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EL CRISTO DE ESPALDAS

"Carterizada" según algunos, y "Reaganizada" según otros, la presidencia de George Bush entra en barrera ante sus conciudadanos.

26 de noviembre de 1990



Se trata de la caìda más estrepitosa desde que se comenzò la era de las encuestas. Hasta hace sòlo dos semanas, el presidente norteamericano George Bush disfrutaba de una popularidad del 80%, un nivel inusitado incluso para tiempos de amenaza extema como la del golfo Pérsico.
En ese corto plazo, la presidencia de Bush literalmente se derrumbò. Lacausa aparente: para el público norteamericano resultò incomprensible elmanejo que le dio a las negociaciones bipartidistas para convenir el presupuesto federal. El aspecto crucial consistiò en que Bush cambiò de opiniòn cinco veces en tres dìas, sobre un aspecto especialmente sensible: la determinaciòn de los nuevos niveles de los impuestos por cobrar a los ricos y poderosos.

Pero no fue solamente ese el problema. A Bush pareciò terminársele la suerte del campeòn que le había acompañado desde que asumiò la presidencia. De un momento a otro, las cosas comenzaron a salir mal. La crisis del presupuesto (que al cierre de esta ediciòn todavìa no estaba solucionada) se sumò al incremento del 1.6% de la inflaciòn mensual, a la declinaciòn del dòlar, a una baja de Wall Street, y al veto presidencial a una ley contra la discriminaciòn racial en la contrataciòn laboral, a tiempo que los problemas producidos por la masacre de palestinos por parte de policìas israelìes, complicaba el manejo de la crisis del golfo.

Para algunos, Bush vendra beneficiándose del contraste evidente entre su presidencia y la de su predecesor Ronald Reagan, pues para el público era clara la percepción de que ahora "sì habìa presidente". De hecho, cuando era el segundo a bordo, Bush mantenìa un perfil bajo, como para que el electorado no lo identificara con una gestiòn caòtica. Según los observadores, Bush no perdìa oportunidad de distanciarse de la Casa Blanca reaganiana, consciente de que de lo contrario, sus posibilidades polìticas podrìan quedar seriamente afectadas. Se afirma que al entonces vicepresidente le molestaba además el exceso de énfasis en las relaciones públicas, que convertìa al primer mandatario en una figura decorativa y a la Casa Blanca en un set cinematográfico.

Por eso, casi nadie se sorprendiò cuando el nuevo presidente dejò de lado la detallada manipulaciòn de los temas, que caracterizaba la conunicaciòn de Reagan con los periodistas y con la opiniòn pública. Bush quería presentar una actitud más espontánea, menos ensayada de antemano, con la esperanza de que ello proyectarìa mejor su imagen de integridad a toda prueba.

Sin embargo, el efecto resultò contraproducente. Lo cierto es que de nada parecla servir la improvisaciòn delante de los periodistas, si lo que reflejaba era precisamente la improvisaciòn y la incoherencia de las polìticas presidenciales. Bush pareciò demostrar a los norteamericanos que carece de un fondo ideològico capaz de respaldarlo en tiempos de crisis. En el seno de su propiopartido Republicano, la conciencia de que para el presidente todo era negociable comenzaba a hacer carrera.

Los asesores de Bush salieran en su defensa a afirmar que el presidente querìa buscar el consenso de los partidos sobre algunos puntos crìticos. Pero esa explicaciòn sonò extraña a pocas semanas de las elecciones legislativas, cuando una aproximaciòn bipartidista no parecìa la más adecuada.

El problema de comunicaciòn de Bush no es nuevo, y se pone de presente sobre todo en la famosa frase de su campaña, cuando dijo: "Lean mis labios: no más impuestos". La afirmaciòn, convertida en lema de la campaña, se transformò poco después en la mayor verguenza del gobiemo, puesto que, como era de esperarse, el presidente no pudo cumplir su promesa. Los analistas se preguntan ahora còmo pudo prometer semejante cosa alguien que desde el puesto de vicepresidente tendría que haber sido consciente del déficit fiscal que galopaba a niveles sin precedentes.

