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El presidente de Rusia, Vladimir Putin, hizo una sorpresiva oferta de cooperación en el tema del escudo antimisiles. Muchos lo ven como una jugada estratégica

geopolítica

El oso ruso despierta

Vladimir Putin parece dispuesto a todo para afirmar la posición de Rusia como actor internacional de primera línea. Hasta colaborar con el escudo antimisiles.

9 de junio de 2007

El contraste no pudo ser más evidente. La misma semana en que el presidente estadounidense, George W. Bush, aseguraba que las reformas democráticas en Rusia se han "descarrilado", su homólogo ruso, Vladimir Putin, se proclamaba como el único "demócrata puro y absoluto" en el mundo. Ambas declaraciones se dieron en el marco del enfrentamiento entre el Kremlin y la Casa Blanca por cuenta del escudo antimisiles que Washington pretende instalar en Europa del este. Es el último capítulo de una escalada retórica que inevitablemente recordaba la Guerra Fría que enfrentó a las dos superpotencias mundiales hasta el desplome de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (Urss).

El viernes Putin sorprendió a Bush en la cumbre del G-8, los países más poderosos del planeta, celebrada en Alemania. En un giro estratégico, ofreció sus instalaciones de radar situadas en Azerbayán, a cambio de eliminar el programa de Polonia y República Checa. Bush sólo atinó a decir que la propuesta era "interesante", aunque nada indica que sea suficiente para cambiar los planes de Washington.

La víspera de la cumbre, Putin había amenazado con que los misiles rusos apuntarían hacia Europa si el proyecto seguía adelante. El escudo antimisiles es un heredero de la 'guerra de las galaxias' que vislumbró el presidente norteamericano Ronald Reagan en los 80. Su objetivo, según Washington, es proteger a Europa de un ataque de los 'parias' nucleares, Irán y Corea del Norte. Para que funcione necesita 10 misiles interceptores en Polonia y un radar en la República Checa. Precisamente desde este último país, Bush aseguró que "la Guerra Fría ha terminado" y "Rusia no es nuestro enemigo", por lo que no deberían temerle al famoso escudo.

Pero el Kremlin no lo ve así. Para Rusia, la estabilidad internacional se ve amenazada por un proyecto como este, que rompería el equilibrio estratégico, y no considera válidas las explicaciones de Washington. Para ello, el Kremlin aduce que Irán no dispone de misiles capaces de alcanzar objetivos en Europa y tardará años en conseguirlos. Y que la mejor opción para contener a Corea del Norte es avanzar en las negociaciones de seis partes.

Desde la perspectiva rusa, el escudo antimisiles es otro paso del cerco de Occidente, que no desea que Rusia resurja como una gran potencia. "Nosotros no iniciamos esta carrera", aseguró Putin, en una clara referencia a lo que consideran una escalada armamentista que los dejaría rezagados. Tanto así, que ya han amenazado con retirarse de una serie de tratados, para evitar la proliferación.

Moscú no es el único que tiene reservas frente al escudo. A pesar del entusiasmo de sus líderes 'atlanticistas', el 57 por ciento de los polacos y el 61 por ciento de los checos rechazan el proyecto. Así mismo, Alemania, Austria, Bélgica, Francia, Grecia, Holanda, Luxemburgo y Noruega también tienen sus dudas y varios analistas temen una nueva división en Europa como la suscitada por la guerra de Irak cuando los países ex socialistas, que solían ser el patio trasero de la Urss, se alinearon con Washington. Si se consideran los antecedentes, tiene todo el sentido que Rusia sienta amenazada su zona de influencia.

A eso se suma una serie de disputas entre Moscú y otros países europeos, para confirmar que el viejo oso ruso despierta de su hibernación poscomunista. Con Estonia, una ex república soviética, se vio enfrentado por la decisión local de eliminar algunos monumentos rusos de la Segunda Guerra Mundial. El asunto terminó en un ciberataque a la infraestructura del pequeño país que hoy hace parte de la Unión Europea (UE). Con el Reino Unido tiene una dura polémica por cuenta del envenenamiento del disidente ruso y ciudadano británico Alexander Litvinenko. Londres solicitó la extradición del principal sospechoso, Andrei Lugovoi, quien, a su vez, desde Rusia, acusó a los servicios secretos británicos. Por último, el destino de la provincia serbia de Kosovo es otra fuente de enfrentamiento. Las potencias occidentales apoyan la independencia del territorio, mientras Rusia se opone, pues además de ser un aliado histórico de Serbia, teme que la independencia sea un mal precedente para sus intereses en Chechenia, una región donde el Kremlin enfrenta fuerzas independentistas. En resumen, el envalentonado Putin se ha vuelto un dolor de cabeza para Occidente.

Las razones del Kremlin

La relación de las potencias occidentales con Putin, un ex agente de la KGB, no siempre ha sido tan tensa. Después de los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001, el Presidente ruso fue el primer líder en llamar a Bush y ofrecerle su apoyo. En un gesto impensable antes de la caída del muro de Berlín, Rusia le ayudó a Estados Unidos a operar en Asia Central y puso su inteligencia al servicio de los norteamericanos en los primeros meses de la guerra con Afganistán. Como explicó The Economist, "esa cooperación llevó a dos malentendidos. La Casa Blanca sintió que el apoyo ruso significaba una 'alianza estratégica' basada en valores similares; el Kremlin creyó que Estados Unidos le recompensaría. Inevitablemente, los dos lados se sienten hoy decepcionados".

