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EL HOMBRE SORPRESA

Diego Fernández de Cevallos, del conservador Partido Acción Nacional (PAN), se convierte en opción para derribar al PRI.

18 de julio de 1994

LAS ELECCIONES PRESIDENciales mexicanas solían ser tan aburridas como las de cualquier país comunista en la época de la Guerra Fría. Al fin y al cabo, cada año que pasaba eran menos los ciudadanos que recordaban la época en que el Partido Revolucionario Institucional (PRI) no estaba en el poder sostenido por una maquinaria oficial omnipresente y, en caso de que ésta no funcionara, por un fraude electoral consuetudinario y tan descarado como las circunstancias lo exigieran. Pero este año, si la lógica se impone, los comicios del 21 de agosto deberán marcar un cambio radical. Y si las tendencias siguen su curso, en el centro de todo debería estar Diego Fernández de Cevallos, el candidato de una agrupación que, como el Partido Acción Nacional (PAN), desde su creación hace 55 años, nunca ha ejercido el poder ni sacado más allá del 25 por ciento de los votos.

Fernández saltó al primer lugar de las encuestas después de un histórico debate televisado con los otros dos principales candidatos, el oficialista Ernesto Zedillo Ponce de León y el centroizquierdista Cuauhtémoc Cárdenas, del Partido de la Revolución Democrática. Fernández, un abogado y ex congresista de 53 años, es el representante de un partido conservador y derechista cuyas tesis en defensa del libre mercado le ganaron durante mucho tiempo la percepción popular de que se trataba del partido de los ricos, los estadounidenses y la Iglesia Católica.

Pero esa circunstancia ha quedado atrás por la sencilla razón de que es el propio presidente, Carlos Salinas de Gortari, quien asumió como propias esas mismas tesis con un éxito que muchos sectores de la sociedad consideran muy importante. Y por el contrario, después de que Salinas adoptó sus medidas de liberalización económica, que afectaron a los estratos más bajos, es el PRI el acusado de haberse vendido a los grandes intereses privados. Esa sensación quedó confirmada cuando Salinas se reunió con los grandes empresarios del país y recibió donaciones por 25 millones de dólares.

Fernández es un hombre enérgico, con una retórica arrolladora y una gran capacidad para atraer electores, y eso se demostró en el debate, el primero en la historia. Allí Zedillo pareció muy técnico pero muy frío, y Cárdenas dilapidó sus posibilidades al volver a mostrar una personalidad demasiado plana, su expresión pétrea y su voz monocorde. Sus posibilidades parecen ensombrecidas principalmente por su campaña escasa de fondos y precariamente organizada.

De todas formas, en cualquier otro país Fernández sería un fenómeno, pero en México aún hay que luchar contra una hegemonía partidista de 65 años que ha penetrado en la siquis colectiva de los ciudadanos. Un sistema en el que la democracia se había convertido en el juguete de una cúpula partidista inescrupulosa y corrupta.

Pero estas son otras épocas, y la modernización del aparato económico requiere su contraparte en la política si México quiere entrar de verdad en el club de los países desarrollados.

Hay legisladores estadounidenses que han amenazado con renegociar el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá si el país no se democratiza debidamente. Y los mercados de valores muestran una peligrosa inestabilidad ante las situaciones de crisis, como el rompimiento de las conversaciones de paz con el insurgente Ejército Zapatista de Liberación Nacional.

Por presión de éste y de grupos legales de ciudadanos, el gobierno ha gastado 270 millones de dólares en un sofisticado sistema de registro para evitar el fraude. Así que para el 21 de agosto los mexicanos podrían experimentar las verdaderas angustias de la competencia electoral.-