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El drama del Tratado

El proceso de ratificación del Tratado de Libre Comercio (TLC) pone en tela de juicio la política exterior del presidente Clinton.

13 de diciembre de 1993

POCAS VECES EN LOS AÑOS RECIENTES SE ha debatido un tema más crucial que el Tratado de Libre Comercio, que vincularía a Estados Unidos, Canada y México para crear la zona de libre comercio más grande del mundo, con 370 millones de consumidores potenciales y un producto de 6.5 billones(millones de millones) de dólares.
A pesar de esas dimensiones, el punto para los estadounidenses es otro. Si el presidente Bill Clinton está en lo cierto, Estados Unidos ganaría, con la aprobación del Tratado de Libre Comercio, unos 200 mil puestos de trabajo en el curso de los próximos cinco años.Pero siquien tiene la razón es su opositor Ross Perot (quien sostuvo un folclórico debate con el vicepresidente Al Gore), con el Tratado se perderían 480 mil en el mismo período. Cualquiera de las dos cifras resulta insignificante en una fuerza laboral de más de 130 millones de trabajadores. Esta es una de las ocasiones en las cuales la importancia del tema resulta desproporcionada, porque es más bien un símbolo del nuevo tipo de relaciones que imperara en el mundo en los años por venir.
Clinton cambió su estrategia a principios de noviembre, cuando decidió dejar de lado la defensa del Tratado desde el punto de vista de su impacto laboral, para hacer énfasis en que de por medio está la capacidad de liderazgo de Estados Unidos.
Esa fue una decisión riesgosa, porque, ante una derrota en la Cámara, los antecedentes de retirada de Bosnia, Haití y Somalia, en los que la política estadounidense tuvo un revés muy considerable, podrían proyectar una sombra demasiado pesada sobre el liderazgo mundial de Clinton.
"A proximadamente una vez en cada generación, Estados Unidos tiene la oportunidad de tomar una decisión fundamental en materia de política exterior -dijo el ex secretario de Estado Henry Kissinger, uno de los defensores del Tratado-. Ahora vivimos en un mundo en el que el reto ideológico se ha desintegrado y se necesita crear una nueva arquitectura El TLC es el primero y fundamental paso en esa direccion".
Los ejemplos históricos son muy dicientes.