Desde entonces, las relaciones han empeorado. Moscú se ha encontrado con una agresiva política de Occidente, que le disputa sus zonas de influencia. No sólo la Otan ha sido ampliada para recibir a las ex repúblicas soviéticas del Báltico, sino que Estados Unidos ha apoyado abiertamente las 'revoluciones naranja' en Ucrania, Georgia y Bielorrusia, otros ex miembros de la Urss. A eso se suman las esquirlas de la ampliación de la UE en 2004, cuando Bruselas acogió un puñado de países con relaciones históricamente tensas con Moscú.

"Rusia aportó una colaboración franca esperando que Washington ofreciese algo a cambio de su respaldo. Han pasado los años y ese algo no ha llegado", dijo a SEMANA el internacionalista Carlos Taibo, profesor de la Universidad Autónoma de Madrid y autor de Rusia en la era de Putin. "Es comprensible que Rusia considere que determinados movimientos norteamericanos no son precisamente amistosos, y en esto coinciden la práctica totalidad de las fuerzas políticas rusas con independencia de su condición ideológica".

Retórica encendida

En ese contexto, los encontronazos no son sorpresivos. La arrogancia de Washington enardece a Moscú, que quisiera ser más consultado en el terreno diplomático. "No nos escuchan", repitió Putin en sus declaraciones de la semana pasada. El Presidente ruso quiere ser tomado en serio y no le importa alzar la voz para conseguirlo.

Conforme Rusia ha ido dejando sus complejos tras el colapso soviético, y al disfrutar una bonanza gracias a los precios del petróleo, Putin ha endurecido su tono. Denuncia el "imperialismo" norteamericano y critica que Washington actúe como si fuera el dueño del mundo. Incluso llegó a equiparar a Estados Unidos con la Alemania nazi, al hacer un llamado a resistir los "intentos hegemónicos" del Tio Sam con el mismo espíritu con el que la Unión Soviética luchó contra el Tercer Reich. Palabras que no se pueden tomar a la ligera, más aun cuando vienen del hijo de un inválido de guerra condecorado por su actuación en la defensa de Leningrado contra el Ejército alemán durante la Segunda Guerra Mundial.

"Hay una mercancía ideológica que es un nacionalismo ruso de perfiles eventualmente agresivos y neoimperiales que prácticamente impregnan toda la vida política, aunque la posición objetiva del país desmiente las ínfulas que se revelan en el discurso político", asegura Taibo."Existe un sentimiento de nostalgia, explica por su parte Roderic Lyne, ex embajador británico en Moscú consultado por SEMANA. No estaban preparados para el colapso soviético. Casi todos los rusos lamentan que su país haya perdido territorio y ya no sea tratado con el mismo respeto, pero eso no significa que quieran volver al comunismo. Ellos saben que nunca se van a reunificar".

Y es que Rusia tiene una explosiva combinación de fortalezas y debilidades. Por un lado, experimenta lo que Taibo llama una "tercermundialización": "Es un país incapacitado para competir en pie de igualdad en los mercados internacionales, que reclama a gritos una revolución tecnológica, que exhibe en su interior dramáticas escisiones sociales que separan a una minoría inmersa en una orgía de consumo, de una mayoría que lleva una vida muy difícil y gobernantes autoritarios apenas contrarrestados por el flujo de una sociedad civil independiente".

Pero es el heredero de una de las dos grandes superpotencias planetarias. Empezando por su territorio, Rusia no es una potencia regional más, pues tiene fronteras con Asia Central, China, Japón, el norte del continente americano, Europa y Oriente Medio. A eso se suma una enorme riqueza en recursos naturales, de la que Europa es dependiente, y su presencia en el Consejo de Seguridad de la ONU y también en el G-8.

No son pocos los que incluso abogan por la amenaza de expulsar a Rusia. El criterio por el cual esta pertenece al G-8 no es claro pero, en términos generales, se espera que sus miembros tengan economías industrializadas y sean democracias (de ahí que China no haya sido invitada), condición que cumplen sus demás miembros: Japón, Alemania, Italia, Canadá, Reino Unido y Francia. Bill Clinton y otros líderes occidentales estimularon después del fin de la Guerra Fría el ingreso de Rusia, que se unió en 1998, después de sus pasos hacia la democracia. Era un gesto para estimular el cambio, pues no era ni un país tan industrializado ni una democracia plena.

Pero ahora muchos piensan que no sirvió, pues sienten que Putin ha reversado ese proceso al acosar a los opositores, limitar la libertad de expresión y usar la ley como instrumento represivo."Rusia es un Estado policial disfrazado de democracia", dijo Gary Kasparov, el ex campeón de ajedrez convertido en activista, en el mismo encuentro donde Bush ventiló sus críticas. "Putin sólo tuvo que seguir sus instintos del KGB".

Sin embargo, Putin está aferrado al poder. Es un Presidente muy popular y sale fortalecido de cualquier comparación con el caos de los tiempos de Boris Yeltsin, cuando emergieron las mafias que controlaron la economía gracias a las privatizaciones. "Lo más importante para los rusos es que no regrese la inestabilidad de los 90, así no les gusten muchas cosas de Putin", afirma Lyne.

Rusia se prepara para las elecciones legislativas en diciembre y las presidenciales el próximo año. Putin, al parecer, no tiene intenciones de presentarse, pero se asegurará de señalar a su sucesor, y las esperanzas de la oposición liberal democrática, aun si escogieron un candidato de unidad, son prácticamente nulas. Su propuesta sorpresiva demuestra, además, que es un político recursivo, capaz de cambiar el tablero en cualquier momento. Porque lo cierto es que la pelota quedó en el lado de Bush, quien ya no podrá argumentar a su favor la intransigencia de Rusia

Si algo puede quedar de la retórica de su Presidente, es que en el país más grande del mundo siguen existiendo las fuerzas nacionalistas y neo imperialistas que darán mucho de qué hablar en el siglo XXI. Porque detrás de todo ello hay una verdad inocultable: el oso ruso despierta.