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Donald Trump. | Foto: A.P.

POLÉMICA

Donald Trump: una amenaza global

La semana pasada Barack Obama dijo que la política exterior del magnate tenía “inquietos” a los líderes mundiales. ¿Por qué?

4 de junio de 2016

No es usual que el régimen de Corea del Norte se refiera en términos positivos a un político extranjero. Mucho menos, que lo alabe resaltando su “sabiduría” y su capacidad “profética”. Sin embargo, esas fueron las palabras que empleó el portal DPRK Today, el diario oficial del gobierno del dictador Kim Jong-un, para referirse a Donald Trump, el candidato del Partido Republicano a la Presidencia de Estados Unidos.

Aunque a principios de año el magnate había empleado la palabra “maniático” para referirse al líder norcoreano, también sorprendió a propios y extraños al elogiar su capacidad de imponerse, de “liquidar” a sus enemigos y de ser “un líder” entre los curtidos generales de Pyongyang. Semejante intercambio de halagos puede parecer extraño entre el heredero de una dictadura comunista y un magnate ostentoso con aspiraciones presidenciales, pero lo cierto es que ambos comparten varias características. Tanto Trump como Kim buscan ser lo más impredecibles posible, desdeñan la idea de tener aliados, les dan una gran importancia a las armas nucleares, y han desafiado de manera explícita el orden mundial que existe desde la Segunda Guerra Mundial.

La gran diferencia es que mientras el coreano lidera un país periférico, aislado del resto del planeta, el magnate aspira a dirigir no solo la única superpotencia de la actualidad, sino también un actor clave en el comercio, la defensa y la economía mundiales, que ha ayudado a moldear en el último medio siglo. De ahí que en la reunión del G7 de la semana pasada, la posible llegada a la Casa Blanca de Donald Trump haya sido uno de los temas espinosos que abordaron el estadounidense Barack Obama, el japonés Shinzo Abe, la alemana Angela Merkel, el británico David Cameron y otros líderes mundiales. Tanto, que en rueda de prensa a la salida del encuentro, Obama declaró que Trump tiene “inquietos” a los líderes mundiales.

En efecto, aunque en la democracia estadounidense el presidente no es un rey y para gobernar debe tener en cuenta los contrapesos del Congreso y las cortes, tiene las manos mucho más libres en el campo de la política exterior. Así como puede decidir en qué países intervenir o con cuáles establecer alianzas, también tiene la potestad de negarse unilateralmente a defender un aliado, o de decidir la suerte del arsenal nuclear de su país. Teniendo en cuenta que Estados Unidos posee 800 bases militares en los cinco continentes y ha firmado 53 tratados de defensa con los países que las albergan, sus líderes están comprensiblemente nerviosos por el futuro de esos pactos.

En particular, eso sienten los vecinos amenazados por el régimen de Corea del Norte, que según The Economist cuenta ya con unas 20 cabezas nucleares y un programa que le permite sumar unas siete anualmente. En concreto, Trump ha dicho que está dispuesto a retirar las fuerzas estadounidenses de Japón y de Corea del Sur si estas no incrementan significativamente sus contribuciones. Del mismo modo, ha afirmado que no le parece una mala idea que Japón tenga bombas nucleares para defenderse de las amenazas de Kim Jong-un. Y esa noticia ha bastado para ponerles los pelos de punta a los habitantes del único país castigado con ese tipo de armamento.

Los líderes de Japón y de Corea del Sur rechazaron de plano la idea y recordaron que, además de prestar su territorio nacional para que Estados Unidos instale sus bases, sus gobiernos pagan más de la mitad de los gastos de mantenimiento de esas instalaciones. Pues en pocas palabras, la receta de Trump es una invitación a una carrera armamentística en la región.

En el mismo sentido, el magnate ha dicho que “como último recurso” usaría el armamento atómico de su país, y que estaría incluso dispuesto a emplearlo aunque su adversario no lo haya hecho. Todo lo cual contradice el principio de la disuasión nuclear, según el cual emplear esas armas es tan costoso para todas las partes envueltas en un conflicto, que el simple temor a las represalias basta para mantener la paz. Contrariando esa idea, Trump ha dicho que también Corea del Sur debería tenerlas para enfrentar sus problemas de seguridad, y ha insinuado que la proliferación “de todas maneras va a suceder”.

Sin embargo, sus críticas a los aliados tradicionales de Estados Unidos en puntos clave del planeta no paran ahí. En Oriente Medio, el magnate también ha dicho que su país está “protegiendo a Arabia Saudita y no está siendo debidamente recompensado, siendo que ese país tiene billones de dólares” y ha amenazado con dejar de comprarle petróleo si no incrementa su ayuda en la lucha contra Isis. Respecto a la lucha contra ese grupo, el magnate también causó una gran polémica al afirmar que está dispuesto a autorizar torturas mucho más duras que la simulación de ahogamiento (waterboarding) para extraer información a los sospechosos de terrorismo, e incluso a matar a sus familias para castigarlos.

Y en Europa, tiene a sus aliados de la Otan haciendo cábalas sobre qué implicaciones tendría a corto plazo su afirmación según la cual esa organización es “obsoleta” y debe reorientarse hacia la lucha antiterrorista. Pues si bien es cierto que la Otan nació tras la Segunda Guerra Mundial para enfrentar el hoy desaparecido Pacto de Varsovia, ha recobrado su relevancia desde la anexión de Crimea, la intervención militar rusa en Ucrania y las múltiples incursiones aéreas del Ejército ruso en algunos países miembros de la organización.

La razón de ese cambio tiene que ver con que Trump solo tiene la experiencia de un empresario. Como dijo a SEMANA Austin Long, profesor de Asuntos Internacionales y Públicos de la Universidad de Columbia, “él ve el mundo como un gran negocio, en el que China es el principal contrincante de Estados Unidos, mientras que Rusia no representa mayores amenazas”. Y, en efecto, uno de los argumentos clave de la campaña presidencial del magnate ha sido presentar a Estados Unidos como la gran víctima de los abusos comerciales del resto del mundo. Al respecto, ha dicho que renegociará el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica con 11 países asiáticos, y el tratado de Libre Comercio con México y Canadá.

Sin embargo, la mayor dificultad que encuentran los líderes mundiales con la eventualidad de que Trump llegue a la Casa Blanca es que todas sus opiniones están matizadas por un halo de incertidumbre, que expresa en declaraciones contradictorias, en afirmaciones ambiguas, y un explícito desdén por los detalles. “En todo el mundo, los gobiernos están tratando de formular planes de contingencia en caso de que Trump sea elegido presidente, pero se han encontrado con una tarea titánica ante la ausencia de planes concretos sobre qué planes tiene y cómo los va a alcanzar”, dijo a esta revista Nicholas Kitchen, profesor del United States Center de la London School of Economics.

Y a todo eso hay que sumar la profunda ignorancia del magnate acerca del sutil arte de la diplomacia, que según la conocida definición del escritor estadounidense Dale Carnegie es “el arte de conseguir que los demás hagan con gusto lo que uno desee que hagan”.