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Durante su visita a Brasilia, en el aniversario de la independencia, Nicolas Sarkozy se refirió a Brasil como un "socio obligatorio"

BRASIL

El gigante despierto

El país más grande de Suramérica sigue avanzando hacia desempeñar un papel de primer orden en el concierto mundial. La compra de armas a Francia es un paso necesario en un camino trazado de antemano.

12 de septiembre de 2009

El presidente brasileño Luiz Inacio Lula da Silva aprovechó el día de la fiesta nacional para hacer un anuncio que, en muchos sentidos, fue todo un nuevo grito de independencia para el gigante suramericano. Al lado de su colega francés Nicolas Sarkozy, de visita en Brasilia, Lula anunció un multimillonario acuerdo militar con el país galo que le permitirá dotarse con 50 helicópteros, cuatro submarinos convencionales y uno de propulsión nuclear, el primero de la región y, más adelante, con 36 aviones caza de última generación Rafale. Los dos mandatarios, que hablaron de una "asociación estratégica", acordaron un negocio cuyo monto total podría llegar a los 14.000 millones de dólares, el mayor gasto de este tipo en más de medio siglo para Brasil. Se trata de una nueva muestra de su determinación por desempeñar un papel central en el escenario del mundo.

El acuerdo llega en medio del dulce momento que el gigante suramericano vive en varios frentes. Tiene en la figura de Lula un presidente popular, los hallazgos petroleros de 2007 frente a las costas lo podrían ubicar como el octavo país con mayores reservas en el planeta, es líder mundial en el desarrollo de biocombustibles y su economía parece destinada a superar más pronto que otras la crisis mundial, mientras el bienestar de sus habitantes mejora sustancialmente. Además, se prepara para tener una gran vitrina global como sede del Mundial de Fútbol en 2014 y Río de Janeiro es favorita para organizar los Juegos Olímpicos en 2016, la primera ocasión en que las justas se disputarían en una ciudad suramericana.

Lula dijo alguna vez, en una entrevista a la revista Time, que se proponía "cambiar la geografía política y económica del mundo". Y Brasil, por momentos, parece estar en todas partes. Es miembro del G-20, el grupo de las principales economías del mundo; hace parte de los países emergentes más importantes, agrupados en el acrónimo Bric (Brasil, Rusia, India y China); como abanderado de la cooperación sur-sur comparte otro 'club' con India y Suráfrica (Ibsa); y ha impulsado iniciativas regionales como Unasur y el Consejo de Defensa Suramericano. Incluso lideró la misión de Naciones Unidas para estabilizar Haití.

Brasil, etiquetado en el pasado como 'el país del futuro', vive un presente que lo confirma. Los positivos indicadores económicos y la inserción en el comercio internacional le han permitido un papel cada vez más activo en los foros multilaterales. También, desde hace años, el país ha elevado su perfil en el marco de las Naciones Unidas, donde aspira alcanzar un puesto permanente en el Consejo de Seguridad cuando llegue una eventual reforma que ha sido postergada por mucho tiempo. "Desde hace mucho, en los planes estratégicos de Brasil estaba su proyección ya no solamente como potencia regional sino como un poder emergente de nivel global -dijo a SEMANA el internacionalista colombo-argentino Juan Gabriel Tokatlián -. Este doble despliegue económico y diplomático, de alguna manera, tiene hoy con este acuerdo entre Francia y Brasil su tercera pata, que es el componente militar".

La alianza franco-brasileña
En un país con una arraigada tradición pacífica, que definió sus extensas fronteras sin disparar un solo tiro, Lula justificó el gasto militar en la necesidad de cuidar el inmenso territorio brasileño, que incluye la Amazonia, una región de enorme importancia geoestratégica, y más de 8.000 kilómetros de costas. También mencionó la necesidad de cuidar los nuevos hallazgos cuando dijo que "el petróleo ya fue motivo de muchas guerras".

La noticia dejó claro que Brasil juega en las grandes ligas, pues se convertirá en el séptimo país en el mundo capaz de diseñar y operar submarinos nucleares -un club al que sólo pertenecen Estados Unidos, Gran Bretaña, Rusia, China y Francia, los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad, e India-. La clave para que Brasilia se decidiera por Francia está en las condiciones de transferencia de tecnología y asesoría para desarrollar su propia industria militar. De hecho, como parte del acuerdo, los submarinos serán construidos en astilleros levantados al efecto en Brasil, y Francia también comprará aeronaves de transporte militar de fabricación brasileña.

