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EL ULTIMO SUSPIRO

A punto de morir Hirohito, el jefe de Estado más viejo del planeta.

24 de octubre de 1988

Nunca antes había asistido e mundo a la agonía de un dios en vivo y en directo. Allá, en lo alto de la pequeña colina ubicada en lo que los expertos consideran el pedazo de tierra más caro del mundo las cámaras de la televisión registraron, la semana pasada, la entrada a la eternidad de un anciano de 87 años conocido por sus compatriotas como Tenno, o el hijo del cielo.
Y así es. El emperador Hirohito del Japón se enfermó como cualquier mortal y fue declarado en estado crítico por sus médicos. Víctima de una hemorragia interna producida a su vez por un cáncer, este biólogo marino se dispuso a morir mientras todo el país seguía absorto por su suerte. En las cercanías del Palacio imperial en Tokio, centenares de personas se acercaron para rezar por el miembro 124 de una dinastía, quien a pesar de haber renunciado por decreto a su divinidad en 1946, es el símbolo de uno de los países más poderosos de la Tierra.
Pero no es sólo eso. Para los historiadores el emperador Hirohito representa, con sus 63 años de mandato, lo sucedido durante este siglo en el Imperio del Sol Naciente. Directa o indirectamente el soberano estuvo relacionado con la expansión japonesa de la pre-guerra, tuvo que dar la cara por su país después de la humillante paz de 1945 y vio el renacer tecnológico de la nación hasta ocupar el lugar de vanguardia que hoy le corresponde.
Otra cosa es que en términos reales Hirohito haya tenido responsabilidad sobre lo sucedido. Un libro reciente escrito por el especialista Jerrold Packard llamado Sons of Heaven ("Hijos del cielo"), afirma que el emperador en Japón ha sido y será un monarca sin ningún tipo de poder.
Según el especialista, los emperadores japoneses al ser considerados divinidades eran demasiado importantes para envolverlos en las cosas de este mundo. El poder real le correspondió siempre a los shoguns o jefes militares, quienes en más de una ocasión obligaron al emperador de turno a abdicar si éste quería volverse de masiado mundano. Desde hace más de mil años, las funciones de los monarcas japoneses eran equivalentes a las de ciertos reyes europeos hoy en día, sin atreverse, claro está, a mostrarse en público.
En ese punto precisamente es que Hirohito puede ser una excepción. A pesar de la oposición, fue el emperador quien habló por la radio poco después de los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki para pedir la rendición. En los primeros años de la ocupación norteamericana el mandatario hizo continuas apariciones en público, para demostrar la dignidad de su país ante la derrota.
Tal actitud ayuda a desactivar la histeria occidental relativa a la supuesta participación activa de Hirohito durante el expansionismo de Japón en los años treinta. Packard sostiene que el emperador era impotente ante los militares y que cualquier rebeldía habría desembocado en su segura abdicación. Además, el monarca fue varias veces criticado por ser demasiado "paloma".
Todas esas reflexiones no le importan un comino a los japoneses que la semana pasada vieron cómo su emperador se iba. La enfermedad imperial ocasionó la cancelación de numerosas festividades, tales como la fiesta de Yokohama y el centenario de la fundación del periódico Asahi.
Curiosamente es la prensa escrita la única que se ha atrevido a quejarse por el silencio impuesto en torno al tema, por la casa imperial. El resto de medios se ha mostrado especialmente respetuoso y apenas se supo la primera noticia sobre la salud de Hirohito, la NHK, la televisión nacional, empezó a planear un programa de 72 horas, mientras las cadenas privadas anunciaron que suspenderían la transmisión de comerciales durante una semana. Los comunicados salidos del palacio fueron pocos y, según el diario Mainichi Shimbun, fueron prácticamente idénticos a los que precedieron la muerte del emperador Taisho el 25 de diciembre de 1926.
Tal como lo ordena la tradición, diferentes registros fueron abiertos tanto en el palacio de Tokio, como en las tres villas imperiales de las provincias, para que los ciudadanos que vienen a desearle salud al emperador, puedan inscribir su nombre. En el intermedio, nadie sabe realmente lo que sucede con el monarca, aparte de lo que dicen los reportes médicos.
La llamada "cortina de crisantemos" del Palacio imperial está ahora más cerrada que nunca. Por el momento sólo se sabe que Akihito, el príncipe heredero, asumió las funciones oficiales del emperador y que en cuestión de días podría ser consagrado oficialmente como el número 125 de la dinastía. En ese momento, y haciendo caso omiso a lo que diga la ley, los japoneses sabrán que el dios que tuvieron los últimos 63 años se les fue, pero que ahí está uno nuevo, para remplazarlo.