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EL SINDROME DE CHINA

Con el triunfo de los duros, la protesta de la plaza Tiananmen podría desembocar en derramamiento de sangre.

26 de junio de 1989

El levantamiento de la plaza Tiananmen comenzó con un par de humildes carteles puestos en las paredes de la Universidad de Beijing, y terminó convertido en el movimiento de masas más sorprendente de esta mitad de siglo. Mientras crecía el respaldo popular a los estudiantes, que primero se expresó en la participación de otros sectores de la sociedad y luego en las manifestaciones llevadas a cabo en otras ciudades, también crecía la sensación de que el orden de cosas representado por el patriarca Deng Xiao Ping y el primer ministro Li Peng entraría en cualquier momento in articulo mortis. Sin embargo, el curso de los acontecimientos demostraría que en China la bota militar sigue pesando más que la presión popular.
Desde la semana anterior, el primer ministro Li Peng despejó los rumores sobre su supuesta debilidad en el manejo de las palancas del poder, cuando decretó la ley marcial y ordenó al Ejército marchar sobre la plaza para disolver la gigantesca manifestación. Los estudiantes y trabajadores que la ocupaban sabían muy bien que sus palabras iban en serio, y como prueba se reportó que muchos de ellos habían hecho su testamento, con la seguridad de que lo que vendría sería sangriento. Pero ni los soldados ni los estudiantes contaban con que la situación no estaba aún para definiciones. Lejos de amilanarse,los manifestantes se prepararon a evitar la llegada de los soldados a la plaza y para ello dispusieron sus mejores armas: sus propios cuerpos. Por miles se colocaron en barricadas humanas que los militares no tuvieron otro remedio que respetar. En un giro sorprendente, contingentes enteros de soldados se vieron completamente rodeados por los revoltosos que les invitaban a unírseles y les obsequiaban comida y regalos. Si, como decía Mao, el poder proviene del fusil, en ese momento no había quién se atreviera a dispararlo. Es más, se supo posteriormente que 100 comandantes del Ejército Popular habían firmado una carta en la cual expresaban su rechazo a las medidas de fuerza.
Desde esa semana se había conocido el distanciamiento entre Li Peng y el secretario general del Partido Comunista Chino, Zao Ziyang, acerca de la manera de enfrentar el conflicto. En los días de la huelga de hambre (abandonada el lunes),los periodistas hicieron eco de la diferente actitud del último, en la visita que hicieron los dos a los huelguistas en un hospital de Beijing. Mientras Li se ausentó rápidamente y apenas saludó a los manifestantes, Zao no dejó pasar la oportunidad para dejar saber su respaldo al movimiento .
Ese fue apenas el primer síntoma de lo que se cocinaba al interior de la cúpula del poder. No bien se conoció la declaratoria de la ley marcial,Zao Ziyang y un grupo de diputados del Congreso Nacional del Pueblo comenzaron a convocar a los 80 miembros necesarios para una reunión de urgencia para derogar esa disposición. Lo novedoso del caso no era sólo que se evidenciara una fisura tan grande en la dirigencia, sino que se tratara de aplicar, en la práctica, unas funciones del Congreso que hasta entonces habían sido puramente ceremoniales. El presidente del Congreso, el septuagenario Wan Li, que se encontraba en esos momentos en gira oficial por Estados Unidos y Canadá, regresó a marchas forzadas para unirse a los esfuerzos del secretario general.
Pero a partir del fin de semana en que se decretó la ley marcial, los líderes de todas las tendencias habían desaparecido virtualmente de la escena. El fracaso de la intervención armada, unido al mutismo oficial, hicieron que se propalaran toda clase de rumores sobre la caída del régimen. Los festivos estudiantes de la Tiananmen, cada vez más extremistas en sus peticiones, hablaban de que Deng se refugiaría en Estados Unidos donde, según los rumores, disponía de una gran fortuna. Otros creían que la ley marcial, por no haberse aplicado en las primeras 24 horas, era nula. Y la mayoría pensaba que las horas del gobierno estaban contadas.
Pero aún faltaba mucha tela por cortar. El anciano Deng, que ostenta noninalmente sólo el cargo de presidente de la Comisión Militar Central, se preparaba para contraatacar. No importaba que la situación fuera descrita como "fuera de control" y que algunos observadores apuntaran que, pura y simplemente, "en China no hay gobierno". En una reunión celebrada en el domicilio de Deng en la que según algunos estaba presente Zao Ziyang-, se acusó al secretario general de contrarrevolucionario y se ordenó su separación del cargo. Wan Li, de regreso en Shangai, desapareció rápidamente de vista.
Esos extremos, sin embargo, no eran conocidos en ese momento por la multitud de la plaza Tiananmen. La verdad es que durante la semana, la lucha por el poder tuvo alternativas, o al menos asi lo han deducido los corresponsales extranjeros mediante la complicada lectura de las comunicaciones oficiales chinas, que se caracterizan más por las sugerencias veladas que por las afirmaciones concretas. Inicialmente, las esperanzas se centraron en que esos comunicados incluían aún a Zao como jefe del partido, pero más tarde en la semana esa inclusión desapareció. Tras ese complicado lenguaje, los observadores interpretaron que la batalla se decidía a favor de la línea dura de Deng y su premier Li Peng.
Hacia el final de la semana, el velo parecía descorrido. Li Peng hizo una espectacular reaparición televisiva en la que anunció que la ley marcial sería llevada hasta las últimas consecuencias para que el país volviera a la normalidad. Al mismo tiempo, se conocía el arresto domiciliario de Zao Ziyang y Wan Li y otros miembros del Comité Central, acusados de contrarrevolucionarios, mientras se anunciaba que las acciones militares serían llevadas a cabo por soldados traídos de otras regiones, para contrarrestar la tendencia que habían mostrado sus colegas de la capital, a hermanarse con el movimiento. Con la determinación demostrada por los alzados en la plaza, de mantenerse en su sitio mientras no se accediera a devolver a Zao a su lugar, comenzaron a crecer los temores sobre un derramamiento de sangre de grandes características.
En esas condiciones, se esfumaban con cada momento las esperanzas de que la caída de Li Peng diera paso a nuevos aires de reformas políticas en la China. Pero lo cierto es que el capítulo de la plaza Tiananmen está aún lejos de cerrarse.