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El gran escape

El éxodo masivo de alemanes orientales hacia Occidente evidencia la crisis del sistema comunista.

16 de octubre de 1989

Mientras hacían sus maletas en su pequeño apartamento de un complejo habitacional de Dresden, Erich Schmidt y su esposa María prometieron a sus hijas unas vacaciones que no olvidarían jamás. Más tarde, con su familia a bordo del humeante Wartburg -obtenido tras 7 años de espera- el técnico metalúrgico de 35 años sabía bien que esa podría ser la última ocasión en muchos años en que vería su hermosa ciudad. Schmidt y su familia hacían parte de los miles de alemanes orientales que vieron en la apertura de la frontera que separa a Austria de Hungría la oportunidad para salir de su tierra e incorporarse a Alemania Occidental. Para ellos la vida no volvería a ser la misma.
Como tantos compatriotas que por distintos medios llegaron a Budapest al comienzo del verano, Schmidt obtuvo una visa de turista que les permitiría, a él y a su familia, viajar a cualquiera de los países vecinos del área socialista. Por eso, los Schmidt cruzaron tranquilamente Checoslovaquia y llegaron hasta Budapest, en donde se instalaron en uno de los campamentos de verano para turistas, en espera de su oportunidad para dar el salto a Occidente.
FRONTERA VERDE
Palabras más, palabras menos, la historia de Erich Schmidt, su esposa y sus dos hijas resume la de un número aún indeterminado de familias de la República Democrática Alemana que aprovecharon la hoy llamada "Frontera Verde" -y la benevolencia de las autoridades húngaras- para conseguir su pasaje a una nueva vida a este lado de la desfalleciente Cortina de Hierro. Como muchos de ellos, Schmidt llevaba años solicitando, sin éxito, el permiso gubernamental para emigrar a Alemania Occidental. Y como ellos, el hoy emigrante se había convencido de que su país no tomaría el camino de democratización y apertura abierto por Mijail Gorbachov en la metrópoli soviética, y seguido por países como Polonia y, precisamente, Hungría.
Lo cierto es que desde cuando el número de alemanes orientales que buscaba su salida hacia Austria comenzó a hacerse inmanejable, las autoridades húngaras iniciaron, sin éxito, una serie de contactos con los gobiernos de ambas Alemanias para tratar de obtener una solución concertada. Por fin, después de más de dos semanas de espera, la gran noticia llegó a las siete de la noche del domingo 10. El ministro de Relaciones Exteriores de Hungría, Gyula Horn, anunció por la TV que, debido a la "situación insoportable" creada por la avalancha de refugiados estealemanes que trataban de abandonar su país, Hungría habia decidido suspender temporalmente la vigencia de un tratado con Alemania Oriental, para permitir a esos refugiados el libre tránsito "hacia el país de su escogencia". Hungría, según sus palabras, no podía convertirse en "país de refugiados".
El anuncio del ministro desató un verdadero carnaval entre los emigrantes. Pronto se formó una hilera de pequeños automóviles que querían ser los primeros en llegar a la frontera.
Mientras cantaban "Somos libres", sus eufóricos ocupantes descorchaban botellas de champán soviético especialmente reservado para la ocasión, mientras los guardias húngaros, sonrientes, les revisaban brevemente sus nuevos pasaportes occidentales.
De esa forma, por lo menos 7 mil alemanes orientales abandonaron ese mismo día a Hungría para atravesar Austria y llegar a su tierra prometida. Algunos estimativos afirman que en las semanas anteriores por lo menos 6 mil paisanos suyos habían atravesado subrepticiamente la frontera, aprovechando que las autoridades húngaras habían demolido meses atrás las cercas en buena parte de su extensión, y ante la escasa determinación de los guardias fronterizos para detenerlos a sangre y fuego.
LAVADO DE MANOS
La decisión húngara de permitir la salida de los alemanes orientales no fue un trance fácil. En cualquier caso, marcó la primera ocasión en que un país del pacto de Varsovia rompe la colaboración tradicional entre ellos cuando se trata de evitar que sus ciudadanos viajen hacia un tercer Estado no comunista. Pero más aún, los húngaros pusieron en evidencia la brecha que se ha abierto paulatinamente entre los países del bloque oriental empeñados en las reformas y la apertura que preconiza Mijail Gorbachov en la URSS, y los que se mantienen firmes en la vieja rigidez ortodoxa.
