Home

Mundo

Artículo

EL CALVARIO DE JUAN PABLO II

El Papa se muere, es Lo que afirman los medios de comunicación del mundo.

5 de diciembre de 1994

EN AGOSTO PASADO EL PAPA JUAN PABLO II -supuestamente recobrado de sus últimas dolencias- bajó crispado por un intenso dolor de una plataforma desde la cual estaba celebrando misa en Roma. El dramático gesto del Sumo Pontífice fue explicado por su vocero, el seglar español Joaquín Navarro-Valls, con el argumento de que, inadvertidamente, el Papa había apoyado todo su peso en la pierna derecha, la misma que tuvo que recibir una prótesis de hueso en abril tras una caída en la ducha, la cual le produjo la fractura del fémur. "La pierna está clínicamente sanada, pero aún produce mucho dolor, y el Papa bromeó más tarde sobre el asunto", concluyó Navarro-Valls. Ese episodio, y muchos otros en los que el Papa ha aparecido enfermo y cansado, han dado lugar a que múltiples medios de comunicación del mundo católico se lancen a la especulación y recojan los rumores que atraviesan a la Iglesia. A todos asaltan las mismas preguntas. ¿Está enfermo el Papa?, ¿ha perdido el control de los asuntos cotidianos de su gobierno?, ¿está preparando la escogencia de su sucesor?, ¿podría renunciar?
La tradición de la Iglesia es que el Papa tiene una salud perfecta hasta el propio día de su muerte. Si bien eso explicaría la actitud del vocero pontificio, lo cierto es que el historial médico del Papa en los últimos años no deja de ser preocupante. No se trata sólo de las posibles secuelas del atentado de 1981, cuando sobrevivió a dos disparos, uno en una mano y otro en el abdomen. En julio de 1992 sufrió una cirugía mayor para removerle un tumor de gran tamaño en el intestino, y en noviembre de 1993 se dislocó un hombro al bajar de su trono. Los rumores más insistentes sostienen que las frecuentes caídas, en la última de las cuales se rompió la pierna, se deben al mal de Parkinson (que le produce un violento temblor en la mano izquierda) y que la fragilidad de sus huesos es síntoma de un cáncer en los mismos. El Vaticano niega vehementemente todas esas versiones y, sobre todo, la que sostiene que sufre períodos de pérdida de conciencia. Pero la cadena de cancelaciones de viajes papales, iniciada en mayo con una visita a Sicilia y otra a Bélgica, sugieren una realidad menos optimista.
El viaje de octubre a Estados Unidos fue cancelado con el argumento de que el Papa necesitaba completar su descanso de seis meses tras su fractura de pierna, pero eso no explica porqué el Sumo Pontífice siguió adelante con la visita a Zagreb (Croacia) y a Lecce, en Italia. En cualquier caso, ambos viajes resultaron muy pesados para su actual estado de salud. En Zagreb, el Papa no pudo seguir su rito habitual de agacharse para besar el suelo y, por el contrario, un ayudante le acercó un recipiente de tierra para que pudiera besarla. En ambos lugares caminó lenta y difícilmente hacia los ascensores, que habían sido emplazados detrás del altar con el evidente propósito de que no tuviera que subir escaleras.
Esas cancelaciones fueron seguidas por la del viaje a Sarajevo, Bosnia (una ciudad martirizada, cuya visita era esperada ansiosamente por el Sumo Pontífice), que fue explicada con el argumento de que la Organización de Naciones Unidas (ONU) no podía garantizar el mínimo de seguridad. La insistencia de Juan Pablo II en ese viaje, que parecía totalmente descabellado, dio pie para afirmar que el Papa no controlaba completamente sus emociones.
Pero muchos coinciden en que las cancelaciones fueron hechas contra la voluntad del Papa. Ello supone un verdadero drama para alguien que, como él, dependía para el cumplimiento de sus funciones de su capacidad para viajar infatigablemente. Y es que esas cancelaciones son una pésima señal, porque desde que asumió sus funciones hace 16 años, Karol Wotjyla convirtió su Cruz Pontificia en "el cayado de un peregrino" que le conduciría alrededor del mundo para propagar la fe, la esperanza y la paz. Pero ahora, luego de 62 viajes internacionales y 115 en Italia, usa esa misma cruz para apoyarse en una penosa y lenta marcha.
Hay quienes sostienen, como en un artículo reciente de la revista Stern, de Alemania, que el líder carismático de otrora se ha convertido en un hombre atravesado por el sufrimiento, que ya no puede asumir personalmente los pesados deberes de su ministerio. Según esa publicación, la Secretaría de Estado del Vaticano ha llenado el vacío de poder con tres hombres considerados de la línea dura del conservadurismo eclesiástico. Se trata de su secretario privado, el polaco Stanislas Dziwisz, su portavoz Navarro-Valls y el secretario para la familia, el cardenal colombiano Alfonso López Trujillo. Se trataría de personajes allegados a la organización tradicionalista Opus Dei, y de ellos sería la responsabilidad de la defensa de una línea inflexible en la conferencia sobre población de El Cairo, de septiembre pasado, en contra de cualquier forma de aborto y de contracepción no natural.
Hasta qué punto los asuntos de la Iglesia sienten la influencia de esos asesores es algo que pocos se atreven a afirmar. Lo que sí se sostiene es que el reinado de Juan Pablo II se dirigió inicialmente a la destrucción del comunismo, y que si bien ese objetivo se cumplió con creces, el balance en términos de la Iglesia es preocupante. No se trata solamente de afirmaciones de teólogos independientes, como el alemán Hans Kung, sino de los propios prelados de Roma. Uno de ellos citado por Stern, sostiene que "en el mundo entero la Iglesia Católica está en declinación, se produce una suerte de deserción silenciosa, sobre todo en Europa, y hay pocos signos de un cristianismo floreciente, sobre todo entre los jóvenes". Las sectas protestantes, entre tanto, hacen grandes progresos en tradicionales bastiones católicos como América Latina, y el islamismo tiene arrinconados a los cristianos árabes.
Ese problema podría deberse a varios factores. Según algunos observadores como Sergio Romano, de La Stampa, de Turín, la feligresía resiente el comportamiento del Vaticano como una potencia internacional. Para esos analistas, no es que el papado haya perdido su profunda sinceridad en la búsqueda de que se impongan en el mundo sus valores fundamentales, como la paz y la concordia. Pero en un mundo sin comunismo, es decir, sin claros enemigos ateos, el concepto de paz se vuelve relativo, no es perfecto, abstracto e imparcial, y lo que es bueno en algunas regiones, puede no serlo en otras.
Eso explica, por ejemplo, que el Vaticano se haya apresurado a reconocer a Croacia, de mayoría católica, cuando era evidente que ese reconocimiento internacional era una invitación a la guerra. En Líbano, Sudán e Irán, asume una posición firme para defender a sus fieles de esos países contra el fundamentalismo islámico, pero en Egipto parece tener una alianza con esa misma tendencia, en contra del 'libertinaje' de la sociedad moderna y secular. Al fin y al cabo el Vaticano no tuvo inconveniente en alinearse con los fundamentalistas islámicos para presentar un frente común ante la contracepción y el aborto, en la conferencia de El Cairo.
Y esa tesis no escapa a algunas cuestiones más de fondo, como la posición inflexible ante la indivisibilidad del matrimonio en una época en la que esa institución está claramente en crisis, y ante el celibato sacerdotal, cuando se conoce su influencia en lo escaso de las vocaciones.
Eso abre el interrogante de cuál será la política de la Iglesia cuando el Papa actual, más tarde o más temprano, ya no esté. La tendencia general después de un papado tan largo, es hacia un vidaje importante, pero ello podría estar en entredicho, porque Juan Pablo II ha integrado el Colegio Cardenalicio con prelados afines a sus posiciones. El 80 por ciento de los cardenales con derecho a voto (actualmente son 98) fueron nombrados por Juan Pablo II, y en el curso del fin de año serán nombrados los que faltan para completar el número canónico de 120. Los papables (ver recuadro) abarcan todos los ámbitos del planeta y, ciertamente, todas las tendencias ideológicas. Entre tanto, existe unanimidad entre los observadores del Vaticano, de que la jerarquía católica está, muy discretamente, moviendo sus fichas eleccionarias.
Juan Pablo II es, sin duda alguna, el pontífice más controvertido de los últimos 50 años, el Vicario a quien correspondió ser protagonista de los movimientos históricos que señalarán el legado del siglo XX para la historia. Si bien su reinado despierta toda clase de opiniones, el consenso en la mayoría de los fieles apunta más a la veneración que a la indiferencia.
Entre tanto, Juan Pablo II tiene la ilusión de celebrar el jubileo de la llegada del tercer milenio en Tierra Santa. Al fin y al cabo, las estadísticas están de su parte, porque en el año 2000, el Papa de Polonia tendría 80 años, una edad a la que ha llegado la mayoría absoluta de los Príncipes de la Iglesia en el presente siglo.


