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EL VOTO DE "LA BAMBA"

A pesar de los esfuerzos de los candidatos, no será la retórica la que lleve a votar a los latinos.

21 de noviembre de 1988

Veinte millones de hispanos viven en los Estados Unidos. El 25 por ciento de los habitantes de Nueva York, por ejemplo (donde Bush no hace campaña porque sabe que está perdido y Dukakis tampoco porque se siente seguro ganador) es de origen latinoamericano. Portorriqueños en su mayoría y con una población que aumenta en un 30 por ciento anual, los miembros de nuestra cosa latina ocupan, sin embargo, solamente y frente al resto de la población, el 7.6 por ciento de los puestos oficiales de la ciudad, ninguno en los altos círculos del gobierno.
Pero el mayor número de hispanos que ha emiarado a este país no vive en el Estado de Nueva York, sino en el de Texas o en California. En cualquier lugar, de todas maneras, sus limitaciones son las mismas. Una tercera parte, por ejemplo, no puede sufragar porque se trata de ilegales o de apenas residentes, es decir, sin ciudadanía norteamericana. Por otro lado hay razones históricas: después de la guerra mexico-americana, los gringos abolieron la ley que obligaba a publicar en español y en inglés toda la información electoral y luego, en 1894, ordenaron que por el contrario todo votante debería hablar y escribir pero en inglés. Lo que se implantó después, como se sabe, fue un sistema que empezó dominando los campos pero que se reprodujo con el tiempa en la vida misma de las urbes. En ese esquema, la relación fue siempre la misma: americanos arriba, latinos abajo. Y abajo cuando de votar se trata, ha significado siempre apatía electoral. "Hay que ver lo que hay que luchar para poner a votar un hispano", dice hoy uno de los mismos líderes de la comunidad colombiana en Queens, repitiendo el refrán de aquel viejo mexicano de Texas: "Yo voté por Roosevelt, voté por Truman, voté incluso por el santo de Robert Kennedy, pero las calles de mi barrio siguen sin pavimentar y cada vez que llueve, la casa se me llena de agua".
A pesar de todo, y así los votos hispanos hayan terminado casi siempre diluyéndose entre aquellos más numerosos de los anglos, varios grupos latinos han fortalecido durante la última década su lucha por un espacio político. Hace unos años, una coalición hispana demandó ante una corte de Texas el proceso electoral del Estado y pidió que la votación se hiciera en cambio por distritos, para asegurar así que comunidades con un mismo contexto social tuvieran a su vez una voz que los representase en el gobierno local. La corte les dio la razón y el número de latinos inscritos aumentó allí de inmediato en un 75 por ciento. Coaliciones como esa son las que buscan hoy resultados similares en California. Ya empezaron a organizarse en Watsonville, y otras 400 ciudades cercanas están en lista de espera. De esta forma, gracias a las elecciones distritales, los latinos norteamericanos podrán encontrar mejores razones para hacerse ciudadanos, votar y ganar algún poder político.
En la práctica, y teniendo en cuenta las cifras, los hispanos han sido tradicionalmente demócratas, con algunas excepciones. Como esos que votaron por Reagan (una tercera parte) tanto en el 80 como en el 84, entre ellos millares de cubanos anticastristas que vieron siempre en los demócratas norteamericanos lo más cercano al liberalismo, a su vez lo más cercano al comunismo.
Ronald Reagan nombró recientemente como secretario de Educación a Eloy Cavazos, un hombre que defiende la educación en inglés y en español dentro de las escuelas norteamericanas, todo lo contrario de lo que han procurado Reagan y Bush durante estos pocos años. Se trata, según los críticos, de un esfuerzo tardío por ganar latinos para los republicanos en esta campaña presidencial. En el último debate, cuando le preguntaron por los héroes modernos de este país, Bush mencionó a dos hispanos: al profesor de cálculo Jaime Escalante, un mexicano que ya inspiró una película vista en Colombia y al poeta cubano Armando Valladares, un refugiado anticastrista que escribió "Contra toda esperanza" en los Estados Unidos.
Es la primera vez, en todo caso, que republicanos y demócratas invierten esfuerzos y dinero en serio con el ánimo de capturar el voto hispano. Dukakis habla en español, mientras Bush termina su convención a los acordes de "La Bamba". Y no nos digamos mentiras. La sensibilidad latina supo apreciar en su momento que los Kennedy fueran católicos y que apoyasen a César Cháves y a sus campesinos en los 60. Los hispanos deben sentirse interesados cuando escuchan que Dukakis, hijo de inmigrantes, termina sus discursos diciendo en español: "Poco a poco, paso a paso, mano en mano, todos juntos vamos a ganar". Y deben sentirse sorprendidos si no contrariados cuando, perpetuando viejos estereotipos, Bush presenta a sus nietos medio mexicanos como sus "morenitos" o les dice a los estudiantes hispanos de un colegio de Los Angeles: "No todos tienen que ir a la universidad y tener éxito. También necesitamos gente que construya nuestros edificios. Gente que haga el trabajo físicamente duro de nuestra sociedad ".
En todo caso, no será la retórica buena o mala, lo que lleve a los latinos a votar en estas elecciones. Ni en ninguna. Cuando llegaron en busca del sueño americano, ya venían curados de la terrible enfermedad. La habían sufrido en sus respectivos países.
Lo que aquí y ahora cuenta para ellos es en cambio su propia economía doméstica, el pan para la casa, la educación de los muchachos. Casi nunca el patriotismo o la nacionalidad. Después de diez, veinte o treinta años viviendo en este país, asistiendo a escuelas públicas, trabajando y pagando impuestos, a muchos no les interesa siquiera la ciudadanía. "Para qué nos va a importar votar, si después de todo los fregados siempre vamos a ser nosotros". dice un salvadoreño padre de diez hijos, abuelo de once, y supervisor de un parqueadero en el área de Flushing. "Nunca veo la diferencia entre uno y otro candidato. Para mí, que el presidente debería ser latino o negro. Uno así nos entendería".
Hay latinos y latinos. A través de cartas a los periódicos, llamadas a las estaciones de radio y comentarios en las calles, muchos han demostrado su interés en temas tan generales como la vivienda, la investigación del SIDA los subsidios a los campesinos, el déficit, la salud, las drogas y la ayuda a los contras. De todo esto, mal que bien, han hablado Bush y Dukakis.
No obstante ha habido por lo menos un tema intocable: la nueva ley de inmigración. Gracias a ella, y hasta el último mes de mayo millones de hispanoamericanos obtuvieron su residencia o su carta de ciudadanía estadounidense y, con todos sus derechos, se convirtieron en potenciales votantes. Pero también gracias a esa misma ley, millones de latinoamericanos, que tuvieron seguramente el mismo sueño de aquellos y que vivieron quizás su misma pesadilla, jamás podrán trabajar en los Estados Unidos ni ser considerados por la ley. Y en este sentido casi veinte millones de hispanos se parecen mucho a George Bush y a Mike Dukakis: tampoco han dicho una palabra sobre el tema.