"Los países que compran armas son vulnerables, porque dependen del suministro de piezas de reposición. Chávez tiene aviones F-16 en el piso porque los norteamericanos no le mandan un tornillo", dijo a SEMANA Julio César Gomes Dos Santos, ex embajador de Brasil en Colombia y profesor de la Universidad del Rosario. "Brasil tiene una industria bélica para depender de sí mismo. Brasil no compra armas. Es un acuerdo de negocios por el cual los primeros aviones son adquiridos, pero fabrica los siguientes con permiso de venderlos en la región. Hay una diferencia enorme", enfatiza.

Francia, además, reunía elementos atractivos para el gobierno de Lula. El Ejército brasileño fue creado siguiendo la escuela francesa y hay una tradición muy importante en la relación militar de los dos países. París ha tenido una política militar independiente frente a Estados Unidos, incluso en tiempos de la Guerra Fría, y sólo cuando llegó el gobierno de Sarkozy regresó a la Otan. "Si un país tiene que encontrar un socio para la industria bélica, evidentemente Francia es el socio ideal en Occidente. Francia no tiene compromisos con nadie. Brasil pensó en esto", explica Gomes Dos Santos.

La sintonía entre París y Brasilia parecer trascender los asuntos militares. Lula consiguió en Sarkozy un abogado de la causa brasileña. El presidente francés declaró, entre otras, que Brasil era un "socio obligatorio" y que el G-8 de las naciones más industrializadas se había quedado corto y debía dar paso a un G-14 que incluyera a los grandes países emergentes. Entre ellos, por supuesto, Brasil.

Los retos
Pero no todo es un camino de rosas para que Brasilia consolide su alcance global, pues enfrenta algunas condiciones particulares. Como afirma Tokatlián, "no es lo mismo ser un poder emergente en el mundo asiático, como es India, o en el mundo africano, como Sudáfrica, que hacerlo en este hemisferio considerado una suerte de patio trasero de Estados Unidos. Por lo tanto un elemento que va a coadyuvar o a limitar la proyección internacional de Brasil va a ser el modo en que articule su relación con Estados Unidos".

Brasilia mantiene buenas relaciones con Washington, al punto que Barack Obama dijo de Lula en la cumbre del G-20 en Londres, "él es mi hombre". El brasileño fue el primer mandatario latinoamericano que Obama recibió en Washington y parece haber llegado a la conclusión de que es su interlocutor natural en el subcontinente. Pero la relación no deja de ser limitada.

Algunas decisiones de Estados Unidos no son bien vistas en Brasilia, como reactivar la IV flota en el Atlántico, el año pasado, o el reciente acuerdo para el uso de las bases militares colombianas. Para Tokatlián, esos dos hechos le reafirmaron a Brasil una decisión tomada desde mucho antes, el acuerdo militar con Francia. Sin embargo destaca que no optó por hacerlo con un potencial opositor de Washington como Rusia o China. "Esto se inscribe en el estilo brasileño de un gradual distanciamiento de Estados Unidos, pero sin patear el tablero, sin hacerlo de manera agresiva", asegura.

También están los retos que presenta el propio vecindario, y la región no se distingue precisamente por su estabilidad. En la Carta brasileña hay un artículo que dice expresamente que Brasil debe trabajar por la integración latinoamericana y la estrategia es primero consolidar a Suramérica como un bloque para poder dialogar desde una posición de más peso con los demás bloques mundiales. De ahí el interés en robustecer Unasur, una tarea nada fácil. Algunos critican que Lula, por ejemplo, no condene los excesos de Hugo Chávez contra la oposición venezolana. Pero el estilo brasileño no es la confrontación. A fin de cuentas, Lula fue un líder sindical y no ha hecho otra cosa en su vida que negociar. Brasil busca la armonía en la región y eso implica tratar de bajar el tono de las discusiones. En general, Brasilia ha cumplido un papel moderador.

Por último, está la propia situación interna. Lula llegó al poder con la promesa de combatir la pobreza y lo ha cumplido. Más de 20 millones de brasileños pobres han pasado a la clase media en los últimos cinco años. Pero aunque ha tenido importantes avances en sus indicadores sociales, Brasil sigue teniendo tareas pendientes. "Las asimetrías entre los Estados brasileños son muy grandes. La distribución del ingreso sigue siendo perversa. Se hace mucho, pero hay mucho que hacer por muchos años más", expresa el ex embajador Gomes Dos Santos. "Brasil está en una dirección de desarrollo irreversible, pero tiene que crecer para adentro, no para afuera. Y lo está haciendo. El crecimiento exterior es una consecuencia natural del crecimiento interno". El prestigio comienza de puertas para adentro, y quizá lo que hace falta para que el gigante latinoamericano se convierta en un verdadero poder global es tiempo.