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EL DISIDENTE QUE LLEGO DEL FRIO

En intercambio de espías, liberado el disidente ruso más importante después de Sajarov

17 de marzo de 1986

El Sol comenzaba apenas a desgarrar la bruma sobre el lago Wannsee. Un nutrido grupo de policías que exhibe ametralladoras, walkie-talkies y perros, bajo el vigilante ojo de un helicóptero, bulle en el lado oeste del puente Glienicke, una vieja construcción de hierro y cemento que atraviesa el río Havel y une a Berlín Occidental con Potsdam (Alemania Oriental). Un equipo de médicos, dotados hasta de una antena móvil para eventuales emergencias, se impacienta allí mismo, en compañía de 150 periodistas bulliciosos y medio congelados.
Al otro lado del puente, la calma es total. Sólo la distrae el penacho de humo blanco que escapa de la antigua casa rococó que domina una explanada cubierta de nieve, gracias a las fuertes tormentas de la víspera.
Son las 10:45 hora local, cuando esta coreografía cargada de historia (en 1962 el ruso Rudolf Abel, el "espía del átomo", fue canjeado allí mismo por el norteamericano Gary Powers, piloto del avión espía U2 derribado por la Unión Soviética) se anima en ambos sectores. Un convoy occidental, encabezado por el auto del embajador norteamericano en Bonn, Richard Burt, se detiene a la entrada del puente. Enseguida, dos camionetas azules de la Marina estadounidense reanudan lentamente su marcha hasta la mitad de la construcción metálica, a donde han llegado a su vez los vehículós de la ribera opuesta.
Un hombre de baja estatura que luce pesado abrigo y chapka (gorro) negra, camina hacia el embajador Burt. Es Anatoli Charanski, el disidente ruso más conocido después de Andrei Sajarov. El diplomático lo invita a abordar la limusina negra que entretanto ha llegado hasta allí, avanzando en reverso. A las 11:02, el auto se retira del lugar en dirección del aeropuerto militar norteamericano de Tempelhof, en pleno centro de Berlín. Desde allí, Charanski será trasladado a Francfort, donde tomará un avión hacia Jerusalén.
La segunda parte del intercambio tiene lugar inmediatamente. Sobre el Glienicke, una a una, descienden las siluetas. Agentes de seguridad de cada bando verifican cuidadosamente la identidad de los recién llegados. La operación dura media hora. Al fondo se alcanza a ver la cabellera rubia de Hanna Koechner, la agente doble checoslovaca que había logrado infiltrarse en la CIA. En total, son ocho los espías (5 del bloque oriental y 3 de Occidente) que van a cruzar la frontera, de regreso a casa.
El recibimiento en Jerusalén es alegre. Miles de israelíes se agolpan en el aeropuerto Ben Gurion. Shimon Peres e Itzhak Shamir encabezan la delegación oficial. El presidente Reagan y el canciller oestealemán Helmut Kohl, se felicitan.
Para Moscú, que considera a este judío como un vulgar agente de una potencia enemiga, la liberación de Charanski no es más que una concesión a los Estados Unidos, un gesto para mejorar la imagen de la URSS, un paso --como cuando se le concedió visa temporal a Elena Bonner-- que le asegura buena prensa al secretario general, Mikhail Gorbachev, quien expresamente ha dicho en estos días al diario L'Humanité, de los comunistas franceses, que la salida del académico Andrei Sajarov, no está al orden del día.--