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AFGANISTÁN

El Vietnam de Obama

La guerra contra los talibanes despierta cada vez más comparaciones con la derrota militar estadounidense que dio al traste con la presidencia de Lyndon Johnson.

17 de octubre de 2009

La paradoja es evidente. El presidente Barack Obama, el flamante premio Nobel de Paz, es el comandante en jefe de un país en guerra y la decisión que podría definir el éxito o el fracaso de su paso por la Casa Blanca es cuántas tropas enviar a combatir en Afganistán. Y es que en ese lejano país las cosas van tan mal, que los más pesimistas ya le tienen un nombre: "el Vietnam de Obama".

Hace ya ocho años que George W. Bush lanzó las operaciones militares contra Afganistán, el país cuyo gobierno, dominado por los extremistas islámicos talibanes, daba refugio al grupo terrorista Al Qaeda. Era la respuesta a los ataques del 11 de septiembre de 2001, y en menos de tres meses las tropas derrocaron a los talibanes y, a la larga, instalaron en el poder a Hamid Karzai. Pero esa victoria inicial fue engañosa, Bush concentró su esfuerzo militar en la invasión a Irak, y ésta eclipsó por años el conflicto en Afganistán ante la opinión pública estadounidense.

Ese grave descuido comienza a cobrar su tarifa. En lo militar, este año las tropas han tenido el mayor número de bajas en esa guerra que ya se ha convertido en la tercera más larga que libra Estados Unidos en toda su historia, después de la de Independencia y, precisamente, la de Vietnam. Y en el plano político, las elecciones presidenciales de agosto, que debían consolidar las instituciones de Afganistán, terminaron plagadas por denuncias de fraude a favor de la reelección de Karzai. Eso tiene otro efecto perverso, pues cada vez es más difícil justificar arriesgar la vida de los jóvenes norteamericanos para defender un gobierno corrupto.

En ese contexto llega el gran debate sobre la estrategia a seguir. Los mandos militares le han pedido a Obama unos 40.000 soldados más de los 68.000 actuales. Los halcones critican que el Presidente lleve ya más de un mes haciendo consultas, mientras su opinión pública cada vez respalda menos la presencia de sus tropas en aquel país de Asia Central, etiquetado como la 'tumba de los imperios'. Las encuestas reflejan una fuerte polarización, pues según el último sondeo de Gallup, el 48 por ciento de los estadounidenses está a favor de enviar más tropas y el 45 por ciento, en contra.

En términos militares, el debate en gran medida se origina en que, en Irak, enviar más tropas pareció dar resultado. Ese fue el último impulso que George W. Bush le dio a esa guerra a finales de 2006, y sin que el problema esté resuelto, los niveles de violencia han bajado ostensiblemente, lo que ha permitido a Obama cumplir su promesa de retirar paulatinamente las tropas.

Pero en realidad el antecedente que contamina el debate en Estados Unidos no es Irak, sino Vietnam. Allí Washington llegó a desplegar más de medio millón de soldados y ese conflicto, que duró desde 1959 hasta 1975, se saldó con una humillante derrota en plena Guerra Fría que dejó una cicatriz en la moral colectiva de los estadounidenses.

"En la versión más reciente de la alegoría, el telón de fondo es el Hindu Kush (la franja montañosa que atraviesa Afganistán), que tiene una reputación todavía más feroz de romper ejércitos enemigos que Indochina -afirmaba recientemente The Economist-. El presidente Hamid Karzai, manchado por una elección fraudulenta, interpreta el papel de Ngo Dinh Diem, el represivo y corrupto primer ministro y después presidente survietnamita. El general Stanley McChrystal, quien ha recibido 21.000 soldados extra y quiere 40.000 más, hace parte del reparto como (entonces) el general William Westmoreland, cuya respuesta para todos los problemas era usar más fuerza. El papel de Obama está sin resolver. El coro pregunta: ¿Interpretará a John Kennedy, quien negó la demanda de sus generales por tropas (envió asesores); o Lyndon Johnson, cuya equivocada guerra por aire y tierra condenó su presidencia?".

Obama ha negado la comparación con una frase de tinte filosófico: "Nunca nadas dos veces en el mismo río". Pero las semejanzas abundan. La insurgencia de ese entonces, el Vietcong, encontraba apoyo en el régimen comunista del norte. La de ahora, en las regiones tribales en la frontera entre Pakistán y Afganistán. "En ambos casos hay un refugio en el que los combatientes pueden reagruparse y entrenar; ambos países se caracterizan por la guerra asimétrica y el terreno difícil; y en ambos países hay el peligro de una guerra prolongada donde Estados Unidos nunca gana suficiente terreno o suficientes corazones y mentes para de hecho 'ganar', como sea que eso se defina. También es similar a medida que muchos estadounidenses se cansan de la guerra", dijo a SEMANA Kim Barker, experta del Council on Foreign Relations.

Sin embargo, el Vietcong era una insurgencia disciplinada, apoyada en Vietnam del Norte, que tenía un régimen de partido único y la legitimidad de haber luchado contra el colonialismo francés. Además contaba con el apoyo de dos superpoderes como Rusia y China. No ocurre lo mismo con los talibanes, más desperdigados, y parece muy difícil que consigan coordinar un ataque en el nivel nacional como la ofensiva Tet de 1968, que influyó para que Estados Unidos decidiera retirarse de Vietnam.

La guerra de Afganistán también se diferencia en que ahora Estados Unidos, en lugar de reclutar, tiene un Ejército voluntario. Esto ha evitado la resistencia antibélica experimentada durante Vietnam, porque a esta guerra sólo van quienes se enlistan. "Además, muchos afganos no están enamorados de los talibanes y no quieren ver su regreso. A pesar de todos los errores de Estados Unidos y la Otan, los afganos todavía quieren tropas extranjeras ahí", agrega Barker.

La insurgencia de uno y otro país puede ser muy distinta, pero el carácter de las decisiones que enfrenta Obama es muy similar a las que enfrentó Lyndon Johnson. "En ambos casos, temieron no ser reelegidos si no les atienden las demandas de los militares y aquellos que reclaman hablar en nombre de la seguridad nacional norteamericana", dijo a SEMANA Marilyn B. Young, autora de Las guerras de Vietnam.

Los ecos de aquel conflicto se oyen cada vez que el Tío Sam decide tener aventuras militares en otros países, pero pocas veces habían tomado tanta fuerza. A Obama, como a Johnson, lo ronda el fantasma de desperdiciar millones de dólares y miles de vidas en una guerra imposible de ganar y muy capaz de descarrilar su agenda doméstica. Pero, según sus propias palabras, es una guerra necesaria. Si se deja caer Afganistán en manos de los talibanes, se corre el riesgo de entregarle el país a Al Qaeda. Ello significaría una base de operaciones para su campaña terrorista y un impulso sicológico para extremistas empoderados por haber derrotado a un segundo gran imperio mundial (el primero fue la Urss) en menos de 30 años.

De ahí que el Presidente norteamericano está entre la espada y la pared, y necesitará mucho más que un premio Nobel de Paz para salir de ese atolladero. Como escribió Thomas Friedman en su columna de The New York Times, si Obama logra encontrar el equilibrio preciso de tropas que necesita para estabilizar Afganistán sin meter a su país en un nuevo Vietnam, merecería otro Nobel: el de Física.