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TURQUÍA

El velo contra el fusil

Todo apunta a un avance de los islamistas en las elecciones de este, un país crucial para las relaciones entre Occidente y el Oriente Medio. El Ejército es la incógnita.

14 de julio de 2007

Pocos observadores se atreven a anticipar qué ocurrirá en Turquía si, como señalan las encuestas, el gobernante Partido de la Justicia y el Desarrollo, AKP, obtiene un mayoría apabullante en las elecciones anticipadas del 22 de julio. Su victoria significaría el avance del islamismo moderado que los secularistas consideran una amenaza a la tradición laica que instauró Mustafa Kemal Atatürk, el padre de la República.

Con un ejército que desde 1960 ha depuesto cuatro gobiernos y se percibe a sí mismo como el guardián del legado de Atatürk, la estabilidad puede estar en peligro. Y la estabilidad en Ankara alcanza un extraordinario significado en un mundo que necesita con urgencia un modelo de democracia islámica para responder al islamismo radical. Además de ser un candidato a la Unión Europea (UE), Turquía, con 80 millones de habitantes, puede ser el puente entre Occidente y Oriente Medio. El problema es que se trata de una democracia todavía en construcción.

Las paradojas abundan en la vida política turca. Con el ingreso a la UE en el horizonte, el AKP se ha portado como un partido moderno y tiene un magnífico récord de reforma legislativa y manejo económico. Ha logrado un crecimiento de más de 7 por ciento en los últimos cinco años con un programa de privatizaciones y reducción del Estado. Pero en un país donde los símbolos islámicos están restringidos en cualquier función pública y el fundamentalismo laico ha hecho carrera, el AKP también ha abogado por permitir las expresiones religiosas e incluso trató de criminalizar el adulterio. De ahí que muchos lo consideren un caballo de Troya donde se esconden los impulsores de una República Islámica.

A estas alturas, Ahmet Necdet Sezer, el presidente laico en ejercicio, debería estar jubilado. Su período se cumplía el 16 de mayo, pero la crisis política desatada por la escogencia de su sucesor dilató su partida y lo tiene como mandatario provisional. El gobierno del primer ministro, Recep Tayyip Erdogan, postuló a su ministro de Relaciones Exteriores, Abdulá Gül. Tanto Erdogan como Gül fueron islamistas de línea más dura en su juventud, y aunque se han moderado, los kemalistas consideran un sacrilegio que la primera dama vista el velo islámico. La oposición boicoteó su elección y el Ejército publicó un amenazante comunicado en su página de Internet.

Ese coctel molotov sólo se pudo desarmar con la anticipación de las elecciones. La primera tarea del nuevo Parlamento será elegir un nuevo presidente en un plazo de 40 días o, de lo contrario, tendrá que disolverse y volver a convocar elecciones. Pero nada garantiza que se destrabe el problema original. Según los sondeos, el AKP consolidará las mayorías que obtuvo en 2002, pero no le alcanzará para las dos terceras partes que necesita para evitar un nuevo boicoteo. Erdogan propuso un referendo para elegir al presidente por sufragio universal, pero todavía no es claro cuándo se podría implementar. En el camino, el sueño europeo de los turcos se ha ido convirtiendo en frustración. El avance del islamismo, así sea moderado, los aleja de Bruselas. Y también las amenazas de los militares. Las negociaciones se han ido dilatando y no ayuda la aparición de nuevos y poderosos opositores a su ingreso, como el francés Nicolas Sarkozy.

Durante las protestas de mayo a favor del secularismo, donde participaron millones de turcos, muchos de los manifestantes con retratos de Atatürk repetían el mismo lema: "No a la sharia (ley islámica) y no a los golpes de Estado". Pero nada garantiza que los políticos y los militares los hayan escuchado.