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EL TIGRE DE PAPEL

La rebelión del ex coronel Rico demuestra que la amenaza militar está vigente

22 de febrero de 1988

Afortunadamente el héroe duró poco. Enfundado en su traje de fatiga, con la subametralladora terciada y la pistola al cinto, el teniente coronel Aldo Rico, jefe de la rebelión militar que conmocionó a Argentina la semana pasada, le dejó en claro a los periodistas que pensaba "Luchar hasta el fin". "Soy hijo de asturianos y mis abuelos son gallegos. Esa mezcla de sangre no se rinde", dijo el oficial de 43 años el pasado 17 de enero cuando, guarnecido en la base militar de Monte Caseros, a unos 700 kilómetros de Buenos Aires, esperaba la llegada de las tropas leales al régimen del presidente Raúl Alfonsín.
El tigre, sin embargo, resultó ser de papel. En menos de 24 horas después de haber hecho referencia a su ancestro español, el orgulloso Rico --"el loco Rico"-- se rendía ante las unidades del general Juan Ramón Mabragaña que lo condujeron preso al cuartel de Curuzú Cuatiá, a pocos kilómetros de allí.
Así, rápidamente, terminó el episodio más reciente de la difícil relación entre los militares y la democracia argentina. En apenas 5 días, el país austral asistió estupefacto a la aparición de otra insurrección que alcanzó a "contagiar" a, por lo menos, 8 guarniciones más en el resto del territorio. Unidades rebeldes llegaron incluso a tomarse el Aeropuerto de Buenos Aires (el aeropuerto para los vuelos internos), pero fueron rápidamente controladas por las tropas leales. En total, el número de detenidos llegó a los 300, entre oficiales y suboficiales. Con la única excepción de dos soldados del gobierno, cuyo camión pisó una mina en cercanías de Monte Caseros, no hubo más heridos y, mucho menos, bajas en ninguno de los bandos.
La superación rápida de la crisis condujo a Alfonsín a anunciar el lunes pasado que consideraba "la casa en orden", después de las angustias del fin de semana. Ese parte de tranquilidad llevó a los principales diarios a anunciar "el triunfo de la democracia" en su edición del martes 19 y a sostener que el sistema político había resultado fortalecido.
Pasada la euforia, el balance fue menos expresivo. A pesar de que, por primera vez en mucho tiempo, las Fuerzas Armadas Argentinas actuaron rápidamente para defender la democracia, el episodio dejó en claro que los militares todavía no se consideran sometidos al poder civil.
Y es que la rebelión que terminó la semana pasada tuvo demasiados elementos en común con otras veces, como para ser considerada un hecho aislado. En esta oportunidad, el protagonista, Aldo Rico, fue el mismo que en la Semana Santa de 1987 jugará un papel estelar en la rebelión de Campo de Mayo, cuando la democracia argentina se vio realmente en peligro por la acción de los militares. En ese momento, Alfonsín se vio obligado a hacer una serie de concesiones fuertemente criticadas, que acabaron teniendo expresión en la famosa "Ley de Obediencia Debida" aprobada por el Parlamento de la nación austral a mediados del año pasado, gracias a la cual se exoneró de responsabilidades judiciales a los oficiales y suboficiales de baja graduación que "siguiendo órdenes" hubieran tomado parte en torturas y desapariciones durante el periodo de la "guerra sucia".
A pesar de que para mucha gente la ley en cuestión fue prácticamente una amnistía, algunos militares --como Rico-- pensaron que no era suficiente. Según algunos analistas, los miembros de las Fuerzas Armadas se sienten como ciudadanos de segunda clase y exigen reivindicación ante un país que "no entiende" la justíficación de sus acciones. Ese propósito habría sido olvidado por la alta jerarquía militar que habría "vendido" su conciencia a cambio de las normas sobre "obediencia debida".
Fue por ese motivo que Rico no se rebeló contra el gobierno, sino contra sus superiores y, en particular, contra el general Dante Caridi, jefe del Ejército de tierra. Según el militar amotinado, Caridi personifica a los altos mandos que fueron culpables de la derrota argentina en la guerra de las Malvinas en 1982 y quienes dejaron desprotegidos a los oficiales de rango intermedio cuando comenzaron los procesos sobre torturas y desaparaciones.
Ya con esa voz disidente sofocada y el plebiscito de apoyo de la cúpula militar, el júbilo de Alfonsín era explicable. A pesar de los múltiples problemas económicos de su país (deuda externa de 53 mil millones de dólares, inflación del 175% en 1987...) ahora sí es muy seguro que el actual Presidente podrá entregar pacíficamente su mandato el 10 de diciembre de 1989, fecha en la cual debe asumir su sucesor. Si la transición se hace democráticamente, será la primera vez en más de 60 años que la presidencia cambiará de manos de acuerdo con la Constitución.
A pesar de esa posibilidad, lo que queda en duda es si la democracia argentina seguirá fuerte. Aparte de la rendición de Rico, falta ver si los demás oficiales de rango intermedio prefieren bajar la cabeza y apoyar la democracia. Tal como anotara un columnista la semana pasada "los oficiales no están en desacuerdo con Rico, sino con su táctica". En otras palabras, aún queda campo para la rebelión en unas Fuerzas Armadas que no pueden aceptar todavía que las armas deben rendirse ante las leyes.--