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El mundo es ancho y ...

Los cambios en la política internacional de Estados Unidos han ser mucho más que cosméticos.

22 de febrero de 1993

EL PRESIDENTE DE ESTAdos Unidos, Bill Clinton, casi no habló de relaciones exteriores durante la competencia presidencial. Pero en su discurso de posesión dijo que "cuando se desafíen nuestros intereses vitales, o se desafíe la voluntad y la conciencia de la comunidad internacional, actuaremos mediante la diplomacia pacífica cuando sea posible, mediante la fuerza cuando sea necesario".
Con esas frases Clinton quiso decir que aunque el tema de su presidencia sería el cambio a nivel doméstico, el manejo de las relaciones internacionales se caracterizaría por una transición sin sobresaltos y por la continuidad en lo básico con la gestión de George Bush.
Pero el desarrollo de los acontecimientos puede cambiar fundamentalmente ese panorama. Clinton había dicho el día anterior ante el cuerpo diplomático que los pilares de su presidencia serían, primero, la seguridad económica de Estados Unidos; segundo, la reducción de gastos militares y, tercero, el fundamento democrático de su gestión. Si ello y lo que dijo el secretario de Estado Warren Christopher -en sus audiencias de confirmación ante el Senado- sobre la defensa de los derechos humanos, es cierto, Clinton tendría que modificar varias actitudes poco presentables de Estados Unidos -como el status de nación más favorecida a la represiva China- sin afectar las otras dos bases de su política.
Ante Irak y el mundo árable, Clinton hereda una situación que difícilmente podría ser peor. El cuarto raid contra Bagdad lanzado por George Bush en su última semana detonó una crisis de credibilidad. Francia y Gran Bretaña, cuyos aviones habían participado en los primeros ataques, decidieron distanciarse del último, al que consideraron desproporcionado. El gobierno ruso de Boris Yeltsin, presionado por su oposición que le reprocha ser "marioneta de Washington", tuvo que exigir que esas decisiones se tomaran con el Consejo de Seguridad de la ONU. Todo ello hizo crecer la idea de que occidente tiene una moral doble cuando se trata del mundo musulmán y que Estados Unidos carece de una política de fondo ante la problemática del Golfo Pérsico.
La reanudación de las conversaciones de paz árabe-israelí es otra espina en el zapato de Clinton. La deportación de 415 palestinos de Israel hace factible como nunca que la delegación de ese origen no regrese a Washington el mes entrante, y la posición electoral proisraelí del presidente no ayuda. Para empeorar las cosas, varios responsables de su política exterior provienen de la era Carter, y eso es una mala señal para Israel.
La posición asumida en el Medio Oriente y sobre todo en Irak gravitará sobre el tema del genocidio perpetrado en Bosnia por los serbios. Si de defender los derechos humanos y la democracia se trata, la intervención militar se haría inevitable. Pero está presente el riesgo de quedar involucrado en un conflicto interminable, capaz de incendiar toda la región.
América Latina, a pesar de compartir el continente con Estados Unidos, no mereció ninguna mención en el discurso inaugural. La designación del abogado de origen cubano Mario Baeza como subsecretario de Estado de Asuntos Hemisféricos, sugiere que las relaciones con el subcontinente tendrán una orientación más comercial -con el Tratado de Libre Comercio de Norteamérica como mascarón de proa- y que habrá una actitud diferente ante el régimen de Fidel Castro. El peligro que quieren evitar los asesores del presidente es que la caída de Castro -que en Washington se considera inminente desde hace varios años- podría desencadenar una guerra civil de repercusiones desconocidas.
Clinton se estrena con el drama de los haitianos, que tomaron a pecho una de sus promesas electorales y se preparan para navegar masivamente hacia Estados Unidos. Por eso la resolución de la crisis constitucional de ese país es una prioridad para evitar el éxodo y la mala imagen de los guardacostas devolviendo las frágiles embarcaciones en alta mar.
La semana pasada salieron con aprobación del nuevo presidente los primeros marines de Somalia, en una señal de que el problema de esa nación deberá ser asumido por la ONU. Pero si Clinton quiere ser consecuente con sus "pilares" tendrá que modificar la política de su país en el continente negro, que es aún escenario de guerras civiles heredadas de la confrontación este-oeste, y donde varios líderes apoyados por Estados Unidos en el pasado son ejemplos de antidemocracia y violación de derechos humanos.
En Asia: un problema es el programa atómico de Corea del Norte, el rezago comunista de la región. Tambien en Asia deberá enfrentar las dificultades del proceso de paz de Camboya y la competencia comercial cada vez más dificil del Japón, un país que aspira ajugar un nuevo papel internacional.
En esas condiciones, Clinton deberá enfrentar al mundo con una óptica nueva, que tarde o temprano entrará en contradicción con la política de su predecesor. De por medio estará la verdadera disposición de su país para que el cambio se sienta también en el mundo.