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Donald Trump ha ganado en 20 de los 32 estados disputados. | Foto: A.P.

ESTADOS UNIDOS

Donald Trump, imparable

Los triunfos del magnate en las elecciones primarias han sembrado el caos en la política estadounidense. Su ascenso podría incluso acabar con el Partido Republicano.

19 de marzo de 2016

Lo que está pasando en la campaña presidencial en Estados Unidos tiene al mundo desconcertado. Aunque a nadie le sorprende que Hillary Clinton esté a punto de convertirse en la candidata del Partido Demócrata para las elecciones presidenciales del 8 de noviembre, sí asombra que Donald Trump parezca destinado a representar al Partido Republicano en esos comicios. Porque, con todo lo que ha dicho y hecho el extravagante multimillonario neoyorquino desde que lanzó su candidatura el pasado mes de junio, su popularidad produce miedo.

 El martes 15 de marzo, Trump escaló otro peldaño para que la convención republicana lo proclame en julio como candidato oficial. Ese día, en las elecciones primarias que tuvieron lugar en cinco estados, el magnate resultó vencedor casi por goleada. Aunque perdió en Ohio frente al gobernador del estado, John Kasich, triunfó en Illinois, en Missouri y en Carolina del Norte. Y se quedó con la joya de la corona, la Florida, al llevarse por delante al Marco Rubio, que jugaba de local y que no tuvo más remedio que retirarse, muy humillado, de la contienda. A estas alturas, Trump se ha echado al bolsillo 678 delegados a la convención, mientras que su más inmediato rival el senador Ted Cruz lleva 413 y el gobernador Kasich, que se ubica de tercero, acumula 143. Se requieren 1.237 para ser ungido candidato.

Lo grave es que las últimas declaraciones del magnate sobre la convención han sido inquietantes. Es verdad que desde el inicio de su campaña ha causado escándalo. Dijo que desde México llegan violadores a Estados Unidos. Prometió que expulsaría a los 11 millones de indocumentados, en su mayoría mexicanos. Afirmó que prohibiría la entrada de los musulmanes al país. Insultó a algunas mujeres, como la periodista Megyn Kelly de la cadena FOX. Aseguró que el tamaño de su pene pasa el examen. Instó a sus seguidores a darles trompadas a quienes protestan en los mitines contra él. Coqueteó con el Ku Klux Klan. Y comentó con cinismo que, si saliera a las calles de Manhattan y le disparara con un revólver a alguien, no perdería un solo voto. Como si lo anterior no fuera suficiente, esta semana, luego de suspender una manifestación en Chicago por actos violentos, aseguró en CNN que, en caso de que pierda la candidatura en Cleveland por unos pocos votos, “podría haber disturbios porque yo represento a miles de personas”. Y eso, en un país donde todo el mundo está armado –hay 290 millones de armas en una población de 310 millones de habitantes–, es estremecedor.

¿Hay forma de parar a Trump? ¿Hay manera de que desista? ¿Es esa una “cuestión moral” para el establecimiento republicano, tal como editorializó el miércoles The Washington Post? Todo indica que no. Algunos sugieren que, si él no consigue la cantidad mínima de delegados, habría una convención abierta, lo que significa que esos mismos delegados podrían votar por quien quieran y que los seguidores de Trump podrían rebotarse. Pero él montaría tolda aparte, lo que garantizaría la derrota ante los demócratas. Para mayor desconcierto, otros creen que Trump ha herido mortalmente al partido porque lo dividió definitivamente en dos, algo que ocurrió en el siglo XIX con los llamados Whigs, ya que unos eran esclavistas y otros no, lo que desembocó en la candidatura ganadora de Abraham Lincoln que fundó, vaya paradoja, al Partido Republicano.

 Y por si todo eso fuera poco, lo más probable es que si Trump es finalmente el candidato, quizá le sirva en bandeja la Presidencia a Hillary, una mujer que a pesar de ser tan competente no suscita pasiones. El más reciente sondeo del Post y ABC dice que mientras él lograría el 41 por ciento de los votos, ella superaría el 50 por ciento. Pero falta mucho y no se sabe toda esta historia cómo va a terminar.