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EL ESCANDALO SIGUE CRECIENDO

Aunque sus implicaciones tal vez no lleguen lejos, es inevitable el símil del caso Whitewater con el Watergate.

11 de abril de 1994

LOS DESARROLLOS MAS RECIENTES DEL caso Whitewater demuestran que en política no sólo es necesario ser, sino parecer ser. Un caso antiguo, de poca monta, que se hubiera podido dejar morir de física muerte natural asfixiado por su escaso dramatismo y por la circunstancia de que los hechos ocurrieron hace ya varios años, siguió en las primeras planas y adquirió nuevas implicaciones por el excesivo sigilo de la Casa Blanca para enfrentar las investigaciones. Ahora nadie puede esperar que el tema se desvanezca antes de dos años, porque, donde hay oscuridad, la curiosidad pica con más fuerza. Y lo que es peor, las comparaciones con el caso Watergate, que tumbó a Richard Nixon en 1974, son tan inevitables que el propio presidente Bill Clinton, en su vehemente defensa, no ha podido dejar de sostener que su problema no se parece al de Nixon.
El caso proviene de un negocio de finca raíz hecho por Clinton cuando era gobernador de Arkansas, en 1979, con su amigo James McDougal. El negocio fracasó y una serie de préstamos irregulares hechos con intervención de Hillary -por una financiera de McDougal que después quebró, configuraron el escándalo, complicado después por la muerte en circunstancias misteriosas de Vincent Foster Jr., un cercano amigo de la pareja que "no aguantó " las tensiones de su nueva vida como consejero legal de la Casa Blanca y se suicidó.
La sensación de oscuridád comenzó a crecer desde cuando la Casa Blanca evidenció su intención de resistir, por todos los medios posibles, el nombramiento de un investigador independiente. Para empeorar las cosas, el hoy destituido consejero legal, Bernard Nussbaum, con su tacto de abogado neoyorquino, sostuvo durante semanas que Clinton no tenía obligación de presentar sus documentos del caso, sobre la base de argumentos tinterillos. Y entre tanto, las respuestas de los voceros oficiales a las preguntas de la prensa fueron evasivas, incompletas y como a regañadientes.
Esa situación desembocó la semana pasada en la renuncia de Nussbaum y en las acusaciones contra la primera dama, Hillary Clinton, de haber ordenado la destrucción de documentos desde la época de la campaña, en lo que parece haber sido un intento por ocultar datos cruciales. Como si eso fuera poco, el investigador especial, Robert Fiskes, ha llamado a declarar a 10 de los colaboradores más cercanos del presidente, en un esfuerzo para determinar hasta qué punto llegó la Casa Blanca a tratar de entorpecer las pesquisas.
Clinton compareció ante la prensa la semana anterior, y con los ojos aguados, defendió la integridad de la primera dama diciendo que ésta "jamás optaría por un atajo, un camino fácil o marcar un paso equivocado en vez de escoger la senda correcta". El presidente juró que su gobierno haría todo lo necesario para aclarar las cosas por completo, pero, por lo que parece, su manifestación llegó demasiado tarde.
Esa actitud defensiva es en sí misma una reminiscencia de la de Nixon, cuando sostenía que el problema de Watergate, que empezó con una violación de domicilio en el complejo urbanístico de Watergate, cuartel general demócrata en Washington -y terminó convertido en un caso de espionaje político- era simplemente un asunto policíaco "de tercera ".
Clinton acabó respondiendo preguntas sobre Whitewater en una conferencia de prensa que estaba prevista para considerar temas internacionales, lo que recuerda la distracción de Nixon de los asuntos de Estado, a los que prácticamente nunca pudo volver desde que estalló el Watergate.
Lo más preocupante es que, según muchos analistas, Clinton es tan vulnerable en una crisis de estas características como Nixon, porque, como éste, su reputación política previa a la presidencia no es totalmente clara. Uno y otro han sido considerados como personajes de gran inteligencia, manejo político y capacidad para entender los asuntos públicos más complicados. Pero uno y otro han fallado por su falta de credibilidad. A Nixon le decían `Tricky Dick', algo así como Ricardito el tramposo. A Clinton, 'Slick Willie', apodo semejante a Guillermito el resbaloso .
Es claro que hay una gran distancia entre los sucesos actuales con el caso Watergate, donde se violaron con conocimiento de causa varias leyes constitucionales, al espiar con micrófonos escondidos a los rivales políticos y luego bloquear las investigaciones. Pero el asunto Whitewater podría tener efectos letales sobre la administración de Clinton, sobre todo porque el bloque parlamentario de su partido, el demócrata, comienza a presentar fisuras por cuanto este noviembre habrá elecciones para la totalidad de la Cámara y un tercio del Senado. Eso significa que la capacidad del presidente para sacar adelante sus proyectos bandera, como la seguridad social y la salud pública, podría quedar afectada. Y, de pronto, también sus posibilidades de ser reelegido. -