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Seguidores del partido HDP. En el recuadro, Recep Tayyip Erdogan. | Foto: Getty Images

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Las urnas paran a Erdogan

Las elecciones que debían consagrar el poder del presidente turco se convirtieron en un duro revés, que podría marcar su ocaso.

12 de junio de 2015

¿Qué une en Turquía a los cristianos, los izquierdistas, las mujeres, los kurdos y los gais? Su apoyo al Partido Democrático del Pueblo (HDP, por su sigla en turco), que el domingo pasado le dio un tremendo revolcón a las aspiraciones de aumentar el poder del presidente islamista, Recep Tayyip Erdogan.

“El país se ha alejado del abismo”, sentenció Selahattin Demirtas, el carismático líder de esa agrupación prokurda, que hizo historia al superar ampliamente el umbral electoral del 10 por ciento, el más alto del mundo.

Si bien el oficialista Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) sigue siendo la principal fuerza política turca con el 40 por ciento de los votos, esos comicios significaron su peor derrota desde 2001, cuando fue fundado. Y esto no solo por los 53 escaños que perdió con respecto a las votaciones de 2011, y ni siquiera porque ya no tendrá la amplia mayoría que desde entonces le permitía controlar el Parlamento.

Su fracaso se debe, por el contrario, al efecto contraproducente que tuvo la activa participación de Erdogan, cuyo intenso proselitismo espantó a muchos electores.

Como le dijo a Semana.com Howard Eissenstat, experto en Turquía de la Universidad St. Lawrence de Nueva York, "Erdogan convirtió estas elecciones en un referendo sobre su propio mandato, cada vez más es más caprichoso y personalista. Y eso refleja hasta qué punto ha llegado a ver su destino por fuera de su propio partido y a considerarse un líder nacional que encarna y puede invocar la voluntad popular".

Sin embargo, fracasó al no alcanzar dos tercios de los escaños, que es la proporción de parlamentarios necesaria para cambiar la Constitución sin el apoyo de otros partidos. Pues para nadie es un misterio que su objetivo era darle más poder a la figura presidencial, el cargo que actualmente ostenta y que en Turquía es sobre todo ceremonial, como en Alemania o Italia.

Pues lo cierto es que para sus aspiraciones ya ni el cargo de primer ministro, que ostentó durante un lapso récord de once años y medio, era suficiente. Por eso, durante las primeras elecciones presidenciales de su país en 2014, Erdogan adelantó una candidatura que poco tenía que ver con la democracia y sí, por el contrario, con la idea de perpetuarse en el poder.

Y aunque ganó, su victoria se ha quedado incompleta, pues tal y como quedó conformado el Parlamento turco es imposible que logre alcanzar su anhelada Presidencia ejecutiva.

Esta le daría al mandatario la posibilidad de gobernar sin contrapesos, disolver el Parlamento, presidir las reuniones ministeriales y nombrar todos los embajadores y una buena parte de los jueces de la Corte Constitucional. En pocas palabras, un sistema muy similar al de Rusia, donde Vladimir Putin reina sin oposición.

Las razones de su derrota incluyen su excesiva participación en la campaña electoral, su creciente populismo, sus gastos desmedidos en bienes suntuosos (como su palacio de 500 millones de dólares), los escándalos de corrupción en los que se han visto envueltos los miembros de su gobierno, y la excelente campaña del HDP, que capitalizó el descontento kurdo con el avance de los diálogos de paz con el gobierno central.

Y aunque Erdogan es un político pragmático –que tras adoptar políticas laicas y progresistas cambió de talante para adoptar conservadoras y ganar votos– ya no parece posible un nuevo cambio de orientación.

Como le dijo a este portal Hakan Seckinelgin, especialista en Oriente Medio de la London School of Economics, "este podría ser el comienzo del fin para Erdogan, pues al reducir las políticas de su partido a sus ideales y a su orientación se está convirtiendo en un problema para el AKP y sus seguidores".