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El color del miedo

Crece la alarma terrorista en Estados Unidos por evidencias de un plan escalofriante. Pero también aumentan las críticas por la politización de la estrategia de defensa.

22 de agosto de 2004

Hoy no están tan tranquilos quienes creían que la alarma terrorista que sacudió a Estados Unidos después de la convención demócrata era el último invento del presidente George W. Bush para subir en las encuestas. El miércoles pasado las autoridades británicas acusaron a ocho sospechosos de esa conspiración. Entre los detenidos la figura central es Dhiren Barot, alias 'Issa al Hindi', importante cuadro de Al Qaeda en Londres, quien también aparece en el informe de la comisión que investigó el 11 de septiembre como presunto enviado de Osama Ben Laden a Estados Unidos para adelantar labores de reconocimiento a blancos financieros y 'judíos'. Barot también estuvo en Malasia en enero de 2000, cuando se desarrolló la famosa reunión de terroristas en la que las autoridades creen que se planeó el 11 de septiembre.

La acusación incluye conspirar para cometer asesinatos y varias violaciones a la ley antiterrorista, como usar materiales radioactivos, gases tóxicos y explosivos para causar pánico. Barot, de 32 años, también está acusado de poseer planos y materiales de reconocimiento de la Bolsa de Nueva York, el edificio de la aseguradora Prudential de Newark y otros. Uno de los detenidos también fue acusado por tener un manual para fabricar explosivos.

Sin embargo, los medios de comunicación se mostraron escépticos cuando el primero de agosto el director del Departamento de Seguridad Interna, Tom Ridge, subió el nivel de alarma terrorista a naranja y explicó que se sabía de la existencia de un plan de ataque de Al Qaeda a blancos financieros en Washington, Nueva York y Nueva Jersey. Varios críticos hicieron notar la conveniencia política que semejante anuncio representaba para el presidente George W. Bush en plena campaña electoral. Dado el clima de desconfianza que pesa sobre las agencias de seguridad estadounidenses, periódicos como The New York Times y The Washington Post denunciaron que la alarma parecía estar basada en información anterior al 11 de septiembre.

Pero entonces se fueron filtrando a los medios nuevos datos del macabro plan y del operativo que permitió descubrirlo. Se supo que en julio de este año las autoridades paquistaníes, tras una serie de arrestos a sospechosos de pertenecer a Al Qaeda, dieron con el técnico de computadores Mohamed Naeem Kahn. En su computador encontraron planes para un atentado terrorista con helicópteros y limusinas a blancos financieros en varias ciudades de Estados Unidos. En los archivos decodificados descubrieron planos de vigilancia de los edificios del Banco Mundial en Washington, la torre del

Citigroup en Manhattan, la Bolsa de Nueva York, el Banco Mundial en Washington y el edificio de la aseguradora Prudential en Newark, datos sobre fallas estructurales, el sistema de ventilación para uso de gases tóxicos, etc. Kahn se escribía mails con Barot y otros de los arrestados en Gran Bretaña que compartían varios de estos documentos.

La revista Time entrevistó al presidente paquistaní Pervez Musharraf, quien confirmó estos hallazgos y se refirió también al descubrimiento de una misteriosa cumbre de terroristas de Al Qaeda en la provincia de Waziristán a la que asistió Barot. Según la inteligencia paquistaní, en esta reunión de marzo de 2004 se planeó el atentado a los blancos financieros. La revista hace notar que la mayoría de los presentes fueron arrestados, pero que un par de ellos y en particular un versátil piloto y fabricante de bombas llamado Adnan el Shukrijumah lograron escapar. Shukrijumah, hijo de un clérigo radical yemení que vivía en Florida, es un terrorista completamente occidentalizado que habla varios idiomas y puede pasar por estadounidense o latino sin problema. La revista prevé que podría entrar a Estados Unidos con un pasaporte canadiense o mexicano para continuar con el plan.

¿Un grave error?

La fuga de Shukrijumah y los demás terroristas que siguen en las calles se debió en buena medida a que el operativo de Pakistán fue filtrado a la prensa estadounidense. La inteligencia británica, en coordinación con la paquistaní, venía siguiendo por varias semanas a los conspiradores, pero de repente tuvo que precipitar los arrestos cuando The New York Times reveló la identidad de Khan. Este último estaba colaborando con la justicia occidental y acordó seguir mandando correos electrónicos a sus contactos de Al Qaeda para ayudar a desarticular futuros planes terroristas. Gracias a esto la policía británica había podido identificar y localizar a varios de los sospechosos, pero aún faltaba mucho por hacer.

Con la filtración se perdió para siempre el valor estratégico de tener a Khan como infiltrado virtual. Por eso en Gran Bretaña y Pakistán los funcionarios de inteligencia se pusieron furiosos con Washington. "Fue un trágico y grave error. La revelación de su arresto fue de gran beneficio para Al Qaeda. La regla básica de la inteligencia es mantener en secreto el conocimiento que se adquiere. Al revelar éste se perdió un mecanismo para conseguir futura información sobre las operaciones de Al Qaeda; para entender sus técnicas de comunicaciones en Internet y para plantar falsa información", explicó a SEMANA Lee Strickland, experto en terrorismo de la Universidad de Rutgers.

Para muchos editorialistas, la filtración desde la Casa Blanca (ni siquiera la asesora de seguridad Condoleezza

Rice la desmintió en entrevista con CNN) obedeció a una lógica electoral. Se estima que el miedo político a un atentado podría ayudar a Bush en las elecciones presidenciales. Y se sabe que Washington pidió a las autoridades paquistaníes que revelaran cualquier arresto de operativos de Al Qaeda durante los días que duró la convención demócrata. Con esta medida el Presidente estaría descuidando el aparato de inteligencia antiterrorista y usando el miedo para ganar votos. Estas suspicacias se suman a críticas por la naturaleza política de nombramiento del senador republicano Porter Goss como director de la CIA, justo cuando el organismo necesita urgentes reformas.

Pero la verdad es que la acusación de politización de las alarmas terroristas no es del todo justa. El 11 de septiembre demostró que cuando una alarma terrorista no es revelada, si ocurre un atentado la administración termina acusada de negligencia y encubrimiento. Según Strickland, el terrorismo representa un problema muy difícil para cualquier administración, en especial cuando está buscando la reelección. "Si no toman en serio y comunican al público cada amenaza y algo pasa, pierden la elección. Pero al hacerlo, parecen estar usando el terrorismo para fines políticos". Ante este dilema, la apuesta más inteligente es avisar de cualquier amenaza y enfrentar lo más decorosamente posible las críticas de ser un "pastorcito mentiroso".

Sin embargo, en el caso de la última alarma, no es claro que fuera necesario ir tan lejos. El senador del partido republicano George Allen, que normalmente defiende a Bush, dijo que en lugar de filtrar el nombre de Khan hubieran podido quedarse con la boca cerrada y decir "tenemos información, créannos". Esto, no obstante, es más difícil de lograr cuando se han descubierto tantos errores de inteligencia relacionados con las armas de destrucción masiva de Irak. El antiguo asesor de la CIA Ray

Rahmati dijo a esta revista que la filtración era la única manera efectiva de estimular al público para que se tomara la amenaza en serio, y que sirvió para que el sector privado se involucrara en las medidas de respuesta.

De toda la historia detrás de la alarma naranja se hizo patente que mezclar consideraciones políticas con la estrategia terrorista puede ser peligroso y traer problemas insolubles. Sin embargo, eso no quiere decir que la amenaza a blancos financieros estadounidenses no sea real. Más aún, nada descarta que termine llevándose a cabo este u otro plan terrorista.