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Tenet fue condecorado por Bush al dejar el cargo. Su papel en la invasión a Irak fue considerado crucial

Estados Unidos

El espía renegado

Un nuevo libro confirma las mentiras del gobierno de George W. Bush para invadir a Irak. Esta vez el autor es el propio George Tenet, ex director de la CIA.

5 de mayo de 2007

Los trapos sucios del gobierno de Estados Unidos no se lavan en la Casa Blanca, sino a la vista del público. Sobre todo si se trata del tema que tiene a la mayor potencia mundial al borde de un ataque de nervios. La decisión de invadir a Irak, cuyo resultado se empantanó en la sangre de miles de muertos, fue objeto de un nuevo libro de memorias lanzado la semana pasada bajo el título En el centro de la tormenta. Pero esta vez el encargado de revelar los intríngulis de la toma de decisiones del gobierno no fue un periodista laureado, sino nada menos que el entonces director de la CIA, George Tenet, el hombre que supuestamente debe saber más sobre ese episodio.

Cualquiera diría que el ex funcionario salió a la palestra a defender las decisiones tomadas por su gobierno a partir de las informaciones de inteligencia proporcionadas por la agencia que dirigía, la más poderosa del planeta. Pero aunque trata al Presidente y a su segundo al mando, Dick Cheney, con cierta suavidad, Tenet confirma todo lo que había sido ya revelado en obras como Negar la evidencia, del legendario reportero Bob Woodward. Por eso, a la hora de describir su gobierno, habla de una “administración disfuncional” en la que las decisiones más importantes eran tomadas sin suficiente análisis de costo-beneficio, y en la que la opinión de los expertos era prácticamente ignorada. Dice que el gobierno estaba cruzado por divisiones entre el Departamento de Estado y el de Defensa y entre funcionarios extremistas e ideologizados frente a otros que trataban de mantener una actitud pragmática. Y sostiene que “nunca hubo un debate serio acerca de la inminencia de un ataque de Irak”, y que, una vez las tropas invadieron el país, no había una idea clara de qué hacer con ello.

Detrás de todo ello está la realidad de que Tenet, aunque guarda cierto agradecimiento al Presidente por haberlo dejado en su puesto tras el ataque del 11 de septiembre de 2001, le tiene al mismo tiempo rencor a su equipo. La razón es que cuando comenzaron a quedar demostradas las mentiras que justificaron la invasión, fueron él y su agencia los chivos expiatorios que debieron cargar con la peor parte de una responsabilidad que, en su sentir, está diluida en la ligereza general con la que el alto gobierno norteamericano manejó todo el asunto.

Tenet lleva en sus hombros la carga de haber usado la expresión “slam dunk”, algo así como “gol seguro”, para decirle al Presidente que estaba por fuera de toda duda la información de la CIA que confirmaba la existencia de armas de destrucción masiva en Irak. Según él, esas palabras salieron a la luz pública fuera de contexto, cuando el gobierno, por boca del vicepresidente Cheney, decidió echarle la culpa de la decisión equivocada.

Por el contrario, el ex funcionario sostiene en su libro que la verdadera razón para invadir a Irak estaba en la idea, firmemente incrustada en la administración, de que el cambio de régimen en Irak democratizaría al Oriente Medio. Para él, la decisión estaba tomada desde mucho tiempo antes, incluso, del ataque del saudí Osama Ben Laden, líder del grupo terrorista Al Qaeda, en 2001. Todo lo que había que hacer era encontrar un motivo suficientemente claro para que el pueblo norteamericano apoyara la acción. Y la caída de las Torres Gemelas se convirtió en el pretexto perfecto, así el iraquí Saddam Hussein no tuviera nada que ver. Sobre este aspecto, el ex director sostiene, en contra de sus declaraciones oficiales de la época, que no existió jamás una sola prueba que demostrara que Hussein o su gobierno estaban involucrados en el ataque.

El libro del ex director admite que las informaciones que justificaron el famoso discurso del secretario de Estado, Colin Powell, de 2003, ante el Consejo de Seguridad de la ONU, estaban llenas de fallas en cuanto a las supuestas armas de destrucción masiva de Irak. En forma sorprendente, sostiene que él mismo, en su fuero interno, estaba convencido de que esos artefactos existían, y que el alto gobierno no ejerció presión alguna para moldear a su conveniencia los informes de inteligencia. Pero no explica cómo se llegó a convertir en inteligencia oficial una información que era simplemente falsa.

No lo hizo en el libro, pero sí en una entrevista que concedió hace algunos días al periodista Wolf Blitzer, de CNN. Y la explicación es delirante, porque, según lo que contestó, la CIA no basó su reporte en lo que sabía, sino en lo que no sabía. Tenet dijo, literalmente, que “nosotros no queríamos que lo que no sabíamos nos pudiera sorprender”. Lo cual supera todos los límites, pues significa que la decisión que ha llevado al mayor fiasco en la historia reciente de Estados Unidos, a cuatro años de sangre y desolación en un país remoto, estaba basada, en las palabras de Tenet, en una información no falsa, sino inexistente.

Porque si bien Tenet puede estar resentido por haber sido el chivo expiatorio de todo el asunto, eso no lo libera de la responsabilidad histórica de haber participado en el esfuerzo por convencer al público norteamericano (y de paso, al mundo) de una mentira de esas dimensiones históricas. Porque así como ahora, en una entrevista con el programa 60 Minutos, dijo sobre la participación de Irak en el 9-11 que “nunca tuvo ningún sentido, ni hubo absolutamente ninguna prueba”, en febrero de 2003 le dijo al Congreso que “Irak le ha dado entrenamiento en elaboración de bombas y ha provisto equipos a Al Qaeda”, y que esa organización tenía una célula en Irak auspiciada por su gobierno.

Nadie tiene claro a estas alturas cuál era el propósito de Tenet al escribir sus memorias. Puede haber logrado su propósito ostensible, que era librarse del papel de chivo expiatorio de las culpas de toda la organización. Pero en ese esfuerzo, no sólo confirmó la enorme ligereza del gobierno de George W. Bush, sino se hundió aun más en la responsabilidad personal de no haber hecho nada para evitar el mayor desastre de la política internacional de Estados Unidos en los últimos años, la invasión a Irak.