Home

Mundo

Artículo

George W. Bush deja un país que enfrenta dos guerras y la peor crisis financiera desde 1929. John McCain trató de evitar la asociación con el actual presidente durante la campaña. Abajo, el candidato republicano durante un acto en Miami, Florida

ARTÍCULO

El lastre de Bush

Sin importar quién gane las elecciones, el próximo Presidente tendrá que enfrentar un mundo hostil a los intereses norteamericanos y recibirá un país con problemas apremiantes.

1 de noviembre de 2008

Desde hace varios meses, en Brookline Booksmith, una de las librerías independientes más famosas de Boston y sus alrededores, hay un producto que se vende tanto o más que los libros. Es una camiseta negra con una leyenda estampada en color blanco que dice: "01-20-2009, último día de George W. Bush".

No se trata de algo casual ni tiene que ver con el hecho de que el estado de Massachussets sea uno de los más liberales de Estados Unidos. Es una prueba más del enorme descontento que existe en todo el país con el gobierno de George W. Bush. Las encuestas no dejan lugar a dudas. Según un sondeo publicado el viernes por The New York Times y CBS News, el índice de favorabilidad del presidente republicano es de sólo el 22 por ciento. "No se veía algo así desde los tiempos de Harry Truman en 1952", explicó el rotativo. Pero la cosa es aun peor para Bush. Su impopularidad es incluso más baja que la de Richard Nixon en pleno escándalo de Watergate, a mediados de los 70. Refleja la pésima gestión de un presidente que el próximo 20 de enero le entregará un país alicaído a Barack Obama o John McCain, que este martes se enfrentan en unas elecciones históricas.

El gobierno de Bush no ha tenido éxito casi en ningún aspecto. En política internacional, su legado es desastroso. En el año 2000, cuando le ganó de forma polémica las elecciones al vicepresidente Al Gore, Bush tenía enfrente "un mundo prácticamente en paz y un Ejército sin mayores trabajos por hacer", escribió en la revista Newsweek el profesor Richard Haas, presidente del Consejo de Relaciones Exteriores. Pero ahora el tema es a otro precio. Tras los atentados del 11 de septiembre de 2001, Bush embarcó al país en dos guerras, la de Afganistán y la de Irak, y en ninguna ha salido bien librado. Sólo se le puede abonar el hecho de que desde entonces no ha habido otra acción terrorista en territorio estadounidense.

Es verdad que con la incursión militar en territorio afgano Bush pudo derrocar a los talibanes y reemplazarlo por el gobierno de Hamid Karzai, pero el resurgir de las guerrillas y el aumento del tráfico de heroína demuestran que el país sigue fuera de control. Para rematar, las tropas norteamericanas no han logrado cumplir una de las promesas de la Casa Blanca: dar con el paradero de Osama Ben Laden, el jefe de Al Qaeda, de quien se dice anda oculto en las montañas que sirven de frontera entre Afganistán y Pakistán, una nación musulmana de 170 millones de habitantes con la que Estados Unidos tampoco ha conseguido la cooperación que espera.

En Irak el balance no es más favorable. Con el argumento falso de que Saddam Hussein poseía armas de destrucción masiva, Bush lanzó a su país a la guerra más absurda y costosa desde Vietnam. A partir del momento en el que sus hombres derribaron en Bagdad la estatua de Hussein, en abril de 2003, prácticamente todo le ha salido mal a Washington. El balance, a la fecha, son más de 4.000 soldados muertos, 30.000 heridos y el desembolso de un billón de dólares (un millón de millones), una cantidad astronómica. Para los iraquíes ha sido peor. Los cálculos más conservadores hablan de 100.000 civiles muertos y millones de desplazados, aparte de la destrucción de la infraestructura nacional. Lo único rescatable, que no es poco, es que la violencia entre chiítas y sunitas se ha reducido últimamente y que los Ejércitos norteamericanos reportan menos bajas.

Irán se ha convertido en otro país con el que Bush no ha podido lidiar. A la pésima relación que tiene con el presidente Mahmoud Ajmadineyad se suma el hecho de que el régimen islamista insiste en continuar su programa de enriquecer uranio, algo que inquieta a la Casa Blanca y que angustia a Israel, el gran aliado de los norteamericanos en la región que está a tiro de piedra de Teherán. Un misil iraní podría caer en Tel Aviv en pocos minutos. También en el Asia hay dificultades en la relación de Estados Unidos con Corea del Norte -que ha accedido sin embargo a frenar su plan nuclear-, con Rusia -donde el presidente, Dimitri Medveded, y el primer ministro Vladimir Putin, coquetean con reanudar la carrera armamentista- y con los palestinos -que no encuentran la forma de alcanzar la paz con Israel-.

Bush ha despreciado el multilateralismo. No hizo caso a Naciones Unidas ni oyó a sus socios europeos, asiáticos y latinoamericanos antes de invadir Irak. Y todo eso, aparte de las noticias sobre torturas en la prisión de Abu Ghraib y en la base militar de Guantánamo, motivó el odio que la mayor parte de los ciudadanos del mundo profesan actualmente por Estados Unidos. El tío Sam está lejos de ser ese país maravilloso que se inventó el Plan Marshall para reconstruir a una Europa devastada por la Segunda Guerra Mundial y que inició la Alianza para el Progreso con el fin de apoyar a América Latina en tiempos de John F. Kennedy.

Pero si en el exterior llueve, en casa no escampa. Bush se despide del gobierno con un pésimo historial en cuanto a la política interna y a la situación económica. Empezó con un Congreso de mayoría republicana y lo deja en manos de una aplastante bancada demócrata. Recibió de Bill Clinton un presupuesto equilibrado y deja "un déficit fiscal que podría llegar a un billón de dólares", según Richard Haas. Y asumió el mando con economía sana, que crecía al 3 por ciento anual, y deja la peor crisis financiera desde la Gran Depresión de 1929. Durante su gobierno quebraron Enron, las hipotecarias Fannie Mae y Freddi Mac, la aseguradora AIG y el banco de inversión Lehman Brothers, entre otros. ¿Quién tuvo la culpa? Varios analistas dicen que la Reserva Federal y la falta de controles gubernamentales. El desempleo crece, la gente no tiene cómo pagar la cuota mensual de sus casas, el precio de la vivienda está por los suelos y la palabra que más pronuncian los economistas es "recesión". Como si fuera poco, a Bush también lo responsabilizan por la falta de previsión en los días previos al Katrina, uno de los más graves huracanes de la historia, que se llevó por delante a Nueva Orleans.

Con ese panorama de fondo, tanto Obama como McCain deben estar preocupados. Al cierre de esta edición, los dos candidatos redoblaban esfuerzos en los estados clave como Florida, Ohio y Pensilvania, e invitaban a sus manifestaciones a los pesos pesados de sus respectivos partidos políticos. McCain compareció ante los suyos con el ex alcalde de Nueva York Rudolph Giuliani y el gobernador de California, Arnold Schwarzenegger. Y Obama habló a sus seguidores junto a Clinton y Al Gore. Los sondeos seguían favoreciendo al demócrata por un promedio de 10 puntos porcentuales. Pero, gane quien gane, deberá vérselas con el legado de Bush.

Lo curioso del asunto, sin embargo, es que al Presidente no parece preocuparle en exceso ese legado. Un blog de The New York Times recordaba el viernes que,cuando el periodista Bob Woodward le preguntó cómo cree que será juzgado por la historia, el Presidente le contestó: "¿La historia? No sabemos. Para entonces todos estaremos muertos".