Home

Mundo

Artículo

EL INVIERNO DEL PATRIARCA

El presidente vitalicio de Túnez, derrocado por senilidad

14 de diciembre de 1987

Habib Burguiba se hacía llamar por su pueblo "El Combatiente Supremo": Mudjahid el Akhbar; y eso, desde veinte años antes de que lograra por fin pactar, en 1956, el retiro de Francia y la independencia de Túnez, uno de los más pequeños pero tal vez el más moderno de los países árabes, encajado incómodamente entre Argelia y Libia. El hiperbólico título era característico. Burguiba era un ejemplar típico de los gobernantes salidos de un proceso de descolonización: salvador de la patria, presidente vitalicio, padre del pueblo, libertador de los humildes -y cualquier otro nombre que vaya siendo necesario en el camino. Era como Jomo Kennyatta, como el pandit Nehru, como Sukarno o como Tito- o bien como hace siglo y medio, en América, el doctor Francia, el emperador Iturbide, el Libertador Bolívar.
Burguiba fue, como todos ellos, el hombre necesario, el hombre inevitable. Y como ellos -con la notable excepción de Bolívar- el hombre que no sabe retirarse nunca del poder supremo. Al respecto cuenta una anécdota el periodista francés Jean Lacouture, que lo conoció durante treinta años. Decía Burguiba que estaba insatisfecho de sus colaboradores: "No oigo nunca de ellos una crítica, nunca una objeción; siempre se inclinan". Y añadía luego, después de pensarlo un momento: "Bueno, pero si uno tiene la suerte de tener a Burguiba ¿para qué contradecirlo?"
Durante 31 años "El Combatiente Supremo" gobernó a Túnez con mano de hierro, aunque sin recurrir a excesos represivos: ni contra la insatisfacción popular, ni contra las intrigas de palacio. Sólo una vez -en 1961, con su antiguo "número dos" Salah Ben Yussef- recurrió al asesinato político, lo cual hace de Burguiba una verdadera paloma dentro del concierto de crueldad sin escrúpulos habitual en la vida política de los países árabes. Y en esos tres decenios consiguió edificar una obra considerable: un Estado moderno y laico, manteniendo a raya los excesos del fundamentalismo islámico, sin predominio de los militares, de un socialismo moderado y resueltamente pro occidental, y por añadidura, dado el punto de partida de la secular miseria del norte de Africa, una prosperidad económica notable. Pero si la mano era firme, tenKa en cambio algo suelta la lengua, sus dones de orador lo llevaron a veces a resbalones políticos que tenía luego que intentar borrar laboriosamente con el codo, como las reiteradas "uniones sagradas" con su vecina: la rica, despoblada y radical Libia. La más reciente, hace apenas 3 semanas, anunciada con gran bombo por el líder libio Muammar Gadafi, la pudo deshacer Burguiba in extremis en uno de los pocos momentos de lucidez que tenía cada día en los últimos tiempos.
Pero Burguiba, que no supo retirarse cuando era hora, llevaba ya varios años sumido en un estado creciente de catatonia senil: sólo unas pocas horas diarias, o inclusive sólo unos pocos minutos, tenía la cabeza entera. Pero estaba de tal modo instalada la sólida maquinaria de su poder, que seguía mandando él, pese a estar clínicamente incapacitado para hacerlo. O si no él, una camarilla palaciega de secretarios y de médicos, encabezada por su poderosa sobrina y enfermera, Saida Sassi (pero lo de sobrina y enfermera no debe hacer creer que el líder tunecino había caido en libidinosas debilidades con jovencitas, como el bíblico David, pues Saida Sassi es una matrona de 68 años).
El general Zin al Abidin Ben Alí, nombrado por Burguiba primer ministro hace apenas 6 semanas, desempolvó un artículo de la Constitución sobre la incapacidad física y mental del presidente para derrocarlo en un golpe sin sangre, en el que no hubo más que una media docena de arrestos domiciliarios. Un golpe limpio que depuso a quien ya no llama la prensa tunecina "Combatiente Supremo" sino simplemente "el líder Burguiba", quien fue enviado con su sobrina y sus médicos a su residencia campestre, ya jubilado. El golpe fue recibido con tranquilidad por la población y con cierta esperanza por la oposición -cuyos principales líderes,detenidos desde hacia unos meses, fueron puestos en libertad por el nuevo gobierno para alivio de los principales aliados de Túnez, que son Francia y los Estados Unidos. Pero es un alivio teñido de cierta preocupación, pues el fin del gobierno del "Combatiente Supremo" puede marcar el comienzo de un periodo de inestabilidad política en Túnez. Porque hora que ya no está Burguiba ¿quién se va a atrever a contradecir a Ben Alí? .