Home

Mundo

Artículo

EL PRI OTRA VEZ

A pesar de la aparente limpieza de las elecciones, el triunfo del partido de gobierno deja un sabor amargo.

26 de septiembre de 1994

DESDE EL LUNES 22 DE agosto los mexicanos no muestran otra cara que la de la rutina. Pareciera que nada cambió, que todo sigue igual. No obstante, las cosas no son como eran. No importa que el México profundo haya salido a las calles para reiterar en la persona de Ernesto Zedillo 65 años de gobierno del Partido Revolucionario Institucional -PRI-. Porque también lo hizo para darle un voto de confianza a la oposición, que ocupará casi el 50 por ciento de los escaños legislativos.

El gran derrotado de la jornada electoral del 21 de agosto ha sido el sueño de la revolución. La figura misteriosa del subcomandante Marcos, líder del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, se transformó en un augurio de violencia que nadie quiere y la izquierda mexicana agrupada en el Partido de la Revolución Democrática -PRD-, pareció diluirse en un discurso monotemático en contra del fraude y no concretó una propuesta social. Sin embargo, a Marcos se le debe atribuir que en los comicios haya predominado un comportamiento de limpieza electoral.

No obstante las elecciones no rechinaron de limpias. Se manifestaron todas las conocidas trampas electorales como el voto múltiple, el comprado o el amarrado por el clientelismo. Pero tampoco quedó en el ambiente una sensación general beligerante que cuestione los datos electorales. No hay una impugnación global por parte de los 10.000 observadores nacionales ni de los cerca de 1.000 visitantes extranjeros, ni hay un acuerdo de protesta de los partidos perdedores.

Las objeciones en torno de la transparencia electoral coinciden en que no hay equidad en la contienda. La diferencia la establece la presencia de un partido de gobierno que hace acopio de toda la infraestructura estatal para su proselitismo y tiene a su favor un trato privilegiado de los medios de comunicación masiva, especialmente el de la televisión.

Por encima de todos los rumores sobre fraude, la gran verdad es que los mexicanos aún le apuestan al PRI. Los sorprendentes resultados, que por primera vez coincidieron con las encuestas colocaron al partido de Estado 23 y 33 puntos por encima de los dos partidos de oposición, el Partiido de Acción Nacional -AN- del candidato Diego Fernández de Cevaños y el Partiido de la Revolución Democrática (PRD), de Cuauhtémoc Cárdenas que obtuvieron casi un 27 por ciento y algo más del 17 por ciento, respectivamente.

Esos porcentajes, si bien no alcanzaron a amenazar la permanencia de partido que desde 1929 decide el rumbo de México, reflejan la presencia de un voto plural y de una gran franja de mexicanos que buscan otra alternativa política. También proyectan un fortalecimiento de la oposición que en las elecciones de 1991 para Senado y cámaras departamentales de diputados obtuvo solo un 17 por ciento PAN, y un 8.25 por ciento el PRD.

Esas cifras representan en conjunto más de 12 millones de sufragios y le dan el primer lugar de la oposición al PAN, creado en 1939. Se asegura una presencia importante en el Senado como primera minoría y algunas posiciones de mayoría en las cámaras departamentales.

Para el PRD igualmente los resultados señalan avances. Con solo cinco años de existencia, obtener más de cinco millones de votos no es nada despreciable. Pero Cárdenas ya sufrió el peso de la maquinaria electoral hace seis años, cuando perdió por estrecho y dudoso margen ante el presidente saliente Carlos Salinas de Gortari por lo cual resulta explicable que haya retomado la bandera del fraude para llamar a la resistencia civil.

Para algunos analistas persistir en una actitud contestataria, que al momento no ha encontrado eco en la ciudadanía, en vez de entrar a analizar por qué no pasó a ser la segunda o primera fuerza política podría llevar a la pulverización de ese partido, ya que agudizarían las diferencias internas. Se dice que existen tres corrientes, una radical que encabeza el candidato propio Cárdenas, una moderada dirigida por el senador Porfirio Muñoz Ledo, y la de los que se identifican con el subcomandante Marcos. Lo anterior conlleva un desafío primordial: estructurarse o equilibrarse internamente para poder definirse como opción.

El otro actor del histórico proceso electoral mexicano es la sociedad. Su activa participación, un 75 por ciento, desmintió el mito de que el abstencionismo era antipriísta y determinó la decisión por un cambio a la mexicana, sin el deslinde del partido de gobierno. Para algunos, esa decisión corrobora la idiosincrasia de un pueblo temeroso a repetir la historia de la revolución de 1910 y al que intelectuales le imputan un servilismo que lo cohesiona políticamente.

Pese a que la sociedad que votó no era la esperada por los anhelos reformistas de la izquierda y la derecha, proyectó el nacimiento de una cultura política y en esa medida su reto postelectoral es consolidar su presencia y organizar su participación. La democratización es su responsabilidad.



LA PRESIDENCIA DE ERNESTO ZEDILLO

EL SEXENIO de Zedillo que comienza el primero de octubre, deberá despejar todas las dudas sobre la capacidad del partido institucional para reestructurar los cambios que demandan los mexicanos y especialmente los 40 millones que viven en la pobreza.

En materia política el candidato presidente anunció la instauración de un diálogo permanente y la interacción con los demás partidos. En esa medida deberá encontrar la vía que, pese a no haber coparticipación en el equipo de gobierno, consolide interrelaciones de concertación política.

Se trata, dijo uno de los asesores de Zedillo a SEMANA, por una parte, de tener una postura y una decisión política de apertura permanente y por otra, de abrir las posibilidades para instrumentar mecanismos y canales de comunicación entre el Congreso y el Ejecutivo.

Los otros dos frentes políticos serán los problemas presentes como el caso de Chiapas y la manera como se reestructurará el PRI. Una reforma del partido, de acuerdo con el asesor, que se tendrá que dar antes de que tome posesión de la Presidencia y que permita una separación clarísima entre las decisiones del gobierno y las del partido. Zedillo ofreció que no influiría en la denominación de un solo candidato desde presidente municipal hasta presidente de la República, poniéndole punto final al tradicional dedazo, por medio del que cada jefe de Estado en su momento elegía a su sucesor.

El principal reto económico es mantener un crecimiento sostenido. El asunto es cómo compaginar la política económica de manera que se vean lo logros macroeconómicos y se mantenga el crecimiento a nivel micro, que conllevaría a reforzar el gasto social, sin recurrir al endeudamiento externo.

Crecimiento sostenido, combate a la pobreza y la consolidación de la democracia serán los derroteros que seguirá Zedillo para trasponer el México del próximo siglo y que se constituirán en los valores de la rendición de cuentas que los mexicanos exigirán al PRI en los comicios electorales del 2000.