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¿EL OTOÑO DEL PATRIARCA?

A pesar de la apertura y de su nueva imágen, Pinochet podría estar cerca del final de su reinado.

3 de octubre de 1988

"Si los cacerolazos fueran votos, el general Pinochet ya estaría empacando las maletas". Esas palabras, pronunciadas por un corresponsal extranjero la semana pasada en Santiago, constituyeron quizás la descripción más concisa del recibimiento que los chilenos le dieron a la designación del dictador de 72 años, como candidato de las Fuerzas Armadas al plebiscito del próximo 5 de octubre. En esa fecha, 7.3 millones de votantes decidirán si el país continúa bajo la rígida férula de los militares hasta 1997, o si se inicia el proceso de retorno a la democracia a finales del próximo año.

Como en el aguinaldo navideño, todo se decidirá entre el Sí y el No.
Aunque eso ya se sabia en términos generales, sólo el martes pasado se tuvo la confirmación oficial de que el candidato del Sí es, una vez más, Pinochet. En medio de una ceremonia de 1 hora y 45 minutos de duración, el mandatario fue escogido por la junta militar, para representarla de nuevo.
Rápidamente, los comandantes de la Armada, la Fuerza Aerea, la Policía (Carabineros) y el Ejército, designaron a este hombre nacido en noviembre de 1915 en Valparaiso. Pinochet, quien desde hace 15 años es el comandante del Ejército, votó por sí mismo.

El anuncio oficial se hizo a las 5 y 20 minutos de la tarde, desde el edificio Diego Portales, sede de la junta militar. Radiante, Pinochet prometió "paz, libertad, concordia y prosperidad". Pocas horas más tarde, el presidente chileno recibió la ovación de unas 10 mil personas que se congregaron en la Plaza de la Constitución, frente al Palacio de La Moneda.

Todo ese ambiente "festivo" no alcanzó, sin embargo, a disimular lo que estaba pasando en el resto de la ciudad. Obedeciendo a una consigna de los 16 partidos políticos de todas las tendencias que conforman el Comando Nacional por el No, miles de habitantes de Santiago empezaron a hacer sonar las cacerolas en sus casas.
En pocos minutos el estruendo era notorio. Como dijera un comentarista, "Pinochet comenzó perdiendo la batalla del ruido".

A su vez, los más exaltados decidieron salir a la calle, donde se presentaron violentos disturbios. Aparte de enfrentamientos entre partidarios del Sí y del No, hubo choques con la policía, especialmente en las zonas populares de Santiago. Como consecuencia, tres personas perdieron la vida (dos eran adolescentes) y hubo más de mil detenidos.

Todas esas protestas no llegaron, por lo visto, hasta el Palacio de la Moneda. Lejos de adoptar el tono regañón que le es usual, el candidato Pinochet pasó por alto esas manifestaciones y lleno de sonrisas trató de demostrar que es un hombre nuevo.
En un mensaje televisado, transmitido el 31 de agosto, el general-vestido de civil-llamó a sus compatriotas a participar en la "nueva democracia". Como si fuera un abuelo afable, el dictador dijo: "Hoy quiero especialmente invitar a esa tarea a quienes se sienten ajenos u opositores a esta obra, puesto que nuestra democracia tiene un lugar para todos".

Ese mensaje fue complementado con comerciales de televisión donde se exhiben continuamente los "avances" conseguidos bajo Pinochet.
Mostrando un país de sueño, los comerciales intentan dar un tono optimista sobre el futuro.

Los actos de "buena intención" no se detuvieron ahí. El primero de septiembre el ministerio del Interior anunció que 430 exiliados podían regresar a Chile. La primera en hacerlo fue una de las hijas de Salvador Allende, Isabel, quien voló desde Buenos Aires y fue recibida en el aeropuerto por decenas de personas.

Obviamente la apertura tuvo un límite. Los exiliados no podrán votar en el plebiscito (las inscripciones se cerraron antes) y 177 de ellos todavia tienen cuentas pendientes con la justicia.

No obstante, la nueva actitud de la dictadura alcanzó a llamar la atención. Para la mayoría de los observadores el régimen está buscando ganar indulgencias al hacer actos humanitarios de este tipo, al mismo tiempo que al permitirle el regreso a ciertos radicales busca "asustar", con la perspectiva del caos, a buena parte del electorado de centro. La conmemoración, el próximo 11 de septiembre, de los 15 años del golpe de estado será indudablemente aprovechada para recordarle a los votantes los fantasmas de la era pre-pinochetista.

Solo estrategias extremas como esa pueden resultarle al dictador chileno.
Según una encuesta adelantada por el Instituto Latinoamericano de Estudios Trasnacionales, un 20.1% de los entrevistados se manifestó a favor del Sí, mientras un 43.4% lo hizo a favor del No. El resto, más de una tercera parte, se declaró indeciso, lo cual de muestra que-por lo menos sobre el papel-el régimen actual podría recortar el terreno que le falta.

Pero eso no es todo. El comienzo del debate ha permitido observar la profunda polarización que existe en la sociedad chilena. En contraste con los ataques de la oposición, los partidarios del general llegan casi hasta el delirio. El diario conservador El Mercurio (que recibió dinero de la CIA para ayudar al derrocamiento de Allende) sostuvo que "el nombre de Pinochet representa la confianza indispensable para el desenvolvimiento de las actividades productivas del país". Más allá todavia, La Nación afirmó que "su figura es querida, respetada y conocida" (sobre esto último no hay duda).

Ante semejantes manifestaciones, cabe preguntarse qué puede pasar si -como se espera Pinochet pierde el plebiscito. Aunque en teoría se debería convocar a elecciones multipartidistas, son muchos los que piensan que la junta estará tentada a sacar otra vez los dientes y a imponer su voluntad a las malas. Por más promesas hechas, pocos olvidan que dictadura es dictadura, y que un revés en las urnas puede inspirar fácilmente a los generales a volver de nuevo a las andadas, con la justificación de que "hay que salvar la patria". --