Pero si el incumplimiento de su promesa ya era suficiente como para temer por su debilitada imagen, resultò peor la indiferencia del presidente ante su impacto en la opiniòn pública. Bush jamás se ha preocupado por explicar a los contribuyentes las razones, todas de peso, por las cuales resultaba más importante mitigar el déficit que cumplir su promesa.

Paradójicamente, en su esfuerzo por no recordar a Reagan, Bush terminò por parecerse peligrosamente a Jimmy Carter, uno de los presidentes más desprestigiados al final de su mandato en el presente siglo. Tanto, que los periòdicos norteamericanos comenzaron a hablar de la nueva "carterizaciòn" de la Casa Blanca, entendida como la inferioridad del presidente ante los retos de su mandato.

Carter ponía también su interés principal en los asuntos exteriores, y particularmente en el Medio Oriente y América Latina. Mientras gestionaba la paz entre Egipto e Israel mediante los acuerdos de Camp David, y firmaba la devoluciòn del canal de Panamá, la economìa del paìs iba en retroceso.
Carter tenìa también que enfrentar el problema de los precios del petròleo, y la toma de rehenes norteamericanos.
Todos esos problemas, como ahora, se presentaban en momentos de confrontaciòn electoral.

Todo indica que Bush, a quien se llamò Wimp (que coloquialmente podría traducirse por "pelota") cuando era candidato, era consciente de la posibilidad de que se le comparara con Carter, y por ello cuando se presentò el problema del golfo Pérsico, decidió mantener sus planes de vacaciones, con el propòsito de demostrarle a su electorado que el hombre al frente de la Casa Blanca no permitiría que una amenaza externa copara su atenciòn.

Pero lejos de proyectar una imagen de confianza en su mismo, su insistencia en jugar golf mientras los soldados norteamericanos se asaban en el desierto, subrayò su condiciòn de hijo privilegiado de una rica y aristrocrática familia..

Pero en donde se señala con mayor agudeza la semejanza entre la presidencia de Bush y la de Carter es en la actitud de su propio partido ante el presidente.
La renuencia de los candidatos republicanos a identificarse con su presidente recordò a los analistas que los demòcratas del clan Kennedy arremetieron contra Carter cuando las cosas comenzaron a salir mal . La semana pasada Bush tuvo que pasar un rato amargo al recibir fuertes crìticas en un banquete a beneficio de un candidato republicano del estado de Vemmont a la Cámara de Representantes. Al lado de un nervioso Bush que jugaba con la servilleta, el candidato Peter Smith no tuvo inconveniente en tratar de mejorar sus posibilidades electorales a costa del presidente republicano, al afirmar que preferìa mayores impuestos para los ricos un punto en el que Bush habìa permitido que se le identificara con la protecciòn de sus pares mientras le recordaba a la audiencia el incumplimiento de su promesa sobre nuevos impuestos.

Cuando el asunto del presupuesto se saliò de madre, Bush convocò una rueda de prensa para tratar de recobrar el control de la situaciòn. Pero ante una pregunta respondiò que preferìa los asuntos extemos a los intemos, y pareció empeorar las cosas. El panorama de recesiòn econòmica, desempleo y aumento de impuestos no era el más adecuado como para que el público escuchara a su presidente que preferìa manejar el problema planteado por Saddam Hussein que sus propios asuntos cotidianos.

Los diplomáticos aliados parecen cada vez más preocupados por el desfallecimiento de la autoridad de Bush en medio de la crisis del golfo. Por lo pronto, la percepciòn generalizada es que la incompetencia intema de la Casa Blanca no ha dañado aún la buena fama de Bush como dirigente a nivel intemacional.
Pero las dificultades planteadas por la masacre de la mezquita Al-Aqsa en Jerusalén y su renuencia a asumir posiciones más fuertes contra Israel podrían ser definitivas.

Carter sucumbiò ante el fracaso de su intento militar por sacar de Teherán a los rehenes del Ayatollah Khomeini. Para el presidente actual las oportunidades de sucumbir son muchas más. Bush tiene 200 mil soldados en Arabia Saudita, cientos de rehenes en el interior de Kuwait y tres años por delante para manejar los destinos del paìs más poderoso del mundo.