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El documentalista francés Christian Poveda fue asesiando por las maras salvadoreñas mientras realizaba un trabajo periodístico sobre la violencia. | Foto: AP

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El fotógrafo de ‘las maras’

El Salvador muestra la situación insostenible que generan las bandas criminales en forma de pandillas. El asesinato del fotógrafo Christian Poveda es el último episodio de una violencia que desbordó al Estado.

Paula Duran, periodista de Semana
14 de septiembre de 2009

“Si alguien vino a este país a entregar su conocimiento fue el Christian” afirma su gran amigo y colega Edgar Romero. Christian Poveda, fotógrafo y documentalista francés de padres españoles exiliados en tiempos de Franco, casado con la izquierda y que fue asesinado hace unos días, dedicó más de 10 años de su vida a retratar la realidad de El Salvador.

Llegó por primera vez a finales de los setenta para capturar imágenes de la guerra civil entre la guerrilla Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) y el gobierno. En medio del conflicto miles de jóvenes salvadoreños migraron hacia Estados Unidos y se asentaron en los barrios marginales de Los Ángeles, donde encontraron asilo en pandillas de jóvenes chicanos y centroamericanos.

A principios de los años noventa se dio un cambio en las leyes de migración y deportaron a miles de jóvenes exiliados de vuelta a El Salvador. Aquí encontraron terreno fértil para consolidar pandillas similares a las norteamericanas, pues ya existían pequeños grupos delincuenciales de barrio. Se daban también otras condiciones necesarias, como explica Laura Aguirre, investigadora de la FLACSO en El Salvador. ”Con la firma de la paz en 1992 y la transición hacia la democracia hay un periodo de inestabilidad, incertidumbre y contrario a lo que se pensaba, la democracia no trajo buenos resultados económicos, por lo que las condiciones de vida se hacen cada vez más difíciles.”

El fenómeno seguía creciendo, y Christian, quien había estado cubriendo otros conflictos, su gran pasión, en Palestina, Filipinas, Nicaragua con los contras y Argentina y Chile después de las dictaduras, se enteró de las pandillas por unos salvadoreños con quien compartió en Paris. Enamorado desde tiempo de guerra del país centroamericano, decide volver con su cámara en 2004.

Como en todo, era apasionado y no paraba. Si en su primera visita lo habían apodado “La Locomotora Poveda”, en esta ocasión estaba más reposado pero no menos obsesionado con sus temas. Le apostó a la historia de las ‘maras’,como se les dice a las pandillas localmente, que ya estaban fuera de control: La 18 y Salvatrucha, las más grandes, peleaban por el control de barrios enteros y la población quedaba en medio. Cobraban impuestos preventivos para no violar niñas o asesinar a ciudadanos y controlaban el negocio del narco menudeo, la distribución y venta de la droga a pequeña escala.

Las políticas represivas conocidas como “La mano dura” instauradas en 2003 habían fracasado y de hecho, empeoraron la situación. Tanto así que un centro penitenciario que recibía pandilleros de ambos bandos, pensado como una estrategia de reconciliación, se convirtió en un cuartel de guerra. Ahora cada pandilla cuenta con su cárcel exclusiva que, paradójicamente, funciona como centro de operaciones. Los grupos, antes atomizados y sin mucha estructura, se han organizado bajo el mando de grandes líderes que ejecutan desde la cárcel.

Christian logró la confianza de los grandes capos de La 18 y por más de dos años estrechó lazos con ellos mientras filmaba el documental “La Vida Loca”, próximo a estrenarse. Se ganó el respeto de sus miembros, a quienes muestra no como delincuentes sino como víctimas de un sistema, una sociedad que los ha excluido y les ha negado opciones.

Janeth Aguilar, directora del Instituto Universitario de Opinión Pública de la Universidad Centroamericana, tiene una apreciación similar de las pandillas. “Aunque el fenómeno ha mutado y ha sido pemeado por la economía criminal, se siguen manejando códigos de honor y una simbología específica. Se puede hablar de una subcultura de jóvenes marginados que buscan identidad, reconocimiento y sentido de pertenencia” afirma desde San Salvador. Esto se hace evidente en los tatuajes vistosos de sus miembros, quienes se marcan el cuerpo, incluyendo el rostro, con episodios importantes de su vida y signos de afiliación a una mara específica.

La situación no es fácil, como se comprobó hace unos días cuando mataron a Poveda, de 52 años, con cuatro disparos en la cabeza mientras regresaba de una reunión con unas pandilleras en el norte de San Salvador. Aunque no se sabe quién es el responsable, se dice que un líder de La 18 ordenó su asesinato desde la cárcel porque se puso nervioso con el estreno del documental. Otros dicen que fue Salvatrucha para vengarse de 18, su enemigo a muerte. También hay expertos que afirman que el país está viviendo una situación violenta y compleja que no se limita a las pandillas. Atribuyen el hecho a actores desconocidos en busca de la inestabilidad del país, el cual está estrenando presidente.

Mauricio Funes, periodista, militante del partido FMLN y  hoy jefe de estado, no ha concretado la estrategia que implementará para combatir la violencia y en especial a las maras. Es un fenómeno que no tiene salida fácil, hoy en día hay más de 30.000 pandilleros y el promedio de asesinatos diario en San Salvador no baja de 13. Aunque es claro que las medidas deben dirigirse hacia la prevención, no hay una línea que guíe los esfuerzos. Lo único que se sabe es que con la muerte de Christian han perdido un gran interlocutor. Como dice su amigo Edgar Romero, Christian vino al país a dar todo, incluso su vida. Luchó para que El Salvador fuera un lugar más justo e igualitario pero como con toda muerte prematura, dejó su batalla inconclusa.