isis usaba civiles como escudos humanos. 

Ellos dejaron estallar toda la tensión contenida en años de lucha. “Es el final, es el final”, me aseguraba el comandante Nihad, un kurdo que lideraba una de las unidades de vanguardia. Él y sus hombres volvieron a su base con cientos de armas y municiones como botín de guerra. “Nosotros –dijo– sabemos cómo combatirlos, pero tuvimos que parar constantemente porque ellos usaban civiles como escudos humanos”, gritaba. Para este hombre que había participado en batallas durísimas como la librada por el enclave kurdo de Kobane o por Al Raqa, la autodenominada capital del califato en Siria, la de Al Baguz fue una batalla extremadamente difícil y mucho más larga de lo pensado. Lucharon sin descanso durante casi seis semanas y en los últimos días en un sector que no superaba cinco cuadras.

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Nadie, ni la inteligencia estadounidense con sus aviones espías que sobrevolaron por meses esta región del sureste de Siria, ni las fuerzas de Siria Democrática que desde 2015 llevan peleando contra Isis, pudo calcular la cantidad de gente apretujada en este pedazo de tierra, una especie de península limitada por el río Éufrates y una colina rocosa a pocos metros de la frontera con Irak. Allí habían quedado atrapados, con la única opción de rendirse o morir.

La destrucción que causó el grupo terrorista dejó ciudades en ruinas y miles de desplazados. Su salida de Al Baguz marca el fin de su control territorial. 

En la medida en que Isis iba perdiendo terreno, y la destrucción que dejaba la batalla crecía, miles de familias se fueron replegando hasta el sureste de Siria para terminar todos confinados en Al Baguz, la región más al sur, que recuerda a las poblaciones descritas en la Biblia con sus casas de barro y miles de palmeras. Aquí el único signo de globalización visible es un anuncio de Hyundai y otro dejado por las mujeres extranjeras de Isis en la fachada de una vivienda de cemento, Café internet: just women for women.

La austeridad y pobreza de los habitantes de esta región del sureste de Siria contrasta con la riqueza de la extensa área donde yace la principal reserva petrolera del país. Esto ayudó a que muchos de los habitantes recibieran a Isis con beneplácito, cuando los seguidores de esta agrupación extremista, surgida en Irak, se asentaron en esta región desde finales de 2012. En estos terrenos desérticos durante años crearon una inmensa red de túneles y depósitos secretos de armas. E incluso escondieron su dinero.

Aquí también se encontraba su principal fuente de financiación; ya hace algunos años Isis pasó a controlar la extracción del crudo de la base petrolera de Al Omar, que los combatientes del FSD recuerdan como una de las más difíciles de esta ofensiva del sureste de Siria. Los grandes tanques de crudo convertidos en chatarra recuerdan imágenes de una película apocalíptica.

Los comandantes del FSD no logran entender qué llevó a Estado Islámico a crear este inmenso campo de desplazados al aire libre en la región de Al Baguz. ¿Por qué convertir este lugar en su último bastión? Aquí levantaban las carpas, hechas con cobijas, sobre huecos. Si bien sus habitantes podían protegerse de los bombardeos aéreos, quedaban en una situación extremadamente vulnerable. A esto se suma una vida muy difícil, especialmente para los niños.

Isis llegaba en caravanas a los pueblos y ciudades que tomaba por la fuerza. Sus banderas negras atemorizaban a cualquiera.

De esta precariedad queda constancia en el campo de Al Houl, a más de siete horas de camino hacia el norte después de atravesar una extensa zona de desierto. Por este campo habilitado para 20.000 personas y donde hoy residen más de 70.480, vemos ir de un lado a otro a miles de mujeres cubiertas por abayas negras y el niqab que Estado Islámico convirtió en su vestimenta obligatoria. Muchas de ellas, iraquíes y sirias, pero también hay un alto número de extranjeras confinadas en sectores especiales de donde solo pueden salir con un permiso especial.

El 90 por ciento de los ocupantes del campo son mujeres y niños, y el 23 por ciento, menores de 5 años. Entre ellos se encuentran alrededor de 2.500 mujeres y 6.500 niños extranjeros relacionados con Isis que huyeron de Al Baguz. Los rasgos de los ojos y su color de piel dejan en evidencia la multinacional del terror que representa Isis. Hay alemanes, franceses, estadounidenses, australianos, rusos, kazakos, chinos y decenas de nacionalidades más.

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Una de las jóvenes se acerca a preguntar si sabemos algo sobre su futuro. Es alemana y llegó a Siria a los 15 años. Su voz y sus ojos, que se ven a través de la apertura del niqab, dejan en evidencia su juventud, como la de muchas otras que intentan preguntar por su destino. Al igual que otras mujeres vinculadas con Isis, parece vivir en un mundo irreal en el que la destrucción y la muerte no tienen nada que ver con ella. Solo los bombardeos les impedían llevar una vida tranquila, aseguran algunas.

