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EL DIFICIL RETORNO DE LA DEMOCRACIA

Con concentraciones callejeras y una huelga general, los argentinos estan presionando a los militares a retirarse de la escena política.

10 de enero de 1983

Con un paro general, cumplido masivamente el pasado 6 de diciembre y con una concentración callejera convocada por todos los partidos políticos para el próximo 16, los argentinos tratan de despedir a 1982, un año que califican unánimemente como el peor de la historia, y de asegurar que el año entrante sea el de la democratización del país y el mejoramiento de la economía.
El pasado lunes el país amaneció paralizado, de un extremo a otro, como no se veía desde la época dorada del sindicalismo argentino. En efecto, desde 1975, cuando los dirigentes sindicales controlaban una inmensa estructura de poder y hacían parte del gobierno peronista, el sindicalismo no había podido organizar ninguna respuesta efectiva al gobierno militar durante los seis años siguientes.
Sin embargo, este lunes las dos centrales obreras, peronistas ambas, que se disputan la representación de los trabajadores, contaron con el apoyo de toda la población para una medida que, "técnicamente", sigue siendo ilegal y penable con cárcel de hasta cuatro años.
Para el jueves 9, se programó una manifestación de 24 horas de las conocidas "Madres de Plaza de Mayo", reclamando la aparición con vida de los detenidos desaparecidos, eufemismo bajo el cual se esconde el asesinato de miles de personas durante el apogeo de los generales. Y, apenas una semana más tarde, los principales partidos políticos realizarán una marcha callejera que tendrá --estiman-- una concurrencia de 250.000 personas y cuyo objetivo es asegurar el retorno a la democracia, y rechazar los intentos militares de "concertar", o sea condicionar el futuro gobierno constitucional.
En todos estos hechos, inesperados ocho meses atrás, se pone de manifiesto que la sociedad argentina ha comenzado, irreversiblemente, a desahogar las tensiones, las frustraciones y los miedos acumulados en seis años, así como el dolor de la derrota en la guerra y la "bronca" ante el engaño que a su alrededor montó el régimen militar.
Los siete años de plagas
La derrota de Las Malvinas significó algo más que el ocaso definitivo del sistema militarizado. Del doloroso episodio --del cual aún hoy se desconocen cifras definitivas de bajas-- emergieron inflexiblemente todos los fracasos acumulados en estos casi siete años, apenas ocultos, hasta entonces en el miedo y la censura. "La peor crisis del siglo" coinciden todos los partidos políticos en calificar la situación actual.
No se trata sólo de la crlsis económica, a pesar de salarios que no superan los 50 dólares y de un 10% de caída en el producto interno brutono se trata solo de la deuda externa, que supera ya los 40.000 millones de dólares.
Se trata de un país que ha perdido una guerra justa, a la cual lo llevó un gobierno que sólo pretendía utilizarla para mantenerse en el poder. Se trata, también, de un régimen autoritario que se descompone, dejando al descubierto la otra guerra, la "guerra sucia" como llaman los militares a las inmumerables historias de secuestros, torturas y asesinatos, o dejando paso a la difusión de colosales estafas y negociados realizados por el cumbrados funcionarios del "Proceso de Reorganización Nacional", como pomposamente se definía el golpe de marzo de 1976.
"No nos dejemos engañar --decía recientemente Raúl Alfonsin, máximo dirigente del Partido Radical--, ésta no es una crisis económica. Es la peor crisis moral y política que conoció el país. Y es la crisis de la moral y la política de estos seis años que ha conducido a la economíá a la ruma y a la nación a la bancarrota". Su opinión resumía lo que es una coincidencia general de los partidos, los sindicatos y la Iglesia, institución que juega un rol predominante en Argentina.
Un camino lleno de piedras
El gobierno del general Bignone, el sexto en dos años, se ha comprometido a respetar el clamor por la institucionalización del país, convocando a elecciones el próximo año. Sin embargo, su voluntad no ha tranquilizado mucho a los políticos: todos saben que la base de sustentación del gobierno es endeble, como lo atestiguan los cotidianos rumores de golpes de estado promovidos por alguna de las incontables logias en que se ha fragmentado políticamente el ejército argentino. Es por ello que los políticos aceptan correr el riesgo de la manifestación callejera, con todos los peligros que entraña una situación como ésta. Como diría alguno de ellos, de lo que se trata no es de encender el polvorín, sino de "recordarles, a los que manejan el polvorín, que su pólvora está mojada".--