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EL PRI SIGUE SIENDO EL REY

Pese a las expectativas, las elecciones legislativas mexicanas no rompieron el monopolio del partido de gobierno

12 de agosto de 1985

Ya las cuadrillas municipales comenzaban su "operación limpieza" en las calles del Distrito Federal, descolgando carteles con fotos de candidatos o cubriendo con brocha gorda los muros repletos de consignas electorales y aún no se conocían los cómputos oficiales de las elecciones para renovar la legislatura y siete gobernaciones provinciales que se realizaron el pasado domingo 7 de julio.
"La ley electoral mexicana es así", responden los funcionarios cuando se les pregunta cómo es posible que en un país que dispone de buena infraestructura electrónica no se vayan conociendo los resultados parciales a pocas horas de haber concluído los comicios.
Recien, una semana después de emitidos los sufragios, la Comisión Federal Electoral (CFE), integrada por representantes de los partidos y presidida por el secretario de Gobernación, Manuel Bartlett, realiza el escrutinio.
Sin embargo, en la lluviosa noche del domingo 7 todo el mundo sabía lo que había pasado: no sólo que el Partido Revolucionario Institucional había vuelto a ganar (eso hasta los párbulos lo descontaban) sino que no se había producido ninguno de los fenómenos pronosticados al unísono por la principal fuerza opositora, el derechista Partido de Acción Nacional (PAN); más algunas figuras del clero y el grueso de la prensa estadounidense.
La posibilidad de un "bipartidismo", que fue considerada como "probable y beneficiosa" por un vocero del Departamento de Estado, se había desinflado. El PAN no había logrado quebrar el monolitismo del partido oficial ganando los comicios por la gubernatura del Estado de Sonora; triunfo que sí hubiera representado un salto cualitativo para la oposición .
Tampoco se desató la ola de violencia que habían anunciado numerosos medios de comunicación de EE.UU.
Los incidentes fueron broncas menores, con algunos contusos y detenidos, pero no hubo que lamentar ningún episodio de real gravedad como el que se produjo hace unos meses, cuando enardecidos militantes panistas quemaron el palacio municipal en la pequeña ciudad fronteriza de Piedras Negras.
Cuando la Comisión Federal Electoral informó que las denuncias sobre irregularidades e incidentes sólo había alcanzado a 386 de las 52.931 casillas instaladas para recibir el voto (potencial, no real) de 35 millones de mexicanos, un agudo periodista opositor comentó a este corresponsal: "Guste o no guste debe ser cierto. El aparato funciona a la perfección. El sistema no necesita practicar un fraude descarado y abierto como piensan los periodistas gringos: le basta y le sobra con su control social".
Un alto funcionario del gobierno mexicano dijo oficiosamente a SEMANA: "Lo que algunos agoreros no entienden es que esta es una sociedad articulada y por eso en este caso no se cumplió el apolegma sociológico de la profecía que al fin se ve realizada".
Lo cual no significa que el domingo 14, cuando se den a conocer los resultados, no puedan originarse tumultos en los conflictivos Estados del Norte, en los que el PAN ha ido ganando espacio político y el gobierno de algunos municipios. Pero aun en ese caso no se alteraría el dato central: el PRI que gobierna a México desde hace 56 años no tiene que temer, por ahora, el surgimiento de ninguna fuerza alternativa. Ni a derechas ni a izquierdas.
El resultado no deja de ser significativo si se piensa que estas elecciones se realizaron en el marco de la crisis más severa de la historia contemporánca de México.
La relativa estridencia de las campañas electorales no alcanzó a dismilar que, a partir de junio, las ventas de petróleo (rubro que supone el 75% de las exportaciones) cayeron en un 40%; que la rápida trepada del dólar y las maniobras especulativas obligaron al gobierno a abrir casas de cambio oficiales y que la inflación de los primeros seis meses desbordó todos los cálculos de la conducción económica.
El PRI dice que ha conquistado el 70" de los votos, seguido por el PAN con el 17,09% y el Partido Socialista Unificado de México (PSUM) con el 2,56% .
Esta última fuerza, surgida de una coalición del viejo Partido Comunista mexicano y otros núcleos de izquierda, aportó cifras que aunque sólo están referidas al Distrito Federal, exhiben proporciones muy diferentes. Según el PSUM el PRI habría alcanzado el 48% de los sufragios en la capital, contra un 20% para el PAN.
El PSUM también discrepa con el oficialismo en cuanto al porcentaje que, habría alcanzado el abstenI cionismo. En tanto la izquierda lo estima en más de un 60%, los calculos oficiales lo hacen descender a un 45 o a lo sumo un 50%. Pero las diferencias de enfoque no se detienen en el aspecto cuantitativo: el gobierno admite que no logró abatir la recurrente indiferencia de un apreciable sector del electorado, aunque se consuela afirmando que es un fenómeno mundial; la izquierda, en cambio, considera que es un síntoma peligroso que merma la representatividad de los elegidos y va abriendo una brecha entre la sociedad civil y el Estado.
La izquierda y el gobierno, sin embargo, coinciden en dos aspectos sustantivos de esta elección: el apoyo al PAN del Partido Republicano norteamericano jugó en contra de la oposición conservadora y una parte no desdeñable de los votos opositores se canalizó, esta vez, hacia los partidos de izquierda .
Con la derecha panista no hubo ninguna coincidencia. Estas fiueron las elecciones más sucias de la historia" sentenció el máximo dirigente del PAN, Pablo Emilio Madero.
La respuesta le llegó en forma elíptica, a través del propio presidente Miguel de la Madrid: "Respeto las opiniones confusas de las minorías.
Eso no quiere decir que vamos a asustarnos por planteamientos estridentes que quieren quitarle el poder a la revolución mexicana". -
Miguel Bonasso corresponsal de SEMANA en México .