La dificultad de la decisión se confirma en las palabras del mismo Horn, quien declaró esa noche que Hungría estaba dispuesta a permitir la salida de los refugiados desde la semana anterior, pero había dilatado la medida para permitir a los funcionarios de Alemania Democrática hablar con sus conciudadanos para tratar de convencerlos de regresar a su país.
La negativa de los refugiados a aceptar las ofertas para repatriarse le sirvió, sin embargo, al gobierno de Hungría para lavarse las manos en un problema que no era el suyo.
Por otra parte, los observadores internacionales consideran que unas negociaciones entre las Alemanias sobre este tema no podían llegar a buen término, por la diferencia de principio de los dos países frente a sus ciudadanos. La Constitución de la República Federal de Alemania proclama a este país como la patria de todos los alemanes y les garantiza, cualquiera sea su lugar de nacimiento, la expedición de su carta de ciudadanía. La República Democrática Alemana por el contrario, no reconoce la existencia de una Alemania susceptible de reunificación, y trata el problema de los ciudadanos de uno y otro lado como el de dos países diferentes, protegidos cada uno por su propia soberanía. De ahí que las amargas declaraciones oficiales del gobierno de Berlín tilden de "ilegal" y "contraria al derecho internacional" la actitud del gobierno de Bonn de dar pasaporte nuevo a los ciudadanos de Alemania Oriental.
La humillación internacional de Berlin quedó reflejada en el texto del comunicado de la agencia oficial de prensa ADN, donde se afirma que a los ciudadanos de su país "se les está permitiendo cruzar hacia Austria y de allí a Alemania Occidental ilegalmente y amparados por la noche y la niebla".
El clamor de los germanoorientales llegó a que la ADN implicara que Hungría había recibido dinero por el permiso, al afirmar que "bajo la apariencia de acciones humanitarias, se ha organizado un frío comercio de seres humanos. Con tristeza se debe afirmar que las autoridades de la República Popular de Hungría han sido llevados a apoyar esta acción, que ha sido largamente planeada por la República Federal de Alemania, en franca violación de tratados internacionales".
Lo cierto es que, para muchos, Hungría se jugó la carta de la amistad con su gran socio de este lado de la Cortina, Alemania Federal. Para nadie es un misterio que el gobierno de Budapest está empeñado en uno de los proyectos de liberalización más amplios del bloque comunista, y que, en ése camino, una buena imagen ante Occidente es fundamental. Pero como para curarse en salud, mientras respondía a una de las diatribas de sus nuevos enemigos, el ministro de Relaciones Exteriores anunció que desde un principio se mantuvo informado a Moscú sobre la decisión húngara, y que el mensaje del Kremlin fue muy coherente con la doctrina de Gorbachov: "Eso es asunto interno de Hungría".
GOBIERNO EMPANTANADO
Mientras el miembro "duro" del Politburó soviético, Yigor Ligachev, hacía su llegada a Berlin, en un aparente esfuerzo por demostrar la solidaridad soviética ante la crisis que afecta a Alemania Oriental, muchos observadores occidentales anotaban que la reacción oficial del gobierno comunista de Alemania había evidenciado lo que llamaron "falta de imaginación".
Para ellos, los virulentos ataques contra Hungría y Alemania Federal, en ausencia de medidas efectivas para frenar el flujo de emigrantes, mostraban un "empantanamiento" en el gobierno, en momentos en que su máximo líder, Erich Honecker, se encuentra hospitalizado como consecuencia de una operación. Los rumores llegaron a afirmar que Honecker se encuentra al borde de la muerte y que el avejentado liderazgo de Berlín se encuentra en un callejón sin salida.
Al final de la semana, Alemania Democrática exigió formalmente, en una nota de protesta, que el gobierno húngaro pusiera de nuevo en vigencia el cierre de la frontera según el tratado entre los dos países. Las estadísticas del Ministerio del Interior de Austria revelaron que hasta el jueves habían cruzado su país 10.516 estealemanes, mientras las húngaras afirmaban que, desde el domingo del anuncio, entre 6 mil y 8 mil habian entrado a su país desde Rumania, 4.966 más desde Checoslovaquia y un número indeterminado desde Bulgaria. Según los húngaros, al final de la semana aún permanecían en su territorio entre 30 y 40 mil estealemanes, cuya situación aún no parecía definida.

