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EL CANAL DE LA DISCORDIA

Diez años después todavía es incierto el futuro de los tratados Torrijos-Carter.

30 de octubre de 1989


Si el general Omar Torrijos (un militar demócrata de acuerdo con García Márquez) pudiese observar este septiembre de 1989, cuando se cumplen 10 años de la puesta en marcha de los tratados Torrijos-Carter, e hiciera una evaluación, no creería que las relaciones entre los dos países firmantes hubieran llegado hasta el punto en que actualmente se encuentran; y mucho menos podría imaginar que su nación, por la que tanto luchó, estuviera abocada a la mayor crisis de su historia republicana, que la mantiene desde hace dos años en un deterioro económico y social de funestas consecuencias. Estaría absolutamente abrumado de contemplar cómo la presión de Estados Unidos y la terquedad del general Noriega han llevado a Panamá a no pertenecer al Grupo de Contadora (hoy Grupo de los Siete), cuando él fue uno de sus principales promotores; a ver a Carlos Andrés Pérez, presidente de Venezuela en su época y por segunda vez ahora en 1989, uno de sus amigos que tanto le colaboraron para lograr la devolución de la zona del canal a Panamá, como líder latinoamericano en contra del gobierno panameño, y, por si esto fuera poco, el aislamiento diplomático de la mayoría de los países de América Latina hacia Panamá y la falta de reconocimiento de su actual gobierno por parte de la Comunidad Económica Europea.

Desde la firma de los tratados hasta hoy la política de Estados Unidos hacia Panamá tuvo un giro de blanco a negro. En 1977 la administración Carter cimentó sus relaciones internacionales en una política exterior moralista de mejor amistad con el Tercer Mundo, colocando como bases de la misma los Derechos Humanos, el respeto a la libre autodeterminación de los pueblos, reformas nacionales y ayuda humanitaria hacia América Latina. Ese momento de la administración demócrata de Carter fue aprovechado en toda su medida por Torrijos, quien logró internacionalizar su objetivo de recuperar el canal para Panamá y lo convirtió así no solamente en la meta de la nación panameña, sino en la de toda América Latina, que percibía un cambio de actitudes de Estados Unidos frente al bloque latinoamericano.

Sin embargo, la llegada al poder de Reagan en 1980 marcó el cambio abrupto en la política exterior de Estados Unidos hacia Panamá y, en general, hacia América Latina. Reagan consideró que el mayor desatino de Carter fue haber cedido la zona canalera en poder de USA. Las voces de los asesores de Reagan afirmaban: "El fracaso de la política exterior de la administración Carter ahora es evidente para todos, excepto para sus arquitectos, y aun ellos deben tener sus propias dudas de vez en cuando sobre la política cuyo logro culminante fue cimentar la transferencia del Canal de Panamá de Estados Unidos a un jactancioso dictador latino de inclinaciones castristas". Para muchos, la administración Reagan se propuso obtener resultados que significaran asegurar una imagen de firmeza para Estados Unidos y ganarse el respeto en la región que Reagan denominaba "nuestro patio". Así, para la búsqueda de esos logros, diseñó una teoría que ponía al Estado como una unidad coherente para delinear las políticas: a la fuerza como una de las herramientas para intervenir en los asuntos de seguridad del país, y a lo militar sobre lo social y económico.

Por su parte, el general Noriega consolidó su posición nacionalista en contra de los deseos de Estados Unidos, tratando de mantener una imagen de gobierno civil democrático, que se ha ido desgastando en los dos últimos años de aguda crisis, hasta llegar al actual momento en que la credibilidad del gobierno panameño es casi nula. Panamá se encuentra aislado por la mayoría de la comunidad de naciones, tanto de América Latina como de Europa, hasta que no se resuelva la legitimidad de un nuevo gobierno.

Con el anterior marco de referencia la pregunta hoy es: ¿en qué va la puesta en marcha de los tratados Torrijos-Carter? Los indicios no parecen ser halagueños:

. Estados Unidos realiza simulacros y maniobras militares en territorio panameño.

. Las tropas acantonadas en las bases militares estadounidenses superan el número de efectivos que deben estar hoy en día, según los tratados, en Panamá.

. El material bélico que mantiene Estados Unidos en Panamá es una demostración de fuerza intimidatoria clara.

Como si lo anterior fuera poco, el nombramiento del primer administrador panameño en la "Comisión del Canal de Panamá", que deberá asumir dicho cargo el 1º de enero de 1990 de acuerdo con los tratados, no se ve muy claro. Para esta posición el gobierno panameño ya nombró su candidato, quien debe tener la aprobación del gobierno de Estados Unidos. Como es obvio, este rechazó de plano el nombramiento, pues se sabe que el gobierno estadounidense no reconoce al gobierno panameño. Lo grave es que con este impasse, que de acuerdo con lo previsto en las actuales circunstancias es un callejón sin salida, se incumple uno de los puntos de mayor importancia para Panamá de los nuevos Tratados.

Hoy se habla de que las administraciones republicanas, tanto de Reagan como de Bush, no parecen estar dispuestas a cumplir para ceder la entrega del Canal de Panamá a su pueblo. Según esa tesis, el objetivo primordial de Estados Unidos al mantener su política de agresión e intimidación a Panamá, lograría llevar a esta nación a un deterioro de tal envergadura, que en el momento de realizar la evaluación correspondiente para lograr el cumplimiento de los Tratados, no estarían dadas las condiciones necesarias requeridas para dicho cumplimiento. En ese caso, Estados Unidos el mismo y mantendría sus bases militares como su mayor recurso estratégico militar en América. Estas sombrías conclusiones traen a la memoria las palabras de un visionario latinoamericano, Simón Bolivar, hace más de 100 años: "No hay buena fe en América, ya sea entre los hombres o entre las naciones. Los tratados son papeles, las Constituciones libros, las elecciones batallas, la libertad anarquía y la vida un tormento. Lo único que se puede hacer en América es emigrar". La palabra, por lo visto, la tienen George Bush y Manuel Antonio Noriega, con el pueblo panameño como testigo.--