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La reunificación fue una de las consecuencias directas de la caída del muro. En el mismo año gobiernos comunistas, como el de Rumania, cayeron en una tendencia que no tenía marcha atrás. | Foto: AFP

CONMEMORACIÓN

El efecto dominó de la caída del muro

La caída del muro de Berlín marcó el final de la Guerra Fría y el inicio de un nuevo orden mundial, caracterizado por la globalización y el surgimiento de nuevas fuerzas opuestas al poder de Estados Unidos.

1 de noviembre de 2014

La mañana del 10 de no-viembre de 1989 nació un mundo nuevo, y los primeros en saberlo fueron los habitantes de Berlín. Lo hicieron a través de pequeñas cosas: de detalles como el de la gente que, bajo los primeros rayos del sol, gritaba y bailaba por las calles de la ciudad, todavía embriagada por la fiesta de la noche anterior. O los carros Trabant, viejo orgullo socialista, que ronroneaban y pitaban alrededor del Ángel de la Victoria. O los cientos de habitantes de Berlín que atiborraron los almacenes para medirse ropa de marca, comprar música en inglés o, sencillamente, pelar un banano: el primero de sus vidas.

El temblor que desataron las picas que empuñaron los habitantes de lado y lado del muro la noche del 9 de noviembre y las jornadas que siguieron se extendieron por el planeta y cambiaron la historia. Cuando el concreto se vino abajo, la humanidad entendió que estaba ante la llegada de un nuevo horizonte: la Guerra Fría se acercaba a su fin, la Unión Soviética agonizaba y la gente en Alemania y otras naciones de Europa mostraba que prefería las banderas de la democracia y la libertad a la vida bajo la mano represiva del comunismo. En esa fecha hace 25 años, sin derramar una sola gota de sangre, un mundo murió y otro nació.

Y lo primero que tuvo fue un nuevo rostro. El mapa político se transformó: comenzando por Alemania. La mitad socialista colapsó y fue absorbida por la mitad occidental, desatando así un complejo proceso de reunificación que, más allá de las dificultades que conllevó para una generación que había crecido en el socialismo, sentó un fundamento para la integración europea y el poderío económico y político de la Alemania de hoy.

Checoslovaquia, Bulgaria y Rumania se separaron de la esfera de influencia de la Unión Soviética (Urss). Y esta última se desmembró solo dos años después, en 1991. En total, surgieron 22 estados, muchos de los cuales quedaron a las puertas de la Otan y la Unión Europea: a las puertas, en fin, de occidente, pues ya nada los separaba.

Pero el mundo no solo cambió de piel. También vivió un giro en su forma de pensar, actuar y sentir. La caída del muro marcó el fin de procesos históricos mayores: fue el punto final de la posguerra, el portazo definitivo a la división y los odios que Hitler y el nazismo, Stalin y el Kremlin y Washington y sus ambiciones imperialistas le habían heredado a la humanidad. Partió el tiempo en dos. La caída del muro decretó el fin de la historia. Y, en un instante, volvió a darla a luz.

Con respecto a este proceso, Diana Negroponte, analista del Brookings Institute, dijo a SEMANA que “los ideales de la democracia y el libre mercado ganaron más fuerza. Eso se evidencia con la consolidación de la Unión Europea y la adopción del euro como moneda común en la mayoría de los integrantes”. Armen Grigoryan, de The European Geopolitical Forum, sostiene que “la opción de crear sociedades libres y establecer un orden democrático emergió como una consecuencia directa de la caída del muro, y los países satélites de la URSS aprovecharon esa oportunidad”. Pero anota que “muchos países soviéticos la desperdiciaron, pues varios miembros del partido comunista o de la policía secreta se convirtieron en jefes de estado de los nuevos países independientes”. Esto generó un vacío de poder en Eurasia, palpitante en los desarrollos geopolíticos actuales.

El mundo se sacudió también más allá de las fronteras del gran espacio europeo. En Asia, el comunismo afgano cayó a manos de los militantes muyahidines que hicieron frente a la invasión soviética. Tras la desintegración de la URSS, cayeron los comunistas en Camboya y Mongolia. Y aunque mantienen un orden políticamente afín al comunismo, Laos, Vietnam y China han abierto sus economías. En África, Angola, Mozambique, Benín, Etiopía y Madagascar también abandonaron el martillo y la hoz. Y Yemen del Sur, el primer estado socialista del mundo árabe, abandonó el marxismo-leninismo y se reunificó con el norte. En América Latina, el cambio de paradigma ideológico hizo a varios grupos insurgentes replantearse sus objetivos. Quienes no lo hicieron, como las Farc, empezaron a lucir anacrónicos y perder legitimación. Cuba no cambió de sistema, pero aún busca cómo reinventarse para los nuevos tiempos.