Tras la finalización de la Primera Guerra Mundial, el punto clave de la política exterior de Estados Unidos era si el país debía regresar al aislacionismo que imperó en el siglo anterior, o integrarse a un nuevo orden en el que el compromiso internacional sería la base. Ese debate se centró en si el país se integraria a la Liga de las Naciones, y, cuando el Congreso se pronunció en contra, ello hizo que el país se enconchara sobre sí mismo, lo que, según algunos, fue un factor que aceleró la desestabilización de Europa y el nacimiento del fenómeno nazi.
Después de la segunda conflagración mundial, el debate sobre la posición de Estados Unidos ante la amenaza comunista se centró en la aprobación del Plan Marshall para la reconstrucción de Europa y en la integración de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). El resultado, un triunfo estrecho del presidente Harry Truman, le dio forma a la confrontación ideológica que dominó al mundo en los 40 años siguientes.
Hoy se vive una especie de posguerra como consecuencia de la desaparición del bloque comunista. El país se debate sobre la posición a adoptar en un mundo en el que la con frontación militar ha quedado atrás. Según algunos analistas, el nuevo orden estará dominado por la economía, en un mundo en el que las luchas diplomáticas y militares se veran reemplazadas por la competencia comercial y la alianzas en un mercado global.
En ese orden de ideas, la aprobación del TLC resultaba crucial para que el GATT (Acuerdo General Sobre Aranceles Aduaneros y Comercio) lograra liberar el comercio a nivel planetario. La razón es que un acuerdo de esas características requiere la toma de decisiones de alto costo político interno, como el levantamiento de muchos regímenes de protección, especialmente en el sector agropecuario. Un escenario de fracaso del Gobierno estadounidense en el debate congresional sobre el TLC haría que los gobiernos europeos y Japón decidieran no tomar riesgos frente a su propio electorado. ¿Para qué hacerlo si el Capitolio de Washington echaría atrás el acuerdo de todas maneras? Por otra parte, el Tratado de Libre Comercio se presenta a tiempo que Estados Unidos ha promovido por todos los medios la apertura de las economías, no sólo en su mismo continente sino en países del extinto bloque soviético, como los de Europa Oriental y Rusia, hasta tal punto que China, nación comunista por excelencia, ha adoptado muchas provisiones rumbo a la economía de mercado. El mensaje de su desaprobación seria demoledor para ese proceso,pues implicaría que Estados Unidos cerraría sus puertas comerciales.
Ese fenómeno tendría consecuencias funestas sobre todo en América Latina, donde los gobiernos han venido adoptando medidas de apertura que en ocasiones, como en Venezuela y Ecuador, han hecho temer por la permanencia de sus instituciones. La preocupación por el resultado del debate parlamentario se reflejó el 10 de noviembre, cuando los líderes de cinco países de la región lanzaron urgentes llamados al Congreso de Estados Unidos para que ratificara el Tratado. La ocasión fue un enlace a larga distancia en el que participaron los presidentes César Gaviria (Colombia) Gonzalo Sánchez de Lozada (Bolivia), Rafael Callejas (Honduras) y Luis Lacalle (Uruguay) junto con el primer ministro jamaiquino, Percival Patterson. "Mientras el Congreso de Estados Unidos se prepara para emitir su voto sobre el TLC, sus miembros deben saber que representa más que sólo firmar un tratado comercial:su aprobación o rechazo tendrá efectos duraderos en todo el continente", dijo Gaviria.
En el subcontinente al sur del río Grande el tema es mucho más que un punto de geopolítica, y esa es la razón para que los gobiernos latinoamericanos hayan puesto todo su peso a favor de la aprobación del Tratado. Al fin y al cabo, todos los países, y en especial Colombia, Argentina, Chile y Venezuela han desarrollado procesos de apertura económica no sólo por sus necesidades domésticas sino por la perspectiva de integrarse al TLC como pasaporte al desarrollo. El presidente argentino Carlos Saúl Menem, le dijo al nuevo embajador de Estados Unidos en Buenos Aires, James Cheek,que los dirigentes latinoamericanos tenían puestas al menos parte de sus expectativas de desarrollo en el TLC, y que su desaprobación los haría sentirse abandonados, cuando no traicionados, por Estados Unidos.
Tal vez por la misma razón pocas veces en la historia un presidente de Estados Unidos se ha apoyado tanto en la actitud y los consejos de sus colegas latinoamericanos. En un artículo de la edición del 25 de octubre, la respetada revista The New Republic informó que en su reunión del 27 de septiembre Clinton se sorprendió ante la insistencia de Gaviria en hablar del TLC, no obstante que el tratado se aplicará inicialmente a México, más no a Colombia. Según la revista, Clinton tomó nota de los argumentos de Gaviria y se los pasó a un grupo de 12 representantes indecisos sobre el tema cuatro días después. La influencia no se quedó allí, pues el periódico The Wall Street Journal registró que el presidente estadounidense citó textualmente sobre el tema a Gaviria unas semanas después en un discurso ante importantes industriales de su país.
Para el presidente mexicano, Carlos Salinas de Gortari, la decisión de la Cámara de Representantes de Estados Unidos resulta absolutamente vital. Para el primer ministro de Canadá, Jean Chrétien, el inicio de sus dudas. Y para Bill Clinton, la posibilidad de que Estados Unidos actualice su posición de predominio en un mundo en el que la palabra clave es "cambio". -

Canadá con dudas
EL TRATADO DE LIBRE COMERcio (TLC) afronta otra discusión en Canadá. El nuevo primer ministro, Jean Chrétien, jefe del Partido Liberal que ganó las elecciones del pasado 25 de octubre, expresó durante su campaña por la revisión del acuerdo "las condiciones desfavorables para la economía canadiense". Incluso durante la fase más dura del debate electoral amenazó con declarar nulo el Tratado. Hoy, sin embargo, con el poder y el compromiso de responder a los eleciones ha flexibilizado su posición y está empeñado en conseguir "algunas modificaciones al Tratado".
Esos cambios, en síntesis, incluyen la incorporacion de un código que regule los subsidios, un estatuto antidumping (contra la competencia deslela),y protecciones similares a las que obtuvo México para el sector energético. Además, las modificaciones propuestas contemplan normas de protección laboral y ecológica para los países miembros del acuerdo que, en la práctica, son medidas de carácter restrictivo.
El TLC fue promovido y ratificado el Partido Conservador antes de perder el poder, pero hace falta que sea proclamado como Ley por el nuevo Gobierno para que tenga validez. Con esa carta el primer ministro aspira a conseguir un propósito motivado por razones de política interna: responder al apoyo que los empresarios le dieron en su campaña y proteger al sector exportador que sería fuertemente golpeado con la reducción de aranceles que plantea el acuerdo.
Pero es daro que Estados Unidos compra el 75 por ciento de las exportaciones canadienses y que el sector exportador es el responsable de una cuarta parte del crecimiento económico del país. Y esa situación, para los liberales que representa Chrétien, bien vale la pena mantenerla.