La chica alemana lleva dos niñas de brazos. La más pequeña, de meses, va enrollada en una manta blanca. Apenas se mueve. La joven se queja de que no tiene dinero para comprar una fórmula y que la niña ha dejado de beber de su pecho desde que la trajeron de la unidad maternal, donde la recluyeron por más de dos semanas. Según la Oficina para la Coordinación de Asuntos Humanitarios (OCHA, por sus siglas en inglés) de la ONU, alrededor de 130 personas han muerto en las últimas semanas, dos terceras partes de ellos son niños menores de 5 años. Las mismas autoridades de las Fuerzas de Siria Democrática reconocen su incapacidad para dar abasto con esta crisis humanitaria.

La batalla de Al Baguz duró más de lo esperado, pero las Fuerzas de Siria Democrática resistieron las seis semanas de combate. Los de Isis temen a las jóvenes kurdas.

Si los niños salían en malas condiciones del campo, la situación se hacía peor durante el trayecto a través del desierto en camiones destapados, los mismos en los que evacuaron a los combatientes. El drama ha continuado una vez más en Al Houl, donde la comida escasea y las organizaciones humanitarias que operan allí trabajan con muy pocos medios para dar apoyo a estos niños, muchos enfermos.

La realidad de la joven alemana que evita dar mayores detalles sobre su vida –“Mi familia y el abogado en Alemania me han dicho que es mejor no dar detalles sobre mi vida”– es un ejemplo de las complejidades que deja el fin del califato en el este de Siria. La mayoría de estas mujeres solo piden regresar a sus países, pero al día de hoy nadie tiene la certeza de lo que va a pasar con ellas ni con sus maridos, todos ellos en prisión.

La mayoría de sus países se niegan a repatriarlos. En un intento por buscar una salida, las FSD y la administración autónoma del Kurdistán sirio pidieron días atrás crear un tribunal penal internacional para juzgar a los yihadistas extranjeros recluidos en sus cárceles –regresan a los iraquíes a su país y juzgan a los sirios–. Pero por el momento esta idea parece haber quedado descartada.

Una de las razones tiene que ver con que el gobierno kurdo de Siria –que ha tomado el control del noreste del país, donde habita la minoría kurda– no tiene reconocimiento internacional. Se suma que la realidad política del Kurdistán sirio, pero también del resto del este de Siria en control de las FSD y su organización política, el Consejo Democrático de Siria, es absolutamente volátil. “Las amenazas nos llegan desde muchos frentes”, me explicaba el portavoz de las FSD, Kino Gabriel. Señala que el régimen de Bashar al Asad así como el de Turquía y otros poderes regionales se niegan a que los kurdos tengan un proyecto político.

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“Trataremos de manejarlas políticamente, pero también estamos listos para enfrentarnos en caso de que sea necesario”, dijo Gabriel. Sus declaraciones dejan en evidencia que el fin de la batalla contra el califato también abre una nueva etapa en la guerra siria que ha entrado en su noveno año. Y que Isis está lejos de una derrota definitiva. “Hay que prevenir que Isis o grupos con ideología similar puedan manipularlos de nuevo y aprovecharse de la situación para reclutar a nuevos integrantes”, dijo Gabriel, que hace parte de la comunidad asiria que históricamente ha habitado en el norte de Siria.

El presidente Bashar al Asad declaró victorioso que Isis ya no tiene control militar en tierra siria. Se cree que el líder de Isis, Abu Bakr al Bagdadi, está muerto desde hace años, pero nadie lo ha confirmado.

Se calcula que en la actualidad hay más de 250 células dormidas de Isis en el este del país, que tendrían como misión reactivar sus ataques ahora que el califato ha desparecido. Otra cifra habla de 20.000 hombres de Isis en capacidad de operar a los dos lados de la frontera. Uno de los grandes retos de las SDF será intentar llenar el vacío institucional que dejó la desaparición de Isis.

Hasta ahora, las FSD han tenido la confirmación del Pentágono de que en 2020 recibirán nuevamente 300 millones de dólares para fortalecerse y luchar contra la reaparición de Isis. Adicionalmente, muchos han sentido un gran alivio después de que el presidente Donald Trump aseguró que, si bien retirará la mayoría de las tropas que dieron apoyo en la ofensiva contra Isis, dejará un número reducido de personal para dar apoyo a las FSD, cuyo futuro está marcado por los retos.

El califato ha dejado de existir, pero Isis sigue siendo una realidad. La batalla por Al Baguz posiblemente solo cerró un capítulo de una larga historia que todavía está por escribirse.