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CHINA

El salvaje oeste

Los sangrientos desórdenes en la región de Xinjiang, conocida por sus habitantes autóctonos como el Turquestán Oriental, pusieron en la mira mundial a los uigures, un pueblo musulmán que exige respeto.

12 de julio de 2009

Muchos comentaristas no dudaron en calificar lo ocurrido en China como los peores disturbios desde la matanza de Tiananmen. Las sangrientas escenas ocurrieron en Urumqi, la capital de Xinjiang, una región de gran importancia geoestratégica al noroeste y hogar de los uigures. Todo comenzó el domingo con una marcha en la que miembros de esta minoría se manifestaban por la muerte de dos de los suyos en un enfrentamiento con miembros de la etnia Han, la mayoritaria en el país, en una fábrica de juguetes en Shaoguan, miles de kilómetros al sur. Bastó con esa chispa para encender un brutal enfrentamiento. En algún momento, lo que según testigos comenzó como una protesta pacífica terminó en un baño de sangre con 156 muertos, según las cifras oficiales, más de 1.000 heridos y otros tantos detenidos. El gobierno todavía se niega a identificar el bando de los cadáveres y amenazó con ejecutar a los responsables.

Dos días después de los disturbios iniciales. miles de chinos han se lanzaron a la calle con machetes, barras de hierro, cuchillos y palos con puntillas para cobrar venganza de los uigures. Desde el miércoles, miles de militares inundan las calles, aunque muchos habitantes se quejan de que el ejército tardó tres días en detener la violencia, que recordó los desmanes del año pasado en Tíbet. La gravedad de la situación quedó demostrada cuando el presidente Hu Jintao abandonó abruptamente la cumbre del G8 en Italia para apagar el incendio en la ‘región autónoma uigur de Xinjiang’.
 
El gobierno chino no tardó en culpar de lo ocurrido a Rebiya Kadeer (ver recuadro), la líder de los uigures en el exilio, y aseguró que las protestas fueron orquestadas por estos para dinamitar la celebración de los 60 años de la fundación de la República Popular China. “Las acusaciones son absolutamente falsas. Siempre que algo pasa en Turkestán oriental (como los uigures llaman a Xinjiang), el gobierno chino me culpa a mí o al Congreso Mundial Uigur. Es igual que con el Tíbet, la República Popular China acusa al Dalai Lama cada vez que algo ocurre”, dijo Kadeer a SEMANA.
 
Los analistas coinciden en que el exilio no tiene mucha influencia sobre lo que ocurre en Xinjiang. El estallido, más bien, parece un síntoma del malestar uigur y la creciente tensión con los han. La consigna de una “sociedad armónica” se ha convertido en un mantra para el gobierno chino, pero los hechos lo contradicen. El 91 por ciento de los habitantes de China, más de 1.000 millones de personas, pertenecen a la etnia Han. El resto, poco más de 100 millones, se divide en 55 minorías étnicas, de las cuales los uigures y los tibetanos son las que menos encuadran en el proyecto de la República Popular. Y precisamente Xinjiang y Tíbet, las extensas regiones fronterizas donde habitan, son los únicos lugares donde los han todavía son minoría.

Para el Partido Comunista, Xinjiang ha sido desde tiempos inmemoriales “parte inseparable de la nación unitaria multiétnica china”. Pero los uigures recuerdan sus breves períodos de independencia. En 1933 crearon la República Islámica de Turkestán Oriental, que con alternativas se mantuvo hasta 1949, cuando fue ocupada por el Ejército Popular de Liberación. El gobierno de Mao Zadong declaró la región provincia china ese mismo año.

Xinjiang, de hecho, es la región más extensa del llamado Imperio del centro y ocupa una sexta parte del territorio (ver mapa). Más cercana al Asia central que al Lejano Oriente, también alberga grandes reservas de petróleo y gas natural. A eso se suma la oportunidad que representa un inmenso territorio poco habitado en el país más poblado del planeta. Por eso, los casi nueve millones de uigures se sienten amenazados en su tierra, pues después de décadas de migración promovida por el gobierno, sólo son el 45 por ciento de la población, y los han ya son el 40 por ciento. “El tema demográfico es fundamental para entender el malestar uigur”, explicó a SEMANA desde Kazajstán Nicolás de Pedro, experto español en Asia Central y autor de un libro sobre los uigures. “Como la proporción es cada vez más cercana, la tensión es mayor entre las dos comunidades. Viven en el mismo espacio pero completamente separadas por barreras invisibles aunque muy claras. Los uigures dicen de sí mismos que son una especie en peligro de extinción”.

Las diferencias son evidentes. Los uigures son una comunidad musulmana de lengua túrquica, vinculada con Asia Central, donde muchos resienten las políticas de Beijing, que consideran imperialistas. “Los uigur enfrentan violaciones sistemáticas de sus derechos políticos, religiosos, culturales, sociales, económicos y educativos. uigures que estudian la lengua china y se gradúan de las mejores universidades no pueden encontrar trabajos en Turkestán oriental pues compañías chinas abiertamente declaran que no quieren ‘uigures’. La lengua uigur es prohibida en todos los círculos oficiales y eliminada como lenguaje de instrucción desde el jardín infantil hasta la universidad”, denuncia Kadeer.

A diferencia del los tibetanos, los uigures no han logrado consolidar un movimiento internacional de apoyo a su causa, pero su historia con el gobierno chino es igual de conflictiva. El carácter musulmán de su causa no ayuda mucho, ni sus fronteras con países explosivos como Pakistán y Afganistán.

China considera que Xinjiang es su propio frente de la guerra global contra el terrorismo y vincula a los independentistas con Al Qaeda. Algunos atentados de grupos como el Movimiento Islámico de Turkestán Oriental (Etim, por su sigla en inglés), incluido en las listas de grupos terroristas de Estados Unidos y la Unión Europea, le han dado argumentos. Y aunque Beijing trata de relacionarlo directamente con el exilio uigur, nunca ha aportado pruebas contundentes. Las principales organizaciones de exiliados rechazan manifiestamente el terrorismo y la violencia, al punto que analistas y defensores de derechos humanos señalan que China exagera la amenaza del fundamentalismo islámico para justificar la persecución de los uigures y elimina la distinción entre actos violentos y disidencia pacífica. Como dijo a SEMANA Anthony Saich, experto en China de la Universidad de Harvard, “aunque este ha sido el peor incidente de conflicto étnico, no es el primero y no será el último”.