LOS PAPABLES

QUE LA SALUD DEL PAPA SE HA deteriorado es la razón para que en el Vaticano se viva un ambiente de fin de reinado. No sólo se trata de que la muerte del Santo Pontífice esté cerca, sino de la posibilidad, sugerida por el semanario italiano Panorama, de que renuncie y se retire a la abadía de Montecassino.
En cualquier caso, cuando se trata de hablar de candidatos, existe un viejo aforismo vaticano, según el cual, quien suena para Papa casi nunca deja de ser cardenal. El primero de esos "papables" parece ser el cardenal Carlo-Maria Martini, arzobispo de Milán, quien tiene muchas condiciones para ser Vicario. Representa el cambio, tiene buenas relaciones con el judaísmo, es amigo del patriarca ortodoxo ruso y tiene dimensión internacional. Pero también tiene puntos negativos. El principal es que es demasiado liberal para el gusto de los seguidores de Wotjyla, poco amigo del Opus Dei y, sobre todo, es jesuita, y jamás un jesuita ha llegado al trono de San Pedro.
El contendor italiano es Giacomo Biffi, arzobispo de Bolonia, quien representaría una nueva versión, más conservadora, militante e ideológica aún, del papado actual.
Por otro lado están los 'centristas', que podrían representar una alternativa viable para el fin de siglo. Allí estarían las sorpresas, de la mano del cardenal brasileño Lucas Moreira Neves, arzobispo de Salvador, quien maneja muy bien el ambiente vaticano, es muy atractivo y simpático, y aunque critica la teología de la liberación, también rechaza los excesos represivos y el capitalismo salvaje. Teniendo en cuenta que su abuelo materno era negro, su elección podría ser la puerta de entrada del papado no europeo.
La gran incógnita estaría en el cardenal Joseph Ratzinger, el prefecto del Santo Oficio y arquitecto de la orientación ideológica del actual papado. No será candidato por su mala salud, pero será el personaje a mirar, por su prestigio y por su esperado papel de 'hacedor de papas'.