Así, con los años los escombros del muro se volvieron emblemas de otra caída: el desplome de las disputas internacionales guiadas por las ideologías. La globalización redefinió el orden global bajo preceptos liberales y transnacionales. Terminada la guerra política entre dos bloques, también se abrieron paso proyectos multilaterales sobre el libre comercio, los derechos humanos, la eliminación de armas nucleares y el cambio climático. Nuevas prioridades colmaron la agenda de un planeta con menos fronteras y, además, súperconectado gracias a un desarrollo tecnológico que trastornó el planeta: la web.

Desorden mundial

Pero esta solo es la mitad de la historia. Pues aunque el terremoto de Berlín dejó la sensación de que el orden liberal y capitalista encabezado por Washington quedaría sin oponente, la realidad ha sido un mundo convulsionado, desfigurado por las tensiones, donde el poder se ha fragmentado.

La euforia del 9 de noviembre de 1989 prometió paz, prosperidad y estabilidad. Pero en 25 años las sociedades han oscilado entre el entusiasmo y el miedo, la fe y el desaliento, la paz y la guerra. La ilusión de entonces parece hoy quebrada. Las nuevas amenazas han desinflado el entusiasmo de la Alemania reunificada, la Unión Europea, el salto de los países emergentes, la despolarización, el fin del miedo a una hecatombe nuclear y el mundo digital. En este tiempo, la humanidad ha tenido que aprender nuevos temores: las guerras asimétricas, el descalabro financiero, la dispersión del poder global y el surgimiento de actores hostiles, agentes de odio y violencia.

Así, las sombras fueron cayendo sobre la festiva foto del final del muro y, 12 años después, se volvieron oscuridad. El 11 de septiembre de 2001, al destruir las Torres Gemelas de Nueva York y matar a miles de personas mientras el mundo entero miraba sus televisores, el terrorismo dio al traste con la visión de un mundo mejor. Ese día volvió a ser claro que el globo, a pesar de la caída del muro, seguía dividido.

El analista Walter Russel Mead resalta en la revista Foreign Affairs el surgimiento de China, Irán y Rusia como estados contestatarios al orden impuesto tras el final de la Guerra Fría, que no temen crear rivalidades geopolíticas. China y Japón pelean por aguas del Pacífico. Ucrania vive un conflicto atizado desde Rusia. Y esta hace lo posible para conservar su zona de influencia, hasta el punto que, según expertos como Nika Chitadze, de la International Black Sea University, “ya crea una especie de muro de Berlín en territorios de Georgia, Moldavia y Ucrania”.

Pero la amenaza más grande surge de los llamados estados iliberales. En The Washington Post, el analista Fareed Zakaria los describe como aquellos donde predomina el nacionalismo, el arraigo religioso y el papel intervencionista del Estado dentro del mercado. Kubicek dice que “el orden iliberal está creciendo”, resalta los casos de Turquía, Hungría y varios países latinoamericanos, encabezados por Venezuela, y concluye que, “aunque no confrontan a Occidente, podrían generar una división en la política mundial”.

Los motivos de su aparición no son solo políticos. Estriban también en la creciente desigualdad, la escasez de recursos y las crisis económicas, ancladas estas últimas en la debacle de 2008. Así, los regionalismos, los independentismos y los nacionalismos se han reforzado, la derecha y la xenofobia han entrado en un nuevo apogeo y docenas de estados fallidos han surgido en lugares donde la carencia de instituciones, el vacío ideológico y los resentimientos históricos han creado perfectos caldos de cultivo para los más violentos extremismos, encarnados hoy por el cruel Estado Islámico.

En todo caso, ya se ajustan 25 años de la caída del muro de Berlín, y tanto es su peso simbólico  que aún es una figura recurrente en las discusiones sobre geopolítica y en las reflexiones sobre el nuevo orden mundial. Así que por lo pronto, la historia sigue su curso.