TRISTE ESPECTACULO
En cualquier caso, el espectáculo de los miles de jubilosos emigrantes dejó muy mal parada la imagen de la República Democrática Alemana en particular, y del bloque comunista en general. Para muchos, se puso en claro que la RDA, aunque tiene el nivel de vida más alto del bloque oriental, no ha logrado en sus 40 años de existencia inspirar en sus ciudadanos los lazos de lealtad y amor que suelen atar a los habitantes de un país con su patria. Las pruebas de ello son contundentes. Alemania Oriental tuvo que cerrar sus fronteras en agosto de 1961 y construír el Muro de Berlín, para evitar verse desangrada por un éxodo incontenible de sus habitantes (ver recuadro). La desbandada que se presentó la semana pasada fue protagonizada principalnlente por jóvenes que no habían nacido en esa época, o eran demasiado pequeños como para recordarla. Se trata, fundamentalmente, de trabajadores de alta calificación, producto además de un cuidadoso proceso de educación y adoctrinamiento, que por otra parte crecieron en los mejores años de desarrollo de la Alemania comunista. Lo que parece demostrarse es que el reclamo de la Constitución oestealemana, según el cual la República Federal es responsable por todos los alemanes, ha pesado mucho más que la soberanía reclamada a ultranza por la Democrática. Pero para ello han confluído además varios factores:
- En primer lugar, la apertura de Mijail Gorbachov abrió unas esperanzas desmesuradas en la población joven de Alemania Democrática. Sin embargo, en ese país como en ninguno otro, esas reformas liberalizantes son inconcebibles, pues la existencia misma del país como ente independiente sólo se justifica como modelo comunista opuesto al capitalismo de la Federal. La creciente sensación de que el vetusto Honecker les iba a dar gato por liebre, había desencadenado el éxodo.
- En segundo lugar, los alemanes orientales "disfrutan" noche a noche la comparación televisiva de su nivel de vida con el de sus vecinos y parientes, pues la televisión oestealemana se recibe en casi todo el país.
- En tercer lugar, la misma Alemania Federal ha tratado de elevar el nivel de vida de su vecina, mediante fuertes inversiones en varios campos. Pero a cambio, ha conseguido que los alemanes orientales visiten por millares a sus parientes de Occidente, en donde se han podido enterar de primera mano de las profundas diferencias existentes en todos los órdenes. Para muchos observadores, ese creciente número de visitas privadas produjo un efecto impredecible en la conciencia de millones de alemanes orientales.
En esas condiciones, pocos dudan que el espectro de la reunificación de Alemania podría estar al orden del día, posiblemente en la próxima década. Pero para que ello suceda, aún deberán darse profundas modificaciones en el orden mundial. Entre tanto, el ejemplo de Erich Schmidt y su familia, hoy instalados provisionalmente en Alemania Occidental, podría diseminarse hacia otros paises del costado oriental de la Cortina de Hierro.-

SALTANDO LA CERCA
La crisis que aqueja actualmente a la República Democrática Alemana parece tener antecedentes en los primeros años de su historia. Nacida como Estado soberano en octubre de 1949, la RDA se constituyó a imagen y semejanza de las demás "Repúblicas Democráticas" del bloque soviético. Al morir Stalin, se produjo un alzamiento popular en junio de 1953, en demanda de elecciones libres. Diez de los cabecillas fueron ejecutados, y un número no determinado de ciudadanos emigró hacia el oeste. Algunos años más tarde se produjo un nuevo éxodo cuando Nikita Khruschev denunció los crímenes estalinistas contra el partido. A diferencia de sus colegas de Polonia y Hungría, que demandaron la democratización del país mediante alzamientos, los alemanes del este resolvieron la cosa a su modo. Como las reformas prometidas por Khruschev no llegaron, ellos se marcharon hacia su patria alternativa .
Pero el flujo más notorio de emigrantes se produjo al final de la década de los 50 y comienzo de la de los 60. La colectivización masiva de la agricultura y la nacionalización de miles de negocios pequeños se sumaron a la línea dura que adoptó Khruschev sobre la división de Berlín, en medio de la guerra fría. La incertidumbre que siguió hizo que en sólo 1961 más de 207 mil estealemanes abandonaran el país con destino a Alemania Occidental. Sólo mediante la construcción del Muro de Berlín (en agosto de ese año) y el cierre total de la frontera, el régimen del Partido Socialista Unitario de Alemania logró, por fin, parar la hemorragia. En total, desde 1945, más de 3 millones de habitantes habían